Última voluntad

Las últimas voluntades acaso pretendan sortear una segunda muerte, la del olvido, hechos ceniza los recuerdos

Las últimas voluntades, por su declaración postrimera, idos quienes las manifiestan a los ignotos confines de la ultratumba, suelen ser celosamente respetadas por cuantos han de administrarlas como albaceas. Entre otras razones para ello, además de las formales, está la de entender que el alma del difunto tiene ya bastante con la estación del purgatorio y no es cuestión de añadir el disgusto de no ser cumplidas las voluntades con que se despidieron, todavía de cuerpo presente. Es más, con tales disposiciones, acaso pensadas con bastante anticipación al azar de la lotería de la muerte, también se procura sortear una segunda muerte, la del olvido, cuando, hecho el recuerdo ceniza volandera, quien dejó los días no solo desapareció de las luces que estos traen, sino a la vez del preservado catálogo de los recuerdos en el baluarte de la memoria.

Un viudo ha estado regando durante muchos años, con un cuidadoso esmero, la maceta que su esposa le indicó poco antes de morir. No perdía prestancia ni vigor la planta y cada día, con esa sencilla ceremonia, la memoria hacía ejercicio de recuerdo de la mujer que acompañó al marido, tal vez ya menos desconsolado por el bálsamo del tiempo. Así las cosas y después de bastantes años, una hija del matrimonio se ha percatado, o al menos ha querido desvelarlo, de que la planta, tan cuidada por los riegos ante la última voluntad de su madre, es de plástico. Cuestión, se dirá, jocosa, aunque por lo menos tiene dos explicaciones. Una es la del guiño del humor, o de la burla, como si en el más allá de los días, ganada la eternidad, el alma de la finada esperase la reacción de su mortal consorte ante tal sorpresa. Ya que si no acabamos de conocer a quienes tenemos al lado de los días -si bien nos parezca o pensemos lo contrario-, sobrecoge constatarlo transcurrido mucho tiempo desde que su compañía nos falta. De modo que con esta socarronería burlona se afirme tal evidencia de tan singular y diferida manera. Pero otra razón es menos chistosa si se piensa en que la mujer -no se diga por las dudas que la turbaban sino con la intención de ayudar el recuerdo- resolvió que era mejor hacerse con esa bien disimulada planta de plástico para que el tiempo no hiciera menoscabo en su verde lozanía. Y así no se interrumpieran los riegos en esa costumbre de los días que preserva la memoria de quien la regó antes de morir, hasta hacer de ese hábito su última voluntad. Que acaso ni Dios mismo sepa por qué y para qué lo fue.

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