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Jerez, la víctima tipo del estallido de la burbuja

  • La ciudad del vino se enfangó en políticas erráticas para cambiar de modelo económico y, al final, se dejó gobernar por el ladrillo.

Qué convierte una ciudad en fracaso? En Jerez, más de 200.000 habitantes, muchos más de los que puede asimilar si se miran las cifras del paro -bastantes más de 30.000-, la gente vive, puebla los bares del centro, acude al mayor centro comercial de la provincia de Cádiz, donde hay un Ikea, un Kentucky Fried Chicken, todas las franquicias de moda... Jerez es conocida en el mundo -o, al menos, alguna parte del mundo- porque tiene un circuito donde corren las motos, porque tiene bodegas donde elaboran sherry, que es una palabra internacional, porque cantan flamenco alegre de bulerías los gitanos guapos. ¿Por qué iba a ser Jerez un fracaso?

En noviembre de 2012 Jerez se iluminó con el foco de todas las cadenas de televisión nacional. El periódico más vendido de España llevó a su portada basura ardiendo y debajo de la foto se leía: Jerez, ciudad fallida. La huelga de basureros de esos días colocó la ciudad al borde de la emergencia sanitaria. Desde la huelga de la Vid del año 91, que marcó el fin de la opulencia bodeguera, el declive de un determinado tipo de aristocracia seglar, no se había visto nada igual en la ciudad. Cambiaron unos sambenitos por otros. No hubo rincón de la Península en que no supieran que Jerez, con sus esqueletos de hormigón, sus grúas con herrumbre, estaba en quiebra.

Más allá de ese fracaso, según se mire lo que entendamos por fracaso, más allá de que Jerez sea el lugar que habría que fotografiar para explicar qué fue el estallido de la burbuja inmobiliaria, lo que se ha producido en Jerez ha sido un fracaso de la política. Pedro Pacheco, alcalde desde 1979 hasta 2003, se encuentra en prisión por haber contratado a dos personas de su partido para que no hicieran nada; la que fue alcaldesa socialista Pilar Sánchez suma dos condenas que es más que probable que la conduzcan al mismo lugar. Tampoco ella está condenada por haberse llevado dinero, sino por haber utilizado dinero del plan Zapatero para pagar nóminas. La actual alcaldesa, la popular María José García-Pelayo, es investigada por el juez Ruz por si entregó sin concurso la instalación de un stand en Fitur a una empresa de la red Gürtel.

Durante un tiempo, un día sí y otro también, exceptuando los fines de semana, había algún grupo de ciudadanos enfurecidos que protestaba ante las puertas del Ayuntamiento. Era así porque el Ayuntamiento, durante años principal empleador de la ciudad, empleador a dedo, un generador incesante de enchufes, debía dinero a todo el mundo. El Ayuntamiento de Jerez era el mismísimo habitante del ático del número 13 de la Rue del Percebe. Y eso supuso lo nunca visto: que casi dos centenares de trabajadores municipales se fueran a la calle.

¿Cómo fue posible que Jerez llegara a tener una deuda de 1.200 millones de euros, o lo que es lo mismo, prorrateando, que cada jerezano debiera 5.100 euros, o lo que es lo mismo, que la propia alcaldesa reconozca que para normalizar su deuda la ciudad necesitaría 43 años con el cinturón ajustado?

Sólo se puede explicar por el derroche, por la grandiosidad, por unas políticas públicas manirrotas. Y algunas cosas más. Que un Ayuntamiento fuera propietario de un circuito que se usa los días que se usa, que construyera y gestionara uno de los mejores campos de fútbol de Andalucía, que corriera con la factura de unos Juegos Ecuestres mundiales... Todo esto sucedía mientras el casco histórico se deterioraba alrededor de un solar de una entelequia, la Ciudad del Flamenco, cuyo proyecto se encargó a dos de los arquitectos más caros del mundo, Herzog y De Meuron. Todo esto sucedía mientras se creía en inversores fantasmales, como unos que se llamaban Euroamerican, que iban a hacer de Jerez un Palm Beach sin Beach y que eran unos timadores. A cambio sí llegaron otros inversores, chinos, que se hicieron con algunos establecimientos emblemáticos. Todo esto sucedía mientras se tanteaba de manera errática un modelo económico que sustituyera al monocultivo bodeguero. No fue el turismo, no fue la transformación agroalimentaria, no podía ser la tecnología en una sociedad con una notable falta de preparación... fue, una vez más, el ladrillo. El ladrillo, amparado por planes urbanísticos expansivos, hizo crecer la ciudad a lo ancho con urbanizaciones de unifamiliares que con espíritu de conquista traspasó fronteras absurdas. Una ciudad abarcable se convirtió en una carísima -alcantarillado, parques, jardines, conducciones de agua y luz- e interminable sucesión de casas deshabitadas. Y se derrumbó el ladrillo, que a tantos hizo ricos, que trajo una prosperidad de corto plazo, que pobló la ciudad de bares, y se acabó todo.

Las cancelas, alrededor de 2008, empezaron a caer, las sucursales bancarias, que habían aparecido como setas, emigraron. En plena crisis, abrió una inmensa superficie comercial en las afueras y el comercio del centro se desplomó. La verdad es que Jerez parecía estar en un callejón sin salida. Fin de la historia. No se podía hacer nada. Observemos cómo languidece hasta la intrascendencia una ciudad.

¿Cómo se mide el fracaso de una ciudad? Todo lo anterior sucedió, está contado mil veces. Todos esos políticos que se creían monarcas de una ciudad-Estado no vendrían a rescatarlo. Jerez ha venido a rescatarse de sí misma con las ideas de los jerezanos. A día de hoy Jerez no es una ciudad muerta. Hay vida en sus calles, aparecen pequeños comercios con curiosas ideas. Emprendedores arriesgan con modelos de negocio que huyen del disparate. Sí, no acaban de llegar grandes industrias, grandes inversores, pero ya nadie espera eso, ni nadie espera que papá Ayuntamiento te busque un puestecito. El jerezano ha descubierto que nadie va a venir a salvarle. Muchos se van, siempre ha pasado, pero otros llegan. Y muchos otros le dan vueltas a la cabeza para crear su propio modelo de salvación. Algo está pasando en Jerez. Lo mejor de Jerez es que no se resigna al fracaso.

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