Jerez

"Cuando nos supimos espiadas todas chillábamos, gritábamos"

  • Las afectadas por voyeurismo en un gimnasio aseguran que el acusado "se sobrepasaba"

El juicio contra Diego M. M., copropietario de un gimnasio acusado de grabar a sus clientas en los vestuarios y duchas, quedó ayer visto para sentencia. La vista, celebrada en el Juzgado de lo Penal número 1, contó con más de 30 testigos. La petición no es elevada, ya que por artículo 197.1 del Código Penal se le solicita una pena de un año de prisión e indemnizaciones de 2.000 euros para cada una de las dos decenas, aproximadas, de afectadas.

Según lo visto ayer en la sala, las testigos vinieron a decir que en la zona de vestuarios y duchas pasaba algo raro. Según dijo una de ellas, se percató de que en el techo había un orificio "mal hecho" a través del cual "se veía una especie de cristal que brillaba" cuando la afectada cambiaba de posición. Una de ellas dijo que tal sospecha surgió en abril o mayo de 2006. Fue ya en julio cuando en otro punto del techo apareció otro orificio, esta vez menos chapucero, "mejor hecho" dijo una de las testigos, y el hecho de que apareciera un "pilotito rojo" encendió todas las alarmas. Ni que decir tiene que las socias del gimnasio se preocuparon seriamente de que su intimidad estuviera siendo violada y, obviamente, comenzaron a pedir explicaciones. Contactaron con el hermano del acusado, de nombre Javi, a quien instaron a que retirara el artilugio. Este en principio dijo que era un "tubito" pero finalmente, ayudado por una escalera, sacó la cámara. Mucho intentó la defensa (ejercida por uno de los abogados de Ortega Cano en el caso que ya le mantiene en prisión) en intentar demostrar que la cámara -una microcámara para más señas- fue de aquí para allá perdiéndosele el control. Todo fue en vano. Las mujeres espiadas rodearon al hermano del acusado y algunas de ellas vieron cómo era entregada a los agentes del orden sin que hubiera sido perdida de vista en ningún momento. Lo de la cadena de custodia, ya se ve, no funciona siempre. Otro asunto en el que las testigos coincidieron -y también algún hombre- era que el tal Diego M. M. dedicaba mucho más tiempo a las mujeres del gimnasio que a lo hombres. Algunas socias aseguraron que se arrimaba más de lo que podría considerarse como correcto o adecuado.

Además de las afectadas, que reconocieron hechos tales como que "desde entonces no hago más que mirar a todos los techos" o que "llorábamos y gritábamos" tras comprobar que había cámaras donde se desnudaban, también testificaron empleados y responsables de la tienda donde, presuntamente, Diego M. M. compró la microcámara. ¿Le reconocieron? Sí, como un cliente de esos "que van de 8 a 10 veces al año", aunque no certificaron que fuera él quien compró la cámara. Lo que pudieron atestiguar es que a lo que sí iba era a interesarse por sistemas de control por cámaras.

El caso en sí tiene más interés por el daño moral presuntamente causado a las víctimas que por las consecuencias penales, como ya se ha señalado.

Un hecho que no se puede pasar por alto es que los hechos en cuestión acaecieron en julio de 2006, es decir, hace casi 8 años. Hubo casos de testigos que, literalmente, recordaban a episodios, sin una visión global. Tanto es así que, al contrario de lo que suele suceder, uno de ellos incluyó datos nuevos en su declaración los cuales fueron obviados cuando testificó ante la Policía Nacional. Estas dilaciones indebidas serán tenidas en cuenta, a buen seguro, por el tribunal si lo estima conveniente.

¿Qué se hizo con estas imágenes? Pues no se sabe. A lo más a lo que se llegó a sospechar es que el acusado se ausentaba del gimnasio cuando sus clientas se iban a la ducha y desde su coche aprovechaba para ver las imágenes en una pequeña pantalla (tablet u ordenador). Varias personas lo vieron, aunque nadie pudo atestiguar qué era lo que veía en la intimidad de su asiento de atrás.

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