Cultura

Una amistad excepcional

  • Se recogen las conversaciones que Joyce y Arthur Power mantuvieron en el París posterior a la Gran Guerra

Mucho cabe en este libro valioso y entretenido -también bellamente sospechoso- del que su último prologuista, el escritor David Norris, supo dar una perfecta definición: "El libro entero de Power puede compararse a una serie de diálogos platónicos intercalados con viñetas de Joyce y del pintor Modigliani". Así (y de camino explicamos lo de la suspicacia), aquí se recogen, entre estampas y retazos memorísticos, parte de las conversaciones que en el París de después de la Gran Guerra mantuvieron dos irlandeses exiliados, siendo el menos conocido de ellos el pintor y crítico de arte Arthur Power. Éste, ante la por entonces cada vez más consolidada fama de Joyce (publicado ya Ulises, trabajaba en Finnegans Wake, aún llamada en esos años Obra en marcha), se decidió a poner por escrito, una vez regresado a su estudio después de cada cita, el contenido del intercambio dialéctico con el esquivo y taciturno maestro. Pasado el tiempo, la pulcra reescritura, dialogada y en estilo directo, de estos encuentros, más que poner en guardia al lector ha introducido en la historia de la literatura al bonachón Power, ingenuo envalentonado que nunca parece estar traicionando la palabra del genio, si acaso aclarándola, puede que incluso multiplicando su alcance.

Power y Joyce forman sin duda una extraña pareja, unida no obstante por la experiencia del exilio y la raíz de la lengua materna, que precisa París por muy distintos motivos. El primero, como tantos otros en aquella coyuntura, ha necesitado sobrevivir a una guerra cruenta para buscar en el arte la única vida que merece la pena ser vivida, de ahí la intensidad para él de la llamada parisina; mientras, el segundo, encontraba en la gran ciudad ese lugar "conveniente" para su escritura, lejos de Dublín, la ciudad renegada que venía de refundar literariamente, con la sofocante religión y la opresiva atmósfera nacionalista puestas a distancia. Pero la diferencia entre la lupa y el prismático -mirar desde el meollo o la atalaya-, o entre la pasión y el pragmatismo, posiblemente constituyesen las más leves diferencias entre Power -que se topó con Joyce por primera vez, como indeseado sustituto, cuando una carnal lavandera lo dejó plantado en un bar- y el autor del Ulises, al que ya empezaban a reconocer en los lugares públicos. Y es que el albor de esta larga amistad, rota absurdamente en las postrimerías de la vida del legendario escritor, ya aquejado de una egomanía que llegó a desbaratar las últimas resistencias del campechano Power, no sólo relacionó a un habitante de Montmartre con un receloso anti-bohemio de férreos rituales, sino que alumbró la eterna reencarnación del combate entre lo clásico y lo moderno, la mesura apolínea frente al temblor dionisiaco.

Claro que esta batalla dialéctica empezaba poniendo en solfa el orden de las apariencias: el frágil, tímido y antisocial Joyce ocultaba a "un conspirador literario decidido a destruir las estructuras culturales en las que se había formado", sismógrafo de esas corrientes secretas de la vida (imaginación e instinto sexual) en las que el escritor hallaba la potencia desfiguradora de la norma y del estrecho y convencional cauce de las marcas subjetivas en el texto; por su lado, el pintor y crítico Power, habitual de los estudios en los que las distintas vanguardias seguían desmantelando la tradición a partir de los variados excesos de lo real-pictórico, se presentaba como "ajustado al clasicismo" en su gusto literario, amante de la claridad y la sencillez así como de los universos de ficción compactos: es decir, más curioso por conocer al autor de Retrato del artista adolescente que a quien acababa de desatar las furias policéntricas y los flujos de consciencia del nuevo realismo en su Ulises.

Las fricciones de estas posturas enfrentadas pero actualizadas de manera caballerosa componen el corazón de estas Conversaciones con James Joyce, ya que si Power fue de los pocos que traspasó con asiduidad el umbral de entrada al apartamento del matrimonio Joyce, lo hizo para, digamos, polemizar con respeto, si bien con cierto arrojo y sin dejarse amedrentar por la figura del literato. Aquí, entonces, se discute bastante de autores y estilos, propuestas para un diálogo que Joyce suele recibir con incredulidad y una buena dosis de malicia: Tennyson, Pushkin o Hardy soportan sus críticas a veces injustas y siempre sometidas al criterio de una hipersensibilidad por lo nuevo que le hace preferir la pluma de Dostoievski, Ibsen o Gide a cualquier representante de un realismo reglado o a quien sólo se comprometía con narrar los desarrollos de la verosimilitud. Muchas de las opiniones que aquí vierte Joyce pueden parecer caprichosas y miopes en la actualidad, aunque no hay que olvidar que, además de filtradas por la intermediación de Power, fueron expresadas en un contexto de intimidad y camaradería por alguien que ya atisbaba la fama póstuma. Menos polémicas, y esto sí que es verdaderamente valioso, son las escasas declaraciones que Joyce realiza en estas páginas sobre su obra, en especial sobre el carácter humorístico de Ulises, por entonces ya malinterpretada desde la solemnidad crítica, obra cuya radicalidad estilística y amalgama de temas heteróclitos hace descender el irlandés a los efectos de una imaginación medieval donde lo alto y lo bajo, lo sagrado y lo obsceno, iban a la par en una inextricable taracea que quizás describiera como nunca antes nuestros anhelos.

conversaciones con james joyce

Arthur Power. Trad. Juan Antonio Montiel. Universidad Diego Portales, 2016. 192 págs. 15 euros

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