Alberto Rodríguez. Director y guionista de cine

"En cierto modo, vemos a Roldán todos los días en el telediario"

  • 'El hombre de las mil caras', la nueva película del sevillano, llega a los cines tras su estreno en el Festival de San Sebastián.

Traficante de armas en África, gigoló en sus días de juventud, estafador transnacional, diplomático, casi banquero y famoso espía, que ya es paradójico, Francisco Paesa es uno de esos personajes turbios e inverosímiles -como inventado por Le Carré, pero exiliado en una tasca de bocadillos de calamares- que, incluso a nuestro pesar, acaban resultando fascinantes. Él es El hombre de las mil caras, el protagonista (encarnado por Eduard Fernández) de la nueva película de Alberto Rodríguez. A partir de un libro de Manuel Cerdán, el director y guionista sevillano se aproxima a la figura de Paesa cerrando el foco sobre sólo una -la más célebre- de sus dudosas hazañas: la fuga y posterior captura del ex director de la Guardia Civil Luis Roldán tras uno de los paradigmáticos episodios de corrupción en los estertores del felipismo. José Coronado, Carlos Santos, Marta Etura y Emilio Gutiérrez Caba completan el reparto de la película, que tras su estreno en San Sebastián, donde aspira a hacerse un hueco en el palmarés, llega a los cines.

-¿Qué significa para usted la historia de Francisco Paesa?

-Cuando leí el libro de Cerdán, aunque sabía de la existencia de Paesa, me sorprendió, encontré a un personaje mayúsculo, único. El libro abarca 40 años: empieza en Guinea Ecuatorial en los tiempos de la descolonización, con él intentando fundar un banco con la ayuda del dictador del país, y se cierra en 2006 con un magnate ruso buscándolo para ajustarle las cuentas porque le había estafado 10 millones de euros. Un tipo que es capaz de mantenerse tanto tiempo en el alambre, viviendo de esa manera, ha de tener un magnetismo brutal. Y además lo llena todo de literatura, es un gran fabulador de cuanto ocurre a su alrededor y de su propia persona, lo cual es alucinante. Luego está el aspecto moral, claro, y ahí, bueno, es todo ya más reprobable...

-En múltiples campos, además. Estuvo en tantos fregados que su vida daría para una serie. ¿Por qué decidieron Rafael Cobos (su guionista habitual, también en esta película) y usted centrarse en el episodio de Roldán?

-Al principio escribimos una versión mucho más larga, tratando de abarcar toda la vida de Paesa. Pero desde un punto de vista económico, y también por el metraje que suele tener una película comercial, eso era inabordable. Al final decidimos ser más realistas y centrarnos en el asunto Roldán, el gran hit, digamos, de todas sus andanzas. Y sí, sin duda daría para una serie. Es más, si ese formato hubiera estado aquí más en boga en el momento en que se inició este proyecto, hace cinco o seis años, probablemente hubiéramos preferido rodar una serie.

-Cambia de escala en esta película: del medio rural viciado de La Isla Mínima a las y los grandes capitales, en el sentido urbano y geográfico y en el corrupto. ¿Impuso eso ya desde el origen el tono de la película, tan distinta a sus trabajos anteriores?

-Sí, claro. De hecho eso precisamente fue lo más complicado, encontrar un tono. A veces la película pasa de ser un thriller de espías a un vodevil, y en algunos momentos es prácticamente una farsa. En todo momento tratamos de que no se perdiera la tensión, aunque a veces nos vamos a algo más cercano a la comedia. Pero es que, recordando los hechos reales, así es como ocurrió, más o menos.

-El Roldán de la película recuerda algo que le dijo su padre, que el problema de España son los españoles. ¿Definitivamente no tenemos remedio?

-No lo sé... Yo soy optimista. Pienso que todo esto tiene solución. A la larga, quizás... Pero hay que hacer un trabajo de educación muy profundo. De todas formas, yo aconsejaría al espectador que se asome a ver la película que lo haga desde un punto de vista muy irónico, porque la película no deja de serlo. Es un encuentro entre grandes mentirosos, y no creo que lleguen a decir tres verdades seguidas, por lo que cada frase hay que ponerla en cuarentena.

-Los demás políticos que aparecen en la película, los ministros Asunción y Belloch, "el cochero de Drácula", ofrecen una imagen desoladora, por incompetencia o mero arribismo...

-Así es, sí, pero yo no creo que todos los políticos se definan por lo que sale en esta película. Además, hay que tener en cuenta no sólo lo que decía antes sobre la ironía de la película, sino el hecho mismo de que quien emite juicios de valor en ella es un personaje envuelto en los acontecimientos, es él [el piloto Jesús Camoes, interpretado por Coronado] el que opina y narra, siendo muy parcial además. A mí me gusta pensar que esa manida frase de que todos los políticos son iguales no es cierta. Pero reconozco que una de las razones por las que aceptamos hacer la película fue la sensación de que en cierto modo seguimos viendo la historia de Paesa y Roldán todos los días en el telediario de la noche. Es decir, no tanto por el valor histórico como por la constatación del problema irresuelto.

-Al cine español le cuesta contar la historia más reciente del país. ¿A qué cree que se debe?

-Pues no lo sé, pero lo que sí sé es que hacerlo es realmente complicado. Es una pregunta que nos hicimos Rafa y yo también... A mí desde luego me parece que es sano que una sociedad sepa ponerse delante de un espejo, y creo que la nuestra es lo bastante madura para hacerlo. Pienso por ejemplo en Negociador, de Borja Cobeaga, que trata un tema muy complejo y muy cercano, y que a mí me parece una película estupenda. Es difícil mirar atrás con no demasiada distancia, entre otras cosas hay más riesgo de equivocarse, supongo, pero merece la pena intentarlo.

-Tras el fenómeno que suscitó La Isla Mínima, ¿es posible rodar una nueva película olvidándose de las enormes expectativas?

-Imposible. Esa presión la sientes, indudablemente. Nuestra tarea es hacer una película mejor que la anterior, siempre, y ya, que tenga más o menos éxito... Hay demasiados factores. Si nos apeteció hacer esta película fue también porque sabíamos que sería muy diferente a la anterior. Eso lo hemos hecho pretendidamente, alejarnos mucho de La Isla Mínima para evitar las comparaciones, que en este caso serían especialmente odiosas porque no es nada fácil repetir un éxito así. En todo caso yo, desde que empecé en esto, siempre lo he vivido igual: hasta que no se demuestre lo contrario, uno siempre está haciendo su última película.

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