Adolfo Suárez

La deconstrucción de Suárez

  • España entierra a su De Gaulle, su Churchill o su Adenauer, pero fue un político que aprendió y vivió sólo de la política; su mayor éxito, sus grandes virtudes, fueron la valentía y la seducción.

Tal parecería que lo que España va a enterrar hoy en Ávila es un Churchill o un Adenauer. Ha generado un billón de impactos en las redes sociales y cientos de elogios a "esos políticos como los de antes", como los de la Transición, los que supieron anteponer el interés general al del partido. Una catarsis; eso es lo que necesita España. La gente llora por las calles, Barajas cambia de nombre y se llamará, a partir de ahora, aeropuerto Adolfo Suárez. Como el Charles de Gaulle. Sin embargo, los políticos, como los hombres, son sobre todo sus circunstancias, y la biografía del primer Suárez no muestra más que los hitos propios de un trepador, como los de hoy, como ésos que se asignan a la repudiada clase política: alguien sin demasiada formación, que sólo leyó una novela en su vida -Papillón, de Henri Charrieré-, un mediocre licenciado en Derecho, que no se doctoró ni lo intentó, que se matriculó en Económicas pero no pasó ni una asignatura, y cuyos únicos oficios fueron los cargos políticos que le llovieron gracias a los padrinos a los que se pegó bien. ¿Les suena? Una ristra de nombres ascendente: Herrero Tejedor en Ávila, Camilo Alonso Vega, Torcuato Fernández Miranda y, por fin, el Rey, al que conoció como Príncipe en enero de 1969, semanas antes de que fuera declarado sucesor con título de Rey. Ni siquiera fue un hombre de sustento ideológico: provenía de una familia republicana, fue presidente de Acción Católica en Ávila, ascendió como falangista en el Movimiento hasta ser su ministro aunque flirteó con el Opus, fundó la centrista UCD y, en sus últimos años en política, lideró el CDS, casi de tendencia socialdemócrata.

¿Cuál fue, entonces, su éxito? ¿En qué bases se asentó un político para que hoy sea enterrado como, y es posible que así sea, el mejor presidente de Gobierno que nunca haya tenido España? Además de sus circunstancias, las propia de la Transición, que fue un mecanismo que se iba a abrir en España con independencia de su nacimiento, Suárez fue un adelantado, contaba con las condiciones precisas para ser un político de éxito, características que, a pesar de las lágrimas vertidas durante las últimas horas, no coinciden siempre con la bondad. A saber: ambición, empatía con el común del electorado, unas buenas condiciones físicas para la televisión y la oratoria y, sobre todo, y éstas sí que son virtudes, una capacidad extraordinaria para el consenso basada en su maleabilidad ideológica y en su simpatía cercana a la seducción. Y su valentía. Hasta los biógrafos más críticos alaban su valor, la dignidad de un presidente de Gobierno se somatizó en Suárez cuando tenía que poner firme a un general o hacer callar a un ministro con trienios. Él, que en 1976 sólo era un chusquero de la política convertido en presidente por el dedazo aliñado del Rey, defenestró al general Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil como vicepresidente del Gobierno por una nota de prensa en la que se valoraba una reunión con los 29 cargos militares más importantes de España. El enfrentamiento fue tal que De Santiago le nombró los tanques en la calle, y él contestó con la pena de muerte del Código Penal. Si el 23-F de 1981 no se tiró al suelo en el Congreso es porque estaba mentalmente preparado para morir en un acto de servicio: por una bomba de ETA, de los Grapo, un tiro de la ultraderecha o de un militar.

Empatía. En efecto, la mayoría social de la España que salió del franquismo aspiraba a mayores libertades, a una mejoría económica, pero se situaba en las aguas tibias del centrismo. La palabra normal es una de las que más se repite en los discursos de Suárez. "Mi punto fuerte es ser un hombre normal, no hay sitios para los genios en nuestra situación". Así se definió ante la prensa alemana. "Comenzamos a convertir en realidad lo que ya dije en una ocasión: elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal". Esta idea la utilizó en dos ocasiones. La primera, para defender desde el Congreso la ley de asociaciones políticas, una normativa poco valiente con la que Carlos Arias quería salvar el búnker dándole una manita de minio y, la segunda, con motivo de la Ley para la Reforma Política, el conciso texto que abrió la reforma o la ruptura pactada, según un término mucho más cercano a la realidad.

Esto último lo contó en televisión. Suárez había sido el jefe de la única cadena de España, y allí aprendió sus técnicas, sus códigos y su enorme poder sobre la opinión pública, objeto de la democracia. Suárez daba bien. Muy bien. Observen la imagen adjunta. Los personajes del franquismo eran como Torcuato, grises, aburridos, antiguos, gafas de pasta y tan hábiles en la oratoria como el mismo dictador: nulo.

Suárez daba muy bien. Medía 1,77 centímetros y pesaba 73 kilos, según recoge Gregorio Morán en Suárez, ambición y destino. Delgado, guapo, se fue volviendo presumido a medida que escalaba en la Presidencia. Trajes muy bien medidos, grandes de hombrera y zapato con tacón alto para aparentar mayor altura. No tenía mucho pecho -de ahí, lo de las hombreras- y tardó en crecer debido a una hernia, pero su fuerza estaba en las manos y en su boca. Y en su simpatía, la virtud con la que hizo posibles consensos que entonces parecían imposibles. El 8 de septiembre de 1976, citó en Castellana 3 a los 29 militares de mayor rango del país para explicarles en qué consistía la política. Daba fuego, ofrecía cigarrillos, desplegaba cariño y fidelidad hacia el régimen que se acababa, les dio de comer y soltaba algunos tacos propios de la soldadesca; en definitiva, que los generales del franquismo salieron encantados. Sólo hubo un problema: algunos, si no todos, salieron con el convencimiento de que el PCE nunca sería legalizado. Ni qué decir tiene de las autonomías. Eso puso en marcha el rosario de conspiraciones que finalizó el 23-F. ¿Un mentiroso más, como tantos políticos? Nos quedamos con una reflexión de Rodolfo Martín Villa: la Transición transcurrió mediante cambios que se anunciaban día a día; si se hubiese explicado entera, habrían bombardeado la Moncloa.

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