Ouka Leele. Fotógrafa, pintora y escritora

"El colegio es un paréntesis que acorta la vida, la esencia"

  • Empezó sólo con la Nikon y fue protagonista de la Movida madrileña. En sus últimos trabajos asume el punto de inflexión digital en la fotografía.

Ouka Leele. Inédita es la antología fotográfica que Bárbara Allende Gil de Biedma, más conocida como Ouka Leele, exhibe en la Casa Colón de Huelva, en el marco del Festival Latitudes. Esta retrospectiva, que vio la luz tras la concesión del Premio Nacional de Fotografía en 2005, recorre la trayectoria de la protagonista de la Movida madrileña a través de sus imágenes en blanco y negro, sus pioneras obras coloreadas y sus últimos trabajos, en los que asume el punto de inflexión digital en la fotografía.

-¿Cómo mantiene la pasión por su trabajo?

-No se acaba nunca, lo tengo desde que nací porque sí. ¿Cuándo has dejado de tener ganas de beber agua? No me lo he planteado porque nunca he dejado de tener sed.

-¿Su creatividad va en los genes?

-Estaba en la infancia. Luego empieza el colegio y te dicen que hay que hacer otras cosas, cortando tus alas, tu forma de ser y actuar. El paso por el colegio obliga a  igualarte, sin que se respete la individualidad u originalidad de cada ser humano. Cuando acabé esa etapa cerré el paréntesis de lo que querían los demás y volví a hilar con los cinco años de edad. Volví a hacer lo que hacía de niña. Es una continuidad de mi ser, expresado cada vez con más técnica y profesionalidad.

-¿Por eso no fue su hija al colegio?

-Como pensé que el colegio es un paréntesis que acorta la vida y la esencia, y que cada ser humano es algo especial, único, diferente y original, le pregunté  y me dijo que prefería no ir. Se ha educado en casa, pero yo no le he inculcado nada. El ejemplo es lo más importante y he respetado su forma de ser.

-¿Cómo ha ido la experiencia?

-A mí me admira, me parece una persona estupenda. Es muy trabajadora, se levanta a las siete todos los días para trabajar.

-¿Cuáles son sus escuelas?

-Tengo varias, aparte de la técnica y la filosófica. Está la escuela de la pobreza, de no haber tenido medios: empecé sin nada, sólo con la Nikon. Aprendí desde joven a hacer maravillas con muy pocos medios. Y luego está la otra escuela, la de haber rozado la muerte siendo muy joven.

-¿De ahí nace su vitalismo?

-Cuando parece que te la van a quitar, la vida se vuelve un auténtico tesoro y esa actitud se la recomiendo a todos sin tener que pasar por una enfermedad.

-¿Qué papel jugó usted en la Movida?

-No fue algo consciente pero sí había una especie de alegría y de dirección hacia la libertad. Veníamos de unos padres que habían vivido una guerra siendo muy jóvenes, tenían mucho miedo y hablaban de ella, igual que el cine español, los cantautores y los artistas protesta. Mi generación dijo: "Se acabó, somos muy libres y no queremos seguir viviendo esa guerra porque no la consideramos nuestra". Rompimos con todo y aparecimos como individuos creativos porque en el movimiento artístico de la Movida cada uno era diferente. Lo que yo hacía no podía parecerse nada a lo que hacía Alaska, aunque el nexo fuera la libertad y la investigación personal.

-¿Tiene relación con los artistas de aquellos años?

-Sí, como con las amigas del colegio. Casi son como hermanos, nos conocimos con 17 años.

-La época actual también es convulsa. ¿Cómo vive los cambios?

-Me da mucho miedo lo negro, oscuro, violento y feo, pero espero que sea un cambio hacia algo mejor, un renacer, un comienzo de una humanidad mejor.

-¿Qué opina de Podemos?

-Me parece muy ilusionante. Son caras nuevas y hay que dar paso a la gente joven. Estoy de acuerdo con sus críticas sobre el bipartidismo, sobre que siempre están los mismos y que da igual la izquierda o la derecha. No comparto que siga habiendo izquierdas y derechas, necesitamos otra cosa. No hay que tener miedo, no pasa nada. Si lo hacen bien, muy bien, y si no, pues no se les vuelve a votar.

-¿Qué le llevó a a hacer una obra para Sálvame?

-Tenía mucha resistencia a hacerlo. No había visto la tele, aunque sí a Belén Esteban en los periódicos. Al conocerla, me ha parecido muy buena gente y muy cariñosa. Lo que pasa es que no puedo decir nada del programa porque no lo he visto, aunque da la sensación de que se gritan y se critican unos a otros. Cuando me lo encargaron yo estaba trabajando en Asturias y fue mi hija la que cogió el encargo. A ella le divertía mucho que lo hiciera. Todo el mundo piensa que me he forrado, pero negocié mal el dinero.

-¿Resultó interesante?

-Me interesó mucho la superproducción, eso de venir de la pobreza productiva y que te pregunten: "¿Qué quieres: vestidos, decorado, ropa, maquilladores?". La foto tiene el interés de estos personajes que, por lo que sea, sociológicamente, son seguidos por el pueblo. Es un fenómeno a estudiar, aunque yo no lo entienda. 

-¿Cómo los concibió?

-Les veía como dioses de un extraño olimpo, estaban ahí, endiosados. Cuando veo la obra, no sé si es un teatrillo chino, un cuento o una estampita  de dioses hindúes.

-¿Cuál es la parte más difícil de su trabajo?

-La que tiene que ver con quién paga lo que haces. Si todos trabajan para crear una maravilla no hay problema, pero a veces te encuentras con un montón de egos y envidias. Eso es horrible.

-¿Cómo fue el primer momento digital?

-Fue un susto porque ya tenía el oficio, como un zapatero tiene sus cueros, clavos y martillos. Se me rompió la  Nikon F, mi talismán, y cuando la quise arreglar me dijeron que no, que lo que querían es que me comprase una digital. Y en el laboratorio me indicaron que ya no existía el cibacron, que era el papel que yo usaba, porque entonces ya se usaba el plotter. Y yo pasaba el dedo con saliva sobre la tinta y se corría. Pensé: Dios mío, que horror, esto se acaba.

-¿Cómo fue la reinvención?

-Siempre he estado pintando las fotos y dibujando, lo sufrí y no lo sufrí. Porque me dirigí más hacia la pintura. Hice dos libros de serigrafía y me dieron el Premio Nacional de Bibliofilia con uno de ellos. Y el director de estos libros me puso en contacto con el alcalde de Ceutí y me encargaron un mural de 300 metros que fue el hilo conductor de una película que hizo Rafael Gordon. Fueron dos años dedicados a la pintura y en 2005 me otorgaron el Premio Nacional de Fotografía. Pensé: por un poco me espero y que me den el de pintura.

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