Misales de pesetas

Las metáforas, como la ironía, tienen sus riesgos. Pero una cosa es aplicarse al ejercicio retórico y otra al latrocinio

Las metáforas, como la ironía, tienen sus riesgos. Claro que una cosa es aplicarse al ejercicio retórico y otra al latrocinio. Cuesta creer, pero la evidencia parece palmaria, que un movimiento entre cuentas bancarias se detalle con esta nota: "Reverendo Mosén, soy la madre superiora de la Congregación, desearía que traspasase dos misales de mi biblioteca a la biblioteca del capellán de la Parroquia. Él ya le dirá dónde se han de colocar. Muy agradecida. Marta". Texto breve que resultará memorizado no como preclara muestra de la excelencia literaria, claro está, sino de una burla mayúscula, de una hipocresía desmedida. "España nos roba" como consigna machacona de quienes la proclamaban con fervorosa convicción a la vez que el trasiego de misales asistía a las liturgias del camelo metafóricamente transparentado en oprobio y afrenta pública. La madre superiora, allá por diciembre de 1995, dio con una nueva expresión de cantidad para referirse a magnitudes dinerarias: el misal como millón de pesetas, bisílabos y agudos ambos términos, contantes y sonantes ambos. Y si esto ocurría hace más de dos décadas, cuántos misales no habrán circulado por las repartidas fundaciones de la congregación. Correspondía a los tiempos de la censura afinar la inteligencia en el decir, y a los de la guerra fría cifrar en códigos secretos las informaciones reservadas, pero la metáfora religiosa del latrocinio no llega a la entidad de tales subterfugios sino que, a la postre, revela una vergonzosa muestra de la impunidad. Mas no se olvide que la nota manuscrita tenía destinatario, parece que acostumbrado a las disposiciones de la madre superiora en materia de misales. En fin, tirar del refranero, como de las metáforas y de la ironía, también es práctica arriesgada, tanto por la dudosa propiedad de las sentencias como por la facilitad de encontrarlas en sentido contrario. Sin embargo, viene a cuento recordar que por la boca muere el pez, sobre todo cuando se escribe con la naturalidad del habla, sin entrar ahora en lo que suele acontecer cerca de la festividad de San Martín. De modo que pocas líneas manuscritas van a tener más carácter probatorio que muchas pesquisas, se diría que algo postergadas y sin celo, para desmontar el tinglado, la trola, de una congregación ominosa. Tanto, que el capellán ha cambiado la parroquia por la asistencia religiosa a los presos, aunque no parece dado a oficiar celebraciones festivas sin misales de pesetas a mano.

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