ANÉCDOTAS DEL JEREZ. 'Los señores del Sherry'

Nuestros vecinos los Osborne

  • La bodega cumple más de 230 años pero continúa todavía bajo control familiar. Un breve paseo por la historia de sus protagonistas

El universo Osborne es inmenso e interminable, tan diverso y tan prolífico que podríamos llenar páginas y páginas de los más de doscientos cuarenta años de una familia que sigue comandando el negocio durante seis generaciones. La historia parece no estar escrita y es tan arduo ponerla en pie que llevaría excesivo tiempo. Hoy día, hay más de doscientos Osborne presentes en la bodega como accionistas y se calcula que pueden llegar a ser más de quinientos. El apellido de Osborne es apellido de El Puerto. “No basta con ser Osborne -se dice-. Hay que serlo las 24 horas del día, los 365 días del año”. Los Domecq doblan a los Osborne en número y, como ocurre con los de El Puerto, mantiene una legión de ramas familiares donde cualquiera corre el riesgo de perderse. También en Osborne han sido multitud los ‘cachorros’ que, desde hace largos años, diversifican su actividad profesional y se instalan en otros sectores. Desde los ochenta, ya no había sitio en la bodega.

Por tanto, visto lo visto, pasearé tranquilamente por el perfil de sus protagonistas, no entraré en vericuetos que nos compliquen más la existencia y dejaré a mi aire la anécdota cuando venga al caso. 

 

La persona que llevó a los Osborne a El Puerto fue un inglés, de nombre Thomas Osborne Mann, joven hidalgo de Exeter, Devon, que vino hasta aquí para hacer fortuna dejando atrás un  un país devastado por la Guerra de los Siete Años. Dicen que dio sus primeros pasos en Cádiz, en 1781, donde llegó a tener una veintena de bodegas que en 1810 instaló definitivamente en El Puerto. Debió ser hombre de buen ojo para el negocio porque, de inmediato, trabó amistad  con Sir James Duff y su sobrino William Gordon, que también tenían intereses en el negocio del vino. La carrera de Thomas fue fulgurante. Casó después con Aurora, la hija del apoderado de la Casa Duff Gordon, el hispanista y cónsul alemán en Cádiz Juan Nicolás Böhl de Faber, un personaje de lo más curioso que contraería nupcias con la cultivadísima dama gaditana Francisca Javiera Ruiz de Larrea, Frasquita Larrea, la gran traductora de Byron y precursora del Romanticismo en  España. 

Las catas de Irving

 

Como primogénita, el matrimonio tuvo a Cecilia, la escritora que firmaba con el seudónimo de Fernán Caballero y que se vería influenciada en sus comienzos por los consejos del gran Washington Irving.   Irving pasó en 1828 unos días en El Puerto para acabar sus Cuentos de la Alhambra y se hizo gran amigo de Böhl. Cuando Irving se marchó de Andalucía, escribe a Böhl y le hace un pedido insólito para la embajada americana en Londres:

“Me he comprometido con Mr. Lane (el ministro) a procurarle, con su ayuda, una bota de jerez viejo, que contenga buenas razones en cada copa; un  poco de ese licor con el que lady Macbeth se encargó de convencer a los pajes del rey Duncan…”

Herr Böhl cumplió con su exigencia e Irving siguió siendo cliente. En 1833 le escribe otra carta:

“Desearía que tuviese la amabilidad de enviarme dos medias botas, o como se llamen, de unos 60 galones cada una, del mejor Brown Sherry de todos. Me gustaría que fuese de extraordinaria calidad, un vino sobre el que pueda presumir y mi intención es lograr que se hagan muchos pedidos desde Boston…”

Comienza Osborne

 

La verdad es que las peticiones de Irving pudieron ser muy exigentes y aburridas pero el enorme favor que hizo el escritor promocionando los vinos de Böhl en Norteamérica no hay dinero con el que pueda pagarse.

