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La Pelota de Papel

El doble filo de la grandeza

  • Messi disfruta su récord goleador de la Liga, que el Barça aprovechó para agasajar al 'crack'. El logro, no obstante, refuerza la obligación de que club y equipo estén a la altura del astro.

Los genios, en todas las facetas de la vida, suelen ser conscientes de su condición. Y Messi no iba a ser menos. El argentino no tiene una personalidad expansiva, se contrae tan pronto como abandona un vestuario vestido de calle. Pero en la convivencia con sus compañeros, según coinciden en la prensa cercana, Lionel ejerce como líder incontestable en el más minucioso detalle. Un castizo diría que tiene mandanga. Guasa. Marca el territorio e impone su voluntad.

Convivir al calor que da semejante astro puede llegar a ser sofocante. Que se lo pregunten a delanteros superlativos como Samuel Eto'o o David Villa. Por eso, la Pulga no ha tardado tiempo en airear su malestar por cierta corriente de opinión, en la prensa afín, que gira los focos hacia la gran estrella naciente, Neymar.

Lógicamente, el barcelonismo ha reaccionado y trata de arropar a su gran astro porque sabe que él, aún y por varios años más, es el portador del cetro. De ahí la escenificación del pasado sábado, cuando acabó la enésima exhibición de Messi ante una de sus víctimas predilectas, el Sevilla -21 goles en 18 partidos oficiales- y el club de la Riera Blanca puso en marcha su aparato logístico para expresar todo su cariño y agradecimiento al rosarino por ser ya el máximo goleador en la historia de la Liga (253 tantos). Y de paso, tratar de sofocar su malestar.

Porque más consciente aún que el barcelonismo de la dimensión de Messi... es el propio Messi. Sabe que con sólo mirar a la puerta de salida, a los posibles y acaudalados pretendientes, que son dos o tres, no más, se les han puesto las orejas bien tiesas. Aparte de esos ataques de celos con Neymar, el crack anda mosqueado con la forma en que el Barcelona está gestionando el affaire que el jugador tiene con Hacienda, además asiste desde dentro a la crisis institucional de la entidad, con Bartomeu muy debilitado, y encima barrunta -lo palpó en el clásico del mes pasado en el Bernabéu- que el Madrid puede navegar un estrato por encima esta temporada y que en el proyecto deportivo de Zubizarreta pueden aflorar grietas. Por si fuera poco detecta, además, que en el vestuario no habita la coriácea tropa de la época de Guardiola -asunto Piqué...- y, frente a esos focos de malestar, Messi muestra su grandeza. La misma que afloró en toda su plenitud ante los sevillistas, como solía hacer hasta que un día se ofuscó.

Volvió la mejor versión de un jugador que puede llevar al fútbol a cotas desconocidas, antes no alcanzadas, si es que no lo ha hecho ya a sus 27 años. Cada vez que su estrella refulja de esa manera, el Barcelona será un equipo incontenible. Pero ojo: si el chico sigue molesto con algo que le incomode en el día a día, esa singular grandeza se convertirá definitivamente en un arma de doble filo para el Barça. Puede llegar la hora en que Messi se mire al espejo tras otra de sus gestas y su propia grandeza lo convenza de que no se siente correspondido. Que se vea convencido de que entre su aportación y lo que recibe del entorno azulgrana medie una distancia insalvable.

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