Jerez

Solera de noche

  • Un recorrido nocturno por las bodegas Fundador Pedro Domecq y por las historias que cuentan sus botas, jardines y sus cascos desde su creación, allá por 1730

Cae la noche y aparecen las sombras. El sol se marcha y deja espacio a la intimidad. Para la de aquellos que apuestan por lo insólito y se apuntan a visitar en las horas más oscuras las Bodegas Fundador Pedro Domecq. Un lugar que se mantiene en el tiempo abrazado a la historia de la ciudad y del vino de Marco. Como un cordón umbilical, las antiguas murallas defensivas de Jerez alimentan al recinto de más tradición si cabe. Porque se inicia la visita por la Puerta de Rota, que forma parte de dicha construcción defensiva y de la que todavía se conservan numerosos tramos, algunos en mejor estado que otros. Tras superarla, el visitante es acompañado por un hermoso jardín de principios del XIX, que cuenta con numerosas y curiosas especies de plantas y árboles. Tras callejear por el interior del casco a modo de pequeño pueblo con encanto, el espectador se acomoda en una sala en la que una amena proyección resume la historia de la bodega y hace un repaso por el origen y elaboración de los vinos y brandies de la tierra y de esta firma. Hay que destacar que ya desde el año 1864, la firma tiene un Departamento de Publicidad y Propaganda, y en 1919 se creó el de Visitas con guías que hablaban, además del castellano, inglés y francés, según la web elalmanaque.com. Así que de guiar saben un rato por aquí.

Una bodega que nace en 1730, considerada la más antigua de Jerez, y que se remonta a la fundación por parte del irlandés Patrick Murphy de un pequeño negocio vinatero. Al morir éste en 1762, nombró heredero al que había sido su asesor, el francés Jean Haurie Nebout, que en 1791 fundó la razón Juan Haurie y Sobrinos que duraría en manos de estos últimos hasta 1814. Por otra parte, en Londres se habían constituido en sociedad bajo el nombre de Ruskin, Telford & Domecq, los empresarios John James Ruskin, Henry Telford y Pedro Domecq Lembeye, que serían los agentes exclusivos en Inglaterra de la firma instituida por Haurie, tío-abuelo de este último. Pedro Domecq se trasladó de Londres a Jerez en 1816, compra los derechos de la firma y crea en 1822 la nueva razón Pedro Domecq con la que será conocido posteriormente y que, hoy, engloba las bodegas Terry, Harveys y Fundador Pedro Domecq con sus marcas de vinos y brandies, según relata el libro de los historiadores Pablo Pomar y Miguel Mariscal, 'Jerez, artística y monumental'. También se apunta en la obra que en la calle San Ildefonso está la entrada principal de la bodega. La fachada al edificio de oficinas fue realizada por Aníbal González en 1923.

Baja la temperatura y crecen las ganas del visitante por conocer más. La amable guía Maribel conduce al grupo por el 'patio de los toneles' adornado con herramientas de labor. Se cruzan calles cubiertas de parras que quedaron en su día dentro del núcleo bodeguero. Se alcanza 'La Tribuna', bodega llamada así porque con motivo de la visita que hizo Fernando VII a Jerez en 1823, se instaló aquí una tribuna de madera para que observara, junto a su séquito, la elaboración de los vinos. Un cajón muestra también cómo es la tierra de albariza que sustenta las cepas. Se cuenta aquí, entre otras curiosidades, el funcionamiento del método de las criaderas y soleras, netamente del Marco, en cuyas botas vinos viejos y jóvenes se retroalimentan para darle sentido a todo esto. Maderas cuyas duelas se van renovando cuando se estropean. De esta forma nunca un tonel es del todo nuevo, así no hay que envinarlo para la crianza, y nunca está para el 'achaque'. La jubilación de estas maderas es tardía. Su labor siempre es valiosa. El 'suspiro del ángel' u olor a vino que embriaga dulcemente al visitante, forma parte de la escenografía en la que luz y oscuridad siempre tienen papel protagonista.