Osborne había estado muchos años asesorando a Böhl y a los Duff Gordon en el negocio, por lo que se convirtió prácticamente en un socio más. En 1833 escrituró la sociedad con Cosmo Duff Gordon y cuando Böhl desapareció  en 1836, asumió Osborne la dirección de toda la compañía.  En 1872 Osborne adquiere las acciones de los Gordon y, años después, todos sus productos se ponen en el mercado con el nombre de Osborne.

 

Un día de 1854, El Puerto amanece de luto por la muerte del patriarca Osborne. Sucedieron a Thomas Osborne sus hijos  Tomás (ya en español)  y Juan Nicolás Osborne Böhl de Faber. Tomás se decidió por continuar con el negocio familiar, mientras Juan Nicolás tomó el camino de la carrera diplomática. Pío XI le ennobleció con el título de conde de Osborne, pero murió en París sin descendencia y, según se cuenta, en medio de una agitada vida bohemia.      

               

Su hijo Tomás fue hombre activo y entusiasta, dio un fuerte empujón al negocio y su nombre cruzó fronteras. Logró colocar sus vinos en las mesas de las más grandes casas reales del momento y como buen entusiasta taurino, promovió la tercera plaza de toros más grande del mundo. Hay una curiosidad que nos desvela Julian Jeffs sobre este asunto:

 

Y es que no estaba claro si la plaza de El Puerto se construyó por puro altruismo o como empresa comercial, pero cualquiera que fuese el motivo, resultó ser un fracaso. “Detrás de todos los toreros españoles hay una siniestra compañía de agentes, organizadores y directores. La mayoría son gitanos, al igual que muchos matadores, y su ética es similar a la de los tratantes de caballos en los hipódromos. Sus astutas prácticas se alejaban mucho de lo que los Osborne entendían como un negocio legal, así que el dueño, completamente desesperado, se las arregló para vendérsela a un  almacenista con mentalidad política...”

 

Había casado Tomás en 1860 con la tinerfeña Enriqueta Guezala, que le había dado hasta ocho hijos: Cinco de ellos, Tomás (segundo conde de Osborne), Rafael, Juan, Fernando y Roberto se pusieron manos a la obra en el negocio vinatero. 

Otro Tomás

 

La sucesión al frente de la compañía es una auténtica sucesión de nombres, todos ellos con parentesco entre sí. A Tomás le sucede su hijo el segundo conde de Osborne, otro Tomás, Tomás Osborne Guezala, hasta 1935, cuando fallece. Hay algo quizás desconocido por muchos que se refiere al negocio que Tomás y su hermano Roberto fundan en 1904 en Sevilla: es la firma cervecera ‘La Cruz del Campo’. Roberto está considerado como uno de los cien mejores empresarios españoles del siglo XX. Tuvo visión de futuro, apostó por un producto poco conocido como la cerveza frente a un mercado tan vinatero como el andaluz, por lo que su capacidad de innovación era admirable y, de paso, contribuyó  a la solución del paro, endémico entre los jornaleros andaluces.

 

Más nombres: Al segundo conde de Osborne le toma el relevo al frente de la compañía su segundo hijo Ignacio Osborne Vázquez, tercer conde de la Casa, que ocupa la dirección hasta su muerte en 1972.  Esta etapa es muy importante para la bodega de El Puerto: Se inició la producción de brandy, se encargó al artista Manolo Prieto la creación del símbolo del toro, cuya primera valla se levanta en la localidad madrileña de Cabanillas de la Sierra y, por fin, ve la luz Odisa, la primera empresa comercializadora y distribuidora de un grupo bodeguero.

Pero el creativo de la familia era Rafael Osborne MacPherson, primo de Ignacio, a quien se debe la elección del toro como símbolo corporativo de toda la compañía.

