Jerez

Chismes de verano

  • El caprichoso 'spanglish' jerezano, algunas confusiones absurdas, los galácticos en Jerez y otras hierbas

Ahora que andamos chuchurríos por este lorenzo que día a día nos sorprende y que ya nos acechan las antipáticas moscas de la vendimia y la peste de la azucarera, qué mejor que recordar algunos sucedidos del vino de Jerez plácidamente en un butacón padaleando un copazo de Solera 1847, a ver si cambiamos una miaja la cara que se nos ha quedado.

Por cierto, el 'cream' Solera 1847 que, como ya sabréis, comercializan -y con mucho éxito- los González, era la bebida favorita de Blanca de la Quintana, la última niña de El Altillo, brava y guerrera ella. Cada tarde, a las 5 en punto, y eso lo he visto yo con estos ojos, tomaba su té en uno de los bow windows del palacete victoriano. El bow window, o 'arco de la ventana' en inglés, el salidero de un salón con mirador, no creo que encuentre una 'derivación' jerezana de las que nos gusta hablar. Pero es que, a veces, nos empeñamos en hacer el habla más difícil: Pedimos una copa de Don Zolio, cuando lo más sencillo sería decir Don Zoilo. Cuando se hablaba del exitoso don Guido, se decía Don Güido, más retorcido aún. Es como el Grabié, mucho más complicado de pronunciar que Gabriel. Y así habrá noventa mil.

Y es que esto de los nombres y sus confusiones dan mucho de sí. Los hay para todos los gustos. Desde los siglos de los siglos. La anécdota del ingenuo turista inglés que nos contaba Jeffs es para enmarcar. Andaba el hombre por Jerez y sólo había oído hablar de un vinatero que, por supuesto, era Harvey. Le pidió a un hombre del lugar que le condujese a las bodegas de Harvey y, como quiera que los ingleses no contaban en esa época con una bodega en Jerez, lo llevaron a la de Garvey, que era la más cercana que su consejero pudo encontrar. La hospitalidad de los exportadores de jerez es proverbial, no conoce límites y todo es poco para los visitantes. El inglés estaba tan contento con el trato recibido que le escribió al cónsul británico en Cádiz contándole cuán hospitalarios habían sido en las bodegas de Harvey, "pero, ¡qué raro que en España lo escriban con G!"

¿Veis quién se adapta y no al lenguaje del país adoptivo? Los ingleses harán infinitos esfuerzos, pero la verdad es que, incluso hoy, muchísimos se niegan a aprender español. Conviven entre paisanos, en comunidad, y lo demás les trae al pairo. Pero deben hasta de callarse.

Esto quizás os suene. Aquella tarde de agosto que caía plomo derretido sobre Jerez y la señora de la casa encargó a la institutriz miss Theresa Roche llevase a los niños a la alameda Vieja, ya que se sentía una brisa fresquita llegada del mar. En esto estaban cuando se oyó un raro silbido que procedía de la calle.

- Ahí está mi amor.

La señora preguntó a miss Roche qué había visto en aquel tipo que le hacía mochales.

-Ah, tener buen tarugo.

Quiso decir la inglesita que el tal pretendiente tenía buena madera, y no era de extrañar pues se dedicó a la carpintería de blanco, oficio en el que por su formalidad y aplicación, lograría un gran porvenir. ¡Cuántos agradecimientos debemos a esas institutrices inglesas, irlandesas y francesas que educaron en la lengua de Shakespeare a muchos de nuestros jóvenes! Recordemos a miss Frances Spencer, a miss Shutteworth, a miss Johnston, a miss Page y tantas otras. Famosísima fue miss Thomas, menudita de cuerpo, pizpireta ella, siempre con su paraguas y un libro en la mano. Llegó a Jerez para prestar servicio con los Guerrero, luego estuvo con la familia Pardo, ocho niños para educarlos y enseñarles inglés, tres con el apellido De Chávarri, y ocho con el de Pardo, por ambas nupcias de doña Luisa Domecq González. Miss Thomas era una muy singular. La recuerdo con su pañuelo en la cabeza y siempre deprisa, deprisa. Mira que pasó tiempo entre nosotros; y como todo inglés afincado aquí, adoraba Jerez, le encantaba. Y como todo inglés también, jamás la pobre mujer habló bien el castellano.

Lugar preferente entre las 'nannys' tiene, por supuesto, miss Agnes Byrne, que crió a las siete 'altillanas' hijas de Cristóbal de la Quintana y de Margara González-Gordon. Miss Byrne congenió, poco a poco y de manera perfecta con las niñas hasta formar parte, literalmente, de la familia. Comenzó en 'El Altillo' con 40 años y mira que pasó tiempo que a los cien seguía allí la mujer cuidada por los desvelos de la familia. En su centenario, y como acostumbra hacer la reina Isabel II, le envió un telegrama felicitándole por su cumpleaños. Pero la anciana inglesita no andaba ya para muchos farolillos y la mala cabeza le jugó una pasada: Intencionadamente o no, el papel azul de la carta regia apareció en la papelera junto al retrete. Las niñas, horripiladas, lo descubrieron y lo lavaron con muchísimo cuidado para después ¡enmarcarlo! Y eso no lo digo yo, sino que lo cuenta Begoña en su encantador libro 'Las niñas de El Altillo'.

Pero bueno, a lo que íbamos. Para hablar mal, lo que se dice hablar de pena, ahí estaba siempre el ejemplo que nos dejó el sabio periodista Serafín Rodríguez de Molina. Porque en esto de decir disparates nadie ganaba a Peter MacKenzie, de familia vinatera escocesa, al que los jerezanos les divertía oírlo hablar. Se cuenta de él que, en una ocasión, fue invitado a un té-merienda y, al serle ofrecidas unas pastas, las rechazó:

- "Yo, de tragar, nada. Estar hasta las trancas. Hoy comerme una polla fría en pepitoria y agua pasada por huevo. Si me dan un té muy cagado, eso sí tomar".

