Padre Damiano. Sacerdote de la Congregación de los Sagrados Corazones

"Las mujeres que sacan a sus familias con la crisis son las santas anónimas de hoy"

  • Es italiano, pero ha vivido en Chicago, Portugal, Filipinas y Barcelona. Desde hace algo más de un año está en la parroquia de San Pablo en San Telmo, "y soy el cura más feliz del mundo".

Los padres del sacerdote Damiano Tonegutti son de Friuli, él nació en Padua y durante su niñez y juventud vivió en Turín y en Parma. "Soy una mezcla de sitios y no pertenezco realmente a ninguno. Bueno sí, a la Iglesia", dice. Las puertas de la parroquia de San Pablo, en San Telmo, siempre están abiertas a su barrio. A media mañana, el padre Damiano llega con una mochila sobre sus hombros y unas gafas que se le resbalan cada cierto tiempo por la nariz. No le gusta el protagonismo, pero su vida bien merece una película. Una película que incluso él mismo podría dirigir gracias a sus estudios de cine en Chicago. Sus inquietudes le han llevado a los fogones de un restaurante de Portugal, a una chocolatería en Barcelona, a cuidar enfermos y de misiones en un suburbio en Manila, Filipinas. Desde hace algo más de un año está en Jerez y como él dice, "me siento el cura más feliz del mundo por estar aquí, en la zona Sur".

-¿Cómo llegó a Chicago para estudiar cine?

-Estaba interesado en el arte y la filosofía. No tuve una educación religiosa, era como se dice aquí un 'ateillo', pero me gustaba este tipo de manifestaciones culturales. Buscando el camino, se me ocurrió que podría ser lo audiovisual, y por eso estudié cine. Tengo una prima que está casada con un chico de Chicago y allí había una escuela de arte que enseñaba cine. Era una escuela donde había cursos de cinematografía y a mí todo eso me encantaba. Después también hice un curso de audiovisual en Italia, unas prácticas..., pero llegué a la conclusión de que me gustaban las artes, pero no era mi camino.

-Dejó la cámara y ¿cuál fue su siguiente paso?

-Me pregunté qué quería hacer y llegué a la conclusión de que era una mezcla de filosofía y literatura. Así que empecé a escribir sobre la vida y a leer a los filósofos griegos, hasta que me di cuenta de que todo lo que escribía reflejaba que seguía perdido. Buscaba una sabiduría que iba más allá, una sabiduría concreta, que me guiara. Platón habla de la belleza, de la verdad, pero no de las cosas del día a día.

-Y fue tras una lectura en el funeral de su tía en Roma cuando comienza su conversión...

-Efectivamente. Me pidieron que leyera una lectura del Antiguo Testamento y me gustó mucho. Me afectó. Cuando llegué a casa, un amigo me llamó para salir y no supe qué hacer, si estar con mis padres que estaban tristes o salir y no pensar en la pérdida de mi tía. Así que cogí la Biblia y encontré un texto que ponía 'el comportamiento en los días de luto'. Es muy curiosa la frase, dice algo así: llora al muerto dos o tres días, incluso para que nadie hable mal de ti. Luego, el hombre está hecho para la alegría, así que deja de llorar y vuelve a la vida normal. Me pareció una sabiduría muy concreta y la apliqué. Me quedé en casa. A partir de ahí empecé a leer la Biblia, y me centré mucho en el capítulo que habla de lo justo y lo malvado, porque siempre me veía en lo malvado. Mi madre se pensaba que estaba loco porque pasaba horas en mi cuarto leyendo la Biblia y rezando, algo que nunca había hecho. Un día, abrí las Cartas de San Pablo y ahí encontré una parte que reflejaba perfectamente mi ánimo: el bien que no quieres hacer, me encuentro que no soy capaz de hacer. Y el mal que no quiero hacer, acabo haciéndolo. Qué condición más miserable en la que estamos metidos. ¿Quién nos salvará de esta situación? Pues demos gracias al Padre por Jesucristo. Y sentí que me salvaba. Si Él es el que me va a salvar de esta condición en la que yo vivo de malvado, pues creo. Creo en Él. Al poco me fui a la parroquia que estaba cerca de casa y pedí que me confesaran. Ahí empezó mi andadura.

-Y de Italia a Portugal, ¿cómo fue ese salto?

-Resumo mucho (risas). Quería seguir los pasos de un cura que me fascinó en Padua, aunque en ese momento no sabía que mi destino era ser sacerdote. Un día, le pregunté qué había hecho para ser como era, y me contestó que había trabajado en fábricas, había cuidado enfermos... Y así hice. Mis padres no me entendieron y me fui de casa buscando cualquier trabajo que me hiciera parecerme a él. Y llegué a las cocinas de un restaurante de Portugal. Conocí a una chica de Barcelona que estaba de Erasmus y después me vine a España con ella.