“El ejemplo de mayor eficacia iconográfica existente en el mundo”, como se ha definido. Y no sólo eso. Impulsó también aquellas campañas de publicidad de ‘Veterano’ con las primeras insinuaciones ‘eróticas’ de TVE a cargo de Elena Balduque -que hacía pareja con el jerezano Antonio Pica-, a la que Fraga ‘consintió’  más que a ninguna, pero menos de lo que Rafael Osborne consentiría a Macarena, la única hija que tuvo de su matrimonio con la norteamericana Claudia Heard.

La dueña del 'Joy'

 

Estaba claro que Rafael era todo un personaje. Sus amistades llegaban hasta el mismísimo Dalí, a quien encargó en 1964 el diseño del brandy ‘Conde de Osborne’, esa conocida  edición limitada de mil botellas que el catalán inmortal realizó junto al ceramista Antonio Cumella y el escultor Xavier Corbero.  

 

Bueno. Y Macarena... Macarena, que nos dejó hace casi dos años, había heredado de su padre, además de la fortuna, toda su personalidad. Y de su madre, rica hasta aburrir por su pertenencia a una familia petrolera de Texas y famosa por sus sofisticados modelos y sus espectaculares pamelas, la belleza y una gran independencia y amor por la libertad.  Dejó a su marido Juan Carrillo de Mendoza, cogió a sus hijos, se puso la familia por pamela, el mundo por montera y se fue a vivir junto al torero Agapito Sánchez Bejarano. Durante los ochenta, fue propietaria del palacete de la finca ‘El Cerillo’, donde Pedro Trapote gestionó la enorme discoteca de ‘Joy Sherry’ y mantuvo una fortísima amistad con el diseñador Balenciaga.

 

Se ve que los toros y los toreros tiran mucho a las Osbornes: Cuando José Luis Galloso ya era un torero de postín, fue a entrenarse a la finca ‘Coto Caravales’. Allí estaba Rocío, de 19 años, hija del propietario Melgarejo Osborne. Rocío y el torero se enamoraron pero la relación no era bien vista por sus padres. Galloso era famoso, rico y buena persona pero también hijo de un empleado de bodega. El noviazgo fue a escondidas y, al final, como ocurre siempre, la joven logró casarse con el torero.

La consulta de la Reina

 

Entretanto, la compañía prosperaba. En la segunda mitad del pasado siglo, Antonio Osborne Vázquez despliega los planes de diversificación: se compra ‘Anís del Mono’, se introduce en el mundo de los jamones con Sánchez Romero Carvajal y acomete la compra de la finca de Malpica del Tajo, en Toledo, para el desarrollo de nuevas varietales.  ¡Ah!, y además, para mayor orgullo de la Casa, sus brandies son consumidos en el Palacio de la Zarzuela. Aunque con el ‘Gran Reserva Conde de Osborne’ que se sirve en Palacio ocurrió una anécdota  que muestra, una vez más, el tacto y la sensibilidad de la Reina. Doña Sofía había pedido autorización a Osborne para trasvasar el brandy de la botella a una licorera. El  motivo fue que la botella diseñada por Dalí  era “demasiada ostentosa y llamativa”. 

 

El resto de esta breve historia es el traspaso de poder  entre Enrique Osborne MacPherson, Tomás Osborne y Vázquez y, por fin, su hijo Tomás Osborne Guerrero Cívico, presidente del consejo desde 1996 que dirige la compañía con resultados más que aceptables  para estos tiempos, en unión de su primo Ignacio Osborne Cólogan. Todo queda pues en casa, en una compañía donde todos sus accionistas se llaman Osborne y en cuyo consejo de administración están presentes tres de las ramas familiares más importantes: los Vázquez, los Guezala y los Domecq, estos últimos a partir de  la unión en 1928 entre María de los Ángeles  Domecq y Rivero y José Luis de Osborne Vázquez.

Han pasado 240 años de aquel Thomas Osborne y seguimos ahora con otro Tomás Osborne. 

¿Quién ha visto nada igual? 

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