Por qué sólo los fascistas cumplen sus promesas? Esa fue la pregunta que se me vino a la cabeza cuando se anunció el decreto de construcción del muro en la frontera USA-México. ¿Por qué los fascistas nunca defraudan a los suyos? ¿Por qué ese nuevo muro de la vergüenza sigue adelante mientras nunca vimos que Obama cerrara Guantánamo? Mi hijo me respondía así: "Porque es más fácil hacer las cosas mal que hacerlas bien". Y añadía con acierto: "Porque a los que quieren hacer las cosas bien les preocupa cómo hacerlo y a los que quieren hacerlas mal eso no les preocupa".

Está por ver hasta dónde llegará Trump: sabemos que no le importa mentir, que no le importa insultar, que no le importan los Derechos Humanos, que no le importa el respeto a cualquier persona. Sabemos de sus exabruptos racistas, misóginos, homófobos… y hemos comprobado con tristeza que está dispuesto a cumplir con sus propuestas de corte más fascista.

Podríamos tomárnoslo a broma: hablar del tono zanahoria de su piel o las facciones porcinas de su rostro. Los tics de los fascistas siempre han dado mucho juego: la voz aflautada de Franco, el bigotito de Hitler… pero dejemos eso para los humoristas que seguro que lo hacen mejor y pueden, al menos, sacarnos una sonrisa que puede hacernos mucha falta.

La situación es para preocuparse. La historia se repite y ante un drama extendido entre amplias capas de la población y al que los sistemas democráticos no han sido capaces de dar respuesta surgen líderes de ultraderecha en países con un importante poderío como el que tienen los Estados Unidos de América. Es verdad que las propuestas de Trump no difieren de lo que ya está haciendo la Unión Europea en relación a las migraciones, pero cuesta imaginarse a Merkel, Rajoy o Juncker justificando la tortura, despreciando a las mujeres o haciendo un discurso xenófobo.

Aquí puede haber un policía que torture a un detenido, pero se expone a una denuncia por hacer algo que no se debe hacer. Los bancos pueden abusar de sus clientes pero la Justicia -a veces- interviene y pide cuentas a esos abusadores. Con Trump esa lógica corre peligro: ha sido elegido democráticamente pero eso no puede darle pábulo para saltarse el marco en el que se desarrolla la convivencia: los Derechos Humanos. La pregunta es: ¿serán el Estado de Derecho y la Comunidad Internacional lo suficientemente fuertes como para resistir el envite de Trump?

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