Jerez

El futbolista que llegó a 'rey del vinagre'

  • La vida de Antonio Páez Lobato es la rutinaria existencia que cambia con el descubrimiento del vinagre a base de trabajo y más trabajo. Desde hoy, tendrá en la circunvalación una glorieta que recordará a este hombre de 92 años.

He aquí a un bodeguero atípico. Su nombre nunca aparece entre los rimbombantes apellidos de los grandes barones del jerez, pero su enorme carácter abierto y campechano y su incansable trabajo le guardan un espacio en la larga historia del vino de Jerez. Y del vinagre, claro está.

Antes que nada, será mejor conocerlo: Tercero de siete hermanos, Antonio nació en la calle Sevilla un día de febrero de 1923. Tiene, por tanto, 92 años, que parece sigue llevando a bien con su inseparable gracia y optimismo, con aquella serenidad del que me quiten lo bailao. La verdad es que la vida de Antonio no fue fácil. El Antonio de pantalones cortos no tenía más remedio que subirse a un taburete para llegar a la bota y poder servir los vasos. Otras veces cogía un cajón de madera si quería fregarlos. Eso fue en el negocio que su padre abrió en la Alameda Vieja, los celebrados 'Los Palitos', y que el hombre llenaba a diario: Seis dependientes y ¡sin poner tapa! "Fíjese bien, ¡eh! Sin tapas. Sólo vino. Que eso es muy difícil. Yo monté en la calle Sevilla una bodega chica para despachar vinos y luego otra en la calle Campanilla, con la que fracasé. Eran los años sesenta y salió mal porque los bancos cobraban entonces unos intereses del 22%".

Antonio siempre es hombre de alma inquieta y, por eso, buscó la primera ocasión para independizarse. Y como la cosa no paraba muy bien, no encontró mejor problema mayor que casarse. Tenía 23 años y ella se llamaba Josefa Morilla Nuño, su novia de toda la vida, que le dio hasta nueve hijos: Guadalupe, Pepe, Luisa, Mercedes, María Antonia, Antonio, Carmen, Esperanza y Yolanda, siete hembras, que ya está bien. ¡Bah!, pelillos a la mar. Antonio no paraba en su trabajo: mantenía un negocio de bares y ejercía de corredor de vino por toda España montado en una triste Vespa. Pero eso era ruina. Colmo de males, el asuntillo de la tonelería le había salido rana y poco había donde rascar. Que lo cuente por esa boquita:

"Hubo momentos en que pensé en hacer alguna locura, pero nunca perdí la esperanza y, de hecho, le puse a mi hija el nombre de Esperanza. En aquellos momentos me animaron y me ayudaron a levantarme a veces los mismos acreedores y eso es muy bonito". Pero el hombre no sabía que su suerte le esperaba a la vuelta de la esquina.

A mediados de los años cuarenta y gracias a esa visión de futuro que le acompaña en vida, Antonio comienza un negocio hasta entonces desconocido en Jerez. "Yo vendía mucho vino por la calle, en los bares, en los tabancos... Pero más que nada me dediqué al vinagre. Mi padre decía que a ver si alguno de sus hijos montaba un negocio de vinagre. Le compré vinagre a casi todas las bodegas: O' Neale, Osborne, Sandeman... Lo tenían muy bueno, pero no lo vendían. Compré varias soleritas a varias bodegas. Una de ellas, del 36, a Alejandro Romero Osborne, que tenía en los sótanos de un palacete". Después, Antonio montó unas soleras. La verdad es que la iniciativa pasó desapercibida para todo Jerez. Para las bodegas, el vinagre era entonces un engorro, se arrumbaba en el escondrijo más remoto de la bodega para quitarlos de la vista del visitante, quedando henchidos, reventados por el ácido en cualquier esquina. Qué curioso: Se transformó en el hombre que 'hacía el favor de llevarse el vinagre'.

Y es que Antonio supo ver en aquello una forma de negocio. Tenía tan sólo 22 años y se había encontrado con un seguro de vida. Ahora, ese hombre 'que hacía el favor' y que le decían que estaba loco como una cabra comenta con sorna que "hoy en día, una botella de buen vinagre cuesta más que una de vino".

En fin. El tío sabía que aquel vinagre no era otro cualquiera, que las bondades de los jereces le daban una calidad especial y se dedicó a pregonar a los cuatro vientos las excelencias del vinagre de Jerez. Tal fue el éxito con los años que, además de la Península, vende en Francia, Japón o América del Norte y sus alianzas con la gran superficie siempre han resultado prósperas. Y, desde entonces, para todo el mundo fue 'el rey del vinagre'.

Hoy día, para que nos hagamos una idea de su importancia, casi todas las bodegas tienen en sus portafolios una línea de vinagre, se creó una Denominación de Origen y, por tanto, hay un Consejo regulador del Vinagre.

Después llegó el vino, los blancos y tintos, cuando Antonio compró en Arcos la viña La Vicaría, de donde salió en 1981 el exitoso Tierra Blanca y, más tarde en el tiempo, el Viña Lucía, el primer tinto andaluz de crianza embotellado.

Le preguntaron en una ocasión si se consideraba un hombre afortunado. Respondió de momento: "Mucho. He tenido muy buenos hijos y una gran mujer, Pepa, con la que estaba muy unido".

Ahora, este hombre de 92 años, joven futbolista en el Hospicio, un excelente vendedor de vino que, amén del vinagre, ha sido rey de la ilusión en Arcos y Jerez, podría decir con todas las de ley eso de '¡hasta nunquiiii!' y que le quiten lo bailao. Hoy tendrá su glorieta en la circunvalación para que nunca le olvidemos. Descanse usted, don Antonio. Siga adelante, no olvide sus ejercicios, ni sus visitas a la tonelería, la bodega de Cartuja, ni al Casino...

Adiós, don Antonio.

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