Normal que la convivencia inglesa-jerezana generase siempre situaciones divertidas. Pero también ocurría y ocurre entre los propios, nosotros los jerezanos. Y veréis porqué.

Luis Caballero Florido, portuense él, fue un bodeguero de éxito. Falleció a los 78 años pero, a lo largo de su vida, consiguió importantes reconocimientos: Empresario del Año del Puerto en 1996, Caballero del Vino en Londres... Y cuando la compañía del 'Ponche' estaba en su mejor momento de salud, en lo más alto, decidió apartarse a una vida mejor. Gesto loable. Pero Luis, bajo esa máscara de tipo serio, escondía por dentro a un hombre divertido. Cierto día le conté esta anécdota: La de aquella criada que contrataron y que, en su primer día en la casa de los señores, miró y requetemiró para saber dónde había caido. Cuando volvió a la barriada, trató de impresionar a sus vecinas: "Trabajo en una casa buenísima -se jactaba-. ¡Con decirte que las iniciales del señor aparecen en los grifos de la bañera!" Luis lanzó una de sus sonoras carcajadas mientras se alejaba y decía: "¡Estoy deseando ir a casa para contárselo a Elma!"

Pues sí, lapsus y confusiones hay muchas, muy lamentables algunas de ellas, en la historia del vino de Jerez. Leed esto:

Iba Manuel María González-Gordon para Roma, cuando en Barcelona sufrió un desprendimiento de rutina, siendo internado en la clínica del doctor Arruga para su tratamiento. Coincidió allí con la reina de Rumanía y, al saber esto, don MM tuvo la delicadeza de enviarle como obsequio un frasco del famoso brandy 'Lepanto'. La egregia dama le correspondió con una muy gentil carta de agradecimiento en la que le decía "no haber usado jamás una loción tan maravillosa que había hermoseado de modo admirable mis cabellos".

Por cierto que andamos estos días atestados de turistas por todo Jerez, cifra record dicen. Los ingleses acuden a los renovados tabancos para preguntar por Sherry, please? y acabar, cómo no, metiéndose un 'cream' entre pecho y espalda. Pero hasta El Guitarrón, en esa bulliciosa calle que fue Bizcocheros, lo han hecho ¡los rusos! Se pirran por el oloroso seco y el palo cortado. Curioso. Algo más acorde con el vodka.

Bajemos ahora a asuntos más domésticos. Ocurrió también en verano, el verano de 1963. Acudieron en medio del sofoco a Jerez tres figuras del Real Madrid: Ahí estaba nuestro Isidro Sánchez, jerezano por los cuatro costados, casado y desengañado de Carmen Flores, y padres, en fin, de otro famoso pelotero que se llamó Quique Sánchez Flores.

Isidro llegó ese verano a Jerez en compañía del estratosférico Alfredo Di Stéfano, el 'futbolista total', y Santamaría. Visitaron la bodega Bobadilla, luego la de Williams... En fin, que si una copita aquí, que si otra allá, que si la penúltima... Total, que se la cogieron del quince los peloteros. Luego supe que Isidro y el de Buenos Aires conocían bien el jerez, que en Madrid frecuentaban años antes el tablao 'El Duende', al que tanto deben muchos de nuestros grandes flamencos, y que alternaban con los artistas entre copas de vino de la tierra.

En Bobadilla, cuando andaba por la calle Cristal, y a eso voy, coinciden ese año con un personaje singular: Se llamó Manuel Pérez García. Manuel era jefe de propaganda -como se llamaba entonces- de las 'bodegas del 103', labor que compaginaba con la de locutor deportivo de 'Radio Jerez', que es lo que verdaderamente le granjeó su popularidad. Hoy día, y ya van 46 ediciones, Jerez celebra cada año su 'Trofeo Manuel El Deportista', una iniciativa que pusieron en pie en 1967 la Juventud Católica Deportiva y la Asociación Deportiva El Pilar. Se trataba de un reconocimiento en vida al veterano periodista por lo mucho que hizo ante el micrófono en favor del fútbol más modesto de la provincia. Ahí en la foto aparece el tío, siempre en perfecto orden de revista, supervisando a fotógrafo e invitados.

Gozaba Manuel de predicamento por su programa de "Minutos deportivos". "Señoras y señores, muy buenas tardes..." comenzaba siempre este hombre tan servicial y reservado. Impagable sería escuchar de su propia boca cuando el alcalde Miguelito Primo de Rivera abandonó el palco de autoridades del antiguo Estadio Domecq para entrar en el campo y darle las del pulpo al nota del árbitro que acababa de pitar en el último minuto de partido un penalty en contra de los nuestros. El bueno de Manolo falleció en 1979 pero algunos de sus compañeros aún guardan de él sus maneras, su acusado sentido del humor y trato agradable.

- "¿Bebe usted vino, don Pío?", preguntaron un día a Baroja.

- "Me gusta muchísimo -contestó el afamado escritor-, pero me lo han prohibido. Soy artrítico".

- "¿Y siempre estuvo usted enfermo?"

- "Menos en una ocasión. Pasaba yo temporada en Toulousse con un matrimonio, polaco él, francesa ella. La señora no bebía, pero entre el polaco y este servidor de usted nos zampábamos en cada comida tres botellas de Jerez y una de champaña. Desde entonces, creo en el vino más que en los galenos".

¿Veis? ¡Y el tío estuvo sin decir ni pío hasta después de 84 años!

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