Cine

Buena idea, gran película, geniales interpretaciones

El discurso del rey. Reino Unido, 2010, Drama histórico, 118 minutos. Dirección: Tom Hooper. Guión: David Seidler. Intérpretes: Colin Firth, Helena Bonham Carter, Geoffrey Rush, Michael Gambon, Guy Pearce. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Danny Cohen. Cines: Cervantes, Cinesur Nervión Plaza 3D, Metromar.

Es así de fácil. Y de difícil. Primero encontrar una buena idea argumental en la que se crucen el prestigio de la historia, el gusto voyeur por que la cámara nos introduzca en la intimidad cotidiana y humana de los grandes personajes que la protagonizaron y la emoción derivada de la convulsión e importancia del momento histórico elegido.

Después desarrollar esa idea argumental a través de un guión que perfile exactamente los personajes, que administre con habilidad los diferentes registros tocados (políticos, históricos, humanos: públicos e íntimos) y que haga ficción la realidad histórica hasta el punto de que asistamos a su desarrollo como si no supiéramos qué va a pasar.

Llegado a este punto el guión necesita revestirse de carne (elección de los actores) y hacer nacer un mundo para ellos (dirección artística). Tras ello sólo queda poner al frente a un realizador capaz de exprimir los elementos puestos bajo sus órdenes. Si todo se desarrolla así, el resultado es una gran película que deja contento a todo el mundo -quienes la hacen, la ven, escriben sobre ella y son jurados de premios y certámenes-; menos a esa minúscula pero ruidosa porción de críticos convencidos de que una buena película necesariamente ha de construirse sobre las ruinas del cine que ellos consideran clásico o académico. Éste es el caso del que de momento es el estreno mayor de estas navidades.

La idea argumental El discurso del rey no puede ser mejor, ni sumar más elementos históricos y humanos con posibilidades de desarrollo dramático. Cuando en 1936 el traidor Eduardo VIII abdicó para dedicarse a la millonaria americana Wallis Simpson, desertando de sus responsabilidades mientras crecía el peligro de la amenaza de la Alemania nazi con la que mantenía cordiales relaciones, subió inesperadamente al trono su hermano con el título de Jorge VI. Tímido y acomplejado por su tartamudez, la corona le supuso un sacrificio y un tormento; pero también fue su gloria al encabezar la heroica oposición inglesa al nazismo entre 1939 y 1945 sin abandonar Londres.

Sobre este hallazgo argumental sabiamente extraído de la historia el veterano David Seidler, autor del espléndido guión de Tucker (Coppola, 1988), ha construido un guión perfecto por su habilidad para deslizarse del drama a la comedia y por su capacidad para jerarquizar personajes y situaciones en cuatro planos: el retrato impresionante de Jorge VI, la intimidad de amistad y lucha entre el monarca y su logopeda, la galería de personajes secundarios que son figuras históricas de primera fila y las líneas de alta tensión política de la época.

El excelente guión fue convertido en un mundo creíble -la corte inglesa de los años 30 y la Europa de la época- por la dirección artística de Eve Stewart, quien ya demostró su talento recreando el Londres victoriano en Nicholas Nickebly (2002), la era isabelina en Isabel I o la Inglaterra prerromántica en La joven Jane Austen. Y puesto en carne por un reparto que, junto al guión, es el acierto mayor en la preparación de la película. Imposible encontrar un Pigmalión o un Henry Higgins mejor que este Geoffrey Rush empeñado en que el rey venza su tartamudez para afrontar sus deberes públicos en esa era -Churchill, Hitler, Mussolini, Roosevelt- en la que la retransmisión radiofónica de los discursos era esencial; e imposible encontrar a alguien que interpretara mejor que Colin Firth a Jorge VI. El conmovedor retrato del rey es el centro absoluto de la película. Y el duelo entre ambos es de los que se recuerdan durante mucho tiempo.

Tras ellos, una galería de personajes secundarios interpretados por actores de primera fila como Derek Jacobi (Arzobispo Lang), Freya Wilson (la princesa y futura reina Isabel), Timothy Spall (Churchill) o Claire Bloom (la reina madre).

Si al frente de este equipo, al que hay que sumar al excelente compositor Alexandre Desplat, se sitúa a un realizador probado en el oficio por buenos telefilmes históricos (John Adams, Isabel I) que alcanzó el éxito en el cine con la original y poderosa Damned United -tal vez la mejor película sobre el fútbol de la historia del cine-, el resultado es seguro. Así de fácil. Y de difícil. Lo mejor del cine inglés que desnuda al poder de oropeles para mostrarlo -con un punto de humor- en su humana debilidad, tradición que se remonta a La vida privada de Enrique VIII; que recrea suntuosamente episodios históricos fuertemente teatralizados, en la línea de El león en invierno o Becket; y que logra equilibrar modernidad, clasicismo y academicismo, se da cita en esta gran película que se verá dentro de muchos años con el mismo interés con que hoy se asiste a su estreno.

Porque una buena historia bien escrita, bien dirigida y maravillosamente interpretada nunca pasa de moda.

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