-Un amor le trajo a España.

-Sí, pero la idea de Dios seguía en mi corazón y en mi cabeza. Así que le dije a mi novia que necesitaba hablar con un sacerdote para que me orientara y hacer la Primera Comunión. Fui a la iglesia donde iba mi 'suegra' (risas) y conocí a Eduardo, un cura de mi edad de la congregación de los Sagrados Corazones. Le dije 'quiero confesarme y hacer la Primera Comunión'. Me respondió: 'Para confesarte, ahora mismo; pero para la Primera Comunión hablamos un poco más'. Desde entonces me apuntaba a un bombardeo en la parroquia y cada vez estaba más lejos de mi novia. Nos separamos para encontrar realmente el camino. Al cabo del tiempo, Eduardo me invitó a hacer una experiencia para ver si me gustaba la vida comunitaria, la vida religiosa. Empecé y me encantó, y hasta hoy.

-Y acaba usted en la parroquia de San Pablo, en San Telmo.

-Mi vida cambió tras leer las Cartas de San Pablo y ahora estoy aquí, una bonita coincidencia. Un hombre que se convirtió y pasó de perseguir a cristianos a un heraldo del Evangelio. Me motiva, me hace sentir que todos estamos llamados a encontrarnos con Jesús, o mejor dicho, que Jesús nos llama a todos.

-¿Cómo vive en San Pablo?

-Hay una frase de San Damian de Molokai que dice: soy el misionero más feliz del mundo. Pues yo siento que soy el cura más feliz del mundo por estar aquí. La comunidad lleva en San Telmo muchos años ayudando a la zona. Aquí conozco a las personas, conozco la política, los números, los servicios sociales... Gracias a a la 'Asociación amigos de San Pablo', que creó el padre Ramón Mera, hemos estado ayudando, hasta julio, a unas 560 familias.

-Pero faltan recursos, ayuda...

-Sí. Este año no hemos recibido una de las vías de financiación que era muy importante, así que hemos tenido que disminuir el número de personas atendidas. Los vecinos que llaman a la parroquia piden primero, una ayuda material, y luego, muchas necesitan tener una acogida humana y orientación. Con las Cáritas trabajamos desde tres aspectos, la acogida, la promoción y la denuncia. Con la acogida se 'apagan fuegos', pero es necesario la promoción, que la persona no se quede con el pez, sino que aprenda a pescar.

-¿Qué es lo que le preocupa a la zona Sur?

-En San Telmo, en el Titanic, en el Mopu, Vallesequillo..., lo que preocupa es la pobreza. Hay pobreza material, de falta de recursos. Hay pobreza en la falta de oportunidades de trabajo, y también hay una pobreza en el aspecto formativo y educativo. Y todo eso trae efectos colaterales, problemas como la droga, alcoholismo, desestructuración familiar, separaciones, maltrato, abusos...

-De ahí la importancia de trabajar en red.

-Nuestro trabajo es en red con todas las instituciones sociales. Tenemos una relación muy buena con los Servicios Sociales, de colaboración, y por supuesto, es interesantísimo el proyecto ICI. Este proyecto agrega unas fuerzas muy positivas del barrio, técnicos, trabajadores sociales, Cáritas, institutos, colegios, centros de salud, entidades privadas... La verdad es que es una alegría ver cómo todos se están volcando en esta zona y están comprometidos con mejorar la zona Sur.

-¿Qué se palpa en las calles de este distrito?

-Se palpa un intenso dolor por no llenar las neveras y no tener qué darle de comer a los hijos. Es estremecedor. Pero, al mismo tiempo, tropiezas a diario con héroes y, sobre todo, mujeres heroínas que logran sacar a sus familias adelante a pesar de miles de dificultades. Son mujeres que han vivido en clave de servicio toda su vida, estén en la Iglesia o no, y de verdad le digo que ellas son las santas anónimas de hoy día, siempre con una sonrisa en la boca. Hay una reserva de fuerza y de compromiso de la gente del barrio con su barrio realmente impresionante.

-Después de algo más de un año en Jerez, ¿qué me diría?

-Pues le diría, en primer lugar, que la zona Sur necesita la implicación de todas las administraciones públicas y sectores sociales. Y en segundo lugar, le diría que aquí hace falta inteligencia, generosidad y esperanza. Inteligencia en saber qué es lo que realmente necesita el distrito y buscar soluciones creativas para ello. Generosidad tanto en dedicar el tiempo de cada uno, que aquí no falta, como de recursos económicos, que sí escasean, porque en la zona Sur hay que invertir, e invertir dinero. Y hace falta esperanza porque hay que trabajar a largo plazo. Muchas veces la gente se cansa de esperar, de luchar..., pero no podemos perder la esperanza porque saldremos adelante.

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