Crónica personal

Pilar Cernuda

Rivera en Venezuela

El líder de C's viajó a Caracas dejando varios serios problemas en España, aunque hace como que no lo son.

Dejó en España varios problemas serios aunque hace como que no lo son y se fue a Venezuela. Muy buena manera de iniciar la campaña electoral, aunque conociendo a Rivera seguro que le pudo más el interés por la complicada situación que ha provocado el chavismo, y abrir el campo hacia su proyección internacional -hasta ahora prácticamente nula- que capitalizar el viaje en votos. Por otra parte se quita de en medio unos días, precisamente cuando se hacen públicas las listas en las que se demuestra que las primarias sirven para poco. Influyen menos que el poderoso dígito del dirigente nacional. Los cambios en las listas han provocado incendios en un puñado de sedes de Ciudadanos, sobre todo en La Coruña, así que la visita a Caracas ha sido providencial.

El viaje de Rivera ha sido muy distinto al de Zapatero de hace unos días. Rivera fue invitado por la Mesa de Unidad Democrática, que cuenta con la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, cuya autoridad no reconoce Maduro; Zapatero, invitado por tres ex presidentes latinoamericanos que creen que la Comisión de la Verdad creado por Maduro es la panacea, la fórmula para lograr acuerdos entre Gobierno y oposición. El presidente venezolano se deshizo en sonrisas con Zapatero, pero no se vio con Rivera. Rivera intervino en la Comisión de Exteriores de la Asamblea, habló por teléfono con Leopoldo López, en prisión, y no fue autorizado a verse con otro importante preso político, Antonio Ledezma, que cumple arresto domiciliario por presunta traición. Es la fórmula habitual con la que Maduro intenta deshacerse de sus adversarios.

Rivera pidió información a la Asamblea sobre la ayuda económica que los Gobiernos de Chávez y Maduro han prestado a Podemos. Sorprende que no lo haya hecho Zapatero días atrás, que tampoco denunció la falta de libertades, la inseguridad, la miseria y la carencia de los alimentos y medicinas más básicos a las que ha conducido la llamada "revolución bolivariana". Que no lo haga Pablo Iglesias se comprende.

Se adjudica a Felipe González la frase de que los ex presidentes son como jarrones chinos, muy valiosos pero nadie sabe dónde colocarlos. La historia de España y de fuera está plagada de ejemplos de ex mandatarios -no solo presidentes de Gobierno- que no han sabido acomodarse al prefijo ex; o al contrario, que siendo conscientes de que habían perdido el mando, veían cómo sus sucesores marcaban distancias como si tuviera miedo a que tratara de inmiscuirse en asuntos que ya les eran ajenos o deberían serle ajenos.

Felipe Gónzalez puede ser ejemplo de esto último. Aznar en cambio, desde el primer momento, se situó en un plano de superioridad frente a Rajoy que con frecuencia resultó irritante.

Rajoy ha demostrado paciencia infinita ante determinadas declaraciones o iniciativas de Aznar. Este país se juega su futuro y Aznar debe saber mejor que nadie que los dos partidos con experiencia de Gobierno y capacidad de sacar a los españoles del atolladero son PP y PSOE, y que sería una tragedia que Podemos se hiciera con el poder. En ese terreno es donde debería trabajar Aznar, en lugar de meter el dedo en el ojo de los que se supone son sus compañeros. O eran sus compañeros.

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