Llega la bodega 'El Molino', donde antes que con el vino se trabajaba con el aceite, allá por el siglo XVII, espacio en el que se ubicó posteriormente Domecq. De gran encanto, casi gótica, tipo catedral, aquí se encuentran los vinos más viejos, los ancestrales, los de mayor tradición como solerajes de 1740. El aroma que aquí se respira es el más intenso de todos los cascos por la vejez de sus inquilinos. De hecho, aquí se conserva una de las botas originales del brandy Fundador. Una de aquellas holandas, barriles olvidados durante años en las bodegas por un impago a Domecq y que dieron lugar al origen de Fundador en 1874. Debe su nombre a que Holanda era un gran comprador de los alcoholes procedentes de la destilación de vino de uva de Jerez. Esas barricas habían contenido previamente oloroso y al cabo de los años, por seguir la deuda sin saldar, el capataz probó el contenido, al que la merma y la influencia del propio oloroso habían dado unas características especiales. Se investigó y se produjo entonces el primer brandy de España.

Un lugar al que en la bodega le gustan llamar 'the royal chamber' porque en sus botas han quedado impresas firmas tan ilustres como las de Fernando VII, Victoria Eugenia, Humberto I de Italia, Alexander Fleming -muy interesado en la levadura del velo de flor-, Octavio Paz, Charlton Heston... También reposa enmarcada la copa con la que brindó Alfonso XIII en la visita que hizo a la bodega en 1904. Todos se marcharon de allí más inspirados aún.

En un lateral se encuentra 'El Castillo', bodega llamada así porque uno de sus muros es parte de la muralla de Jerez. Vitrinas muestran ediciones especiales de botellas de Harveys Bristol Cream, un blend de los cuatro vinos de Jerez, que tiene el warrant para ser proveedor de la Casa Real Británica.

Le sigue el 'patio del Sagrado Corazón' por la imagen que lo preside, un espacio abierto con árboles frutales en el que también observa un busto de Pedro Domecq y Lustau. Detrás de él, lo que fue la vivienda de la familia en la época, hoy oficinas.

Camino a 'La Mezquita', los muros de los cascos proyectan las sombras de los visitantes, como una película muda de los años 20. Construida en 1974 para celebrar los cien años de la marca Fundador, guarda en su interior 40.000 botas de todos los vinos de la casa. En un principio estaba destinada a acoger los brandies, pero el potencial peligro de incendio por la alta graduación de los 'caldos' hizo cambiar de idea a la empresa.

La primera sensación que regala este espacio es de inmensidad. Inabarcable casi con la mirada. Llamada así por su similitud con la mezquita de Córdoba, por sus cientos de arcos de herradura. Aunque primero se bautizó como 'La Gran Bodega' y es que equivale a cuatro campos de fútbol (25.350 metros cuadrados), una de las mayores del mundo. Su arquitecto fue Javier Soto López-Dóriga. En uno de los laterales, un mirador permite observar el espacio en toda su plenitud. Aquí, los que juegan con la perspectiva son las botas, la luz eléctrica y los arcos.

De regreso a la parte final de la visita, la cata, el jardín desprende aromas de azahar e historias extrañas de amor entre un ficus de 200 años y una joven palmera. Ya en uno de los salones, el visitante cata Terry fino y Harveys Bristol Cream con hielo y una rodaja de naranja. Sabores para el paladar que cierran en redondo la noche.

Unas visitas nocturnas que se celebrarán hasta finales de agosto, de lunes a viernes, y en las que no sólo tiene cabida el visitante de fuera. Debería ser una tarea casi obligada para el propio jerezano, tan desconocedor a veces de los tesoros que esconde nuestra propia tierra. Y lo dijo Alexander Fleming, si su penicilina cura las enfermedades, el jerez resucita a los muertos. Eso seguro, estimula los sentidos de los más noctámbulos.

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