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La otra mirada

Gervasio Sánchez: "Son los muertos los que menos sufren en una guerra"

  • Aquí, una conversación con el fotoperiodista durante la inauguración de su exposición 'Antología' en el Centro Andaluz de la Fotografía de Almería

 Gervasio Sánchez, nacido en Córdoba y afincado en Zaragoza, o en cualquier parte del mundo donde el ser humano sufra como consecuencia de las luchas por el poder y la barbarie, acaba de inaugurar en el Centro Andaluz de la Fotografía de Almería su exposición ‘Antología’, que junto a ‘Vidas Minadas’ en el Centro de Congresos de San Fernando (Cádiz) y ‘Desaparecidos’ en el Casino de la Exposición de Sevilla, le convierten en el protagonista de la escena fotográfica en Andalucía en estos momentos. Ganador de innumerables premios y reconocimientos, como el Premio Nacional de Fotografía 2009, el Ortega y Gasset de periodismo o el Andalucía de Cultura, su trabajo fotográfico nunca se ha apartado de la denuncia, de situaciones de crueldad y abusos de poder. Días atrás tuve la suerte de quedar con él para ver juntos ‘Antología’ y de paso hacerle algunas preguntas. Desde las seis de la tarde que teníamos previsto comenzar,  apenas me fue posible hablar unos minutos  a solas con él. Grupos de personas de Almería y de otros lugares, estudiantes o personas individuales se le acercaban continuamente para solicitar que les hablara de su trabajo o para simplemente hacerse una foto con él. Así hasta las ocho de la tarde que protagonizó un encuentro moderado por Pablo Juliá, director del CAF, y en el que también estuvo presente el fotógrafo almeriense Alberto Pérez Siquier. Al finalizar, y tras más de cuarenta y cinco minutos firmando libros y accediendo a dejarse fotografiar con todos los interesados, a eso de las diez y media de la noche, y sin el más mínimo síntoma externo de agotamiento, después de llevar casi cinco horas hablando sin parar, me dice: “¿Terminamos esa entrevista?”. Mi respuesta no se hizo esperar: “No es necesario, con todo lo que te he escuchado en estas últimas horas tengo para rellenar el Diario completo del día que se publique”. Pues aún así, estuvimos conversando sobre algunos aspectos de su trabajo y de sus personajes. De todo ello, tienen a continuación un extracto reducido, en el que me dejo fuera las innumerables anécdotas con las que Gervasio completó y enriqueció muchas de sus fotografías. Hace unas semanas publicábamos en esta página un artículo sobre su exposición ‘Vidas Minadas’ que DKV ha conseguido traer a San Fernando, con una foto que ocupaba media página, de Mónica Paola, una joven colombiana ciega y sin un brazo como consecuencia de la explosión de una mina antipersona cuando volvía del colegio.

–¿Cómo es la vida de Mónica Paola?

–La volví a ver hace un año aproximadamente y nada más oír mi voz me reconoció. Está en una casa tutelada, sigue con sus clases, pero su vida no es fácil... nada fácil. Siempre llevo este recuerdo que ella misma me hizo. (Me muestra una pulsera en su muñeca derecha realizada con hilos de dos colores).

–¿Cómo se blinda  ante la tragedia humana?

–Es una pregunta muy difícil de responder. ¿Hasta dónde llega el fotógrafo y hasta dónde el ser humano? Depende de cada momento, pero es difícil de responder. Pero algo sí ha cambiado en mi actitud ante el trabajo. Al principio me interesaba más fotografiar a los muertos, recoger con crudeza el conflicto. Pero luego me di cuenta de que son los muertos  los que menos sufren en una guerra, la peor parte se la llevan los que sobreviven. Y a partir de ahí orienté más mi trabajo a lo que ocurre después del conflicto, a sus consecuencias. Y a cómo la gente va volviendo a la ‘normalidad’. Puede que incluso me sirva como terapia psicológica ante todo el horror que contemplé.

–Ante la contemplación de tanta barbarie, ¿se pierde la confianza en el ser humano o se refuerza? ¿El dolor nos pervierte o nos hace más honestos?

–He podido ver en las guerras a través de mi trabajo lo peor del ser humano, cosas que nunca podía imaginar, y he oído testimonios horribles a personas como nosotros. Tenemos la tendencia a creer que estamos vacunados contra la intolerancia y contra la brutalidad, y que somos cívicos y educados, pero le recuerdo que aquí hace 75 años acabó una guerra civil que hicieron nuestros propios abuelos, los míos y los de todos. Eran personas como nosotros los que fueron matando, violando, robando y asesinando impunemente. No eran marcianos. Voy a los Balcanes y veo a personas que se parecían a mis abuelos, también matando y sufriendo. Y he visto cuál puede ser la forma de actuar del ser humano cuando todo se desmorona. Y los hay que demuestran la banalidad del mal, como el caso de Eichmann, el jerarca nazi, que era un tipo sin atributos, un tipo gris, del que sus vecinos decían que este hombre en la paz hubiera sido incapaz de matar una mosca. Pero cuando estalla la guerra se convierte en un monstruo que asesina brutalmente. Así podría ser nuestro vecino, o cualquiera de nosotros. Y en la guerra te encuentras también al ser humano que muere por no matar. Que se arriesga por ir salvando al vecino. Una vez en Sarajevo, en diciembre de 1992, conocí el testimonio de una mujer que había sido violada pero que contaba que su hija mayor, de 14 años, cuando los paramilitares serbios entraron en su barrio, se salvó de ser violada gracias a que un vecino, también serbio, se ofreció a alojarla en su casa, haciéndola pasar por hija suya, arriesgando de esa forma su propia vida. Esta es la parte de la brutalidad bélica que a uno le gustaría destacar y recordar. Y ojalá la sociedad fuera capaz de premiar a esta gente que ha dado lecciones de dignidad, en vez de premiar a gentuza, como es el caso de la Comunidad Económica Europea a la que se le concedió el Premio Nobel de la Paz en un acto de cinismo que raya el escándalo.

–Los niños están muy presente en sus fotografías, como víctimas pero también como seres que se adaptan  de forma increíble a convivir con esa situación. Usted tiene un hijo de 14 años, ¿cómo le explica su trabajo?

–Bueno, está ya bastante acostumbrado. Ya ha viajado mucho, incluso alguna vez conmigo, y lo entiende bien. Desde los tres años hace fotos, está muy ‘familiarizado’ con todo esto. No hace falta explicárselo.

–¿Qué buscan sus fotos: la compasión, la solidaridad, la justicia, la verdad...?

–Igual que odio que me llamen periodista comprometido, todo lo que es retórica tampoco me gusta. La esperanza es una palabra tan maltