Salud sin fronteras

José Martínez Olmos

Escuela de pacientes y éxito

ENTRE las consecuencias de los importantes avances médicos y de las mejores condiciones de vida en las sociedades avanzadas, se puede señalar que tenemos un patrón de morbilidad que se caracteriza por una importante presencia de enfermedades crónicas. Muchas de ellas hace pocos años tenían un curso de acción rápido que podían finalizar incluso en el fallecimiento prematuro del paciente. Los pacientes crónicos son ahora el grupo al que mayoritariamente dedica sus esfuerzos asistenciales nuestro sistema sanitario y, de hecho, el mayor porcentaje de gasto en salud va destinado a las enfermedades crónicas. Esta realidad condiciona la aparición de iniciativas de diverso tipo que pretenden conseguir una redefinición de la estructura organizativa de nuestro sistema de salud para hacerlo más eficaz a la hora de responder a las necesidades asistenciales de este tipo de pacientes.

Hoy quiero llamar la atención sobre una iniciativa pionera que hace unos años puso en marcha la Escuela Andaluza de Salud Pública (EASP), con sede en Granada. Me refiero a la escuela de pacientes que es una gran idea que nació en su momento como un punto de encuentro para compartir experiencias entre pacientes, familiares, personas cuidadoras y profesionales.

Para los responsables de la escuela, ser paciente equivale a ser persona experta en su enfermedad y, por tanto, una persona que puede enseñar a otras cómo vive, cómo se siente y qué la hace mejorar. Y de igual forma, consideran que las personas cuidadoras pueden transmitir sus conocimientos y habilidades a otras que se están iniciando en los cuidados. Esta iniciativa de la EASP se va a replicar de manera imparable en sistemas sanitarios de nuestro entorno porque acierta de lleno en hacer operativo un objetivo compartido por todos desde hace años: poner como centro del sistema sanitario al paciente.

No hay mejor forma de hacer posible ese objetivo que propiciar que los pacientes, en base a la experiencia real de la enfermedad que padecen, puedan ejercer un papel activo y responsable sobre su salud y además sugieran las mejoras organizativas que puedan satisfacer sus necesidades.

Con su labor, la escuela de pacientes aprende de parte de pacientes y familiares la visión que tienen tanto de la enfermedad, como de la respuesta que reciben del sistema de salud y al escucharles, favorecen que sea más fácil responder a sus necesidades de información, formación y conocimiento. Y junto a ello, se abre la posibilidad real de que el paciente crónico pueda formar a otros pacientes e incluso a los profesionales. Es una forma real y concreta de participación del paciente en el sistema de salud y es una experiencia de la que debemos sentirnos orgullosos. Tengo que reconocer que me gusta que se centre en el paciente en lugar de en el enfermo; la mayoría de los profesionales vemos al enfermo como paciente y eso implica muchas cosas. Para mi, implica que hay una persona que sufre la enfermedad y sus consecuencias de manera concreta y personal y no de manera genérica e impersonal. Si además de escuchar al paciente, se incorpora y escucha a los familiares y/o cuidadores del paciente, se completa así un abordaje más integral de la dimensión de la enfermedad y de sus consecuencias.

Fíjense que la extensión de experiencias de escucha a los pacientes para la reorganización de la respuesta asistencial es una línea de acción que en la mayor parte de las situaciones requiere poca o ninguna inversión y puede aportar más eficacia asistencial e incluso, ahorro en gastos innecesarios.

Por todo eso, mi enhorabuena a los responsables de la escuela de pacientes y mi gratitud a los pacientes que colaboran en sus múltiples actividades.

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