Renfe ha sacado una promoción de trenes de larga distancia a 25 euros, con la excusa de la celebración de la llegada del AVE a Sevilla. Renfe busca pasajeros a toda costa, somos los europeos que menos cogemos el tren de alta velocidad, y de paso sigue recordándonos cuál ha sido la prioridad de la política ferroviaria de nuestro país desde hace 25 años: AVE y más AVE. Yo discrepo de los que hablan de la rentabilidad de este tipo de movilidad, y también de los que piensan que a la provincia de Huelva le conviene un tren tan exclusivo, aunque esto creo que nunca será una realidad.

Desde el 92 se han construido 3.200 Km. de alta velocidad en España, somos tras China los que más tenemos, y tanta vía ha supuesto una inversión económica bestial, punta de lanza de otras desmesuras en infraestructuras. Un solo kilómetro de túnel para estos trenes cuesta más de 50 millones de euros, y al coste de la construcción hay que sumar el del mantenimiento, al que ADIF destina más de 300 millones cada año. Este gasto tan elevado y el bajo número de viajeros hacen que la excusa para su rentabilidad haya que buscarla en los efectos colaterales, como los de la llegada de capital gracias a estas vías. Algo así como que el recurso es un desvarío económico per se, pero si miramos de manera amplia igual le encontramos la justificación.

Por otro lado socialmente se han derivado dos consecuencias funestas: la clara priorización presupuestaria hacia el AVE ha dejado de lado líneas comarcales y secundarias, dificultando enormemente su sostenibilidad y perjudicando las comunicaciones del mundo rural. Y por otro el desarrollo de beneficiarios de dos clases, lo que pueden pagar el precio elevado de un tren de alta velocidad, y los que no, relegados a perores horarios o al autobús. Además se han generado barreras ecológicas por todo el territorio, estableciendo enormes muros artificiales que limitan al movimiento de las especies naturales.

Ante esta exposición, me pregunto: ¿y si no hubiésemos tenido AVE? Probablemente se hubieran renovado muchas líneas secundarias, generando mayor riqueza de proximidad; igual se habría invertido en mejorar los trenes de cercanías, ampliando su oferta; incluso habría sobrado dinero para el mantenimiento de carreteras secundarias; puede que hasta las flotas de autobuses públicos estuviesen a la altura de la de otros países; y, quién sabe, seguramente hasta alguna constructora de dudosa ética no hubiese podido bucear en dineros públicos.

Así que, ¿y si mejor seguimos sin AVE? Huyamos de lo obvio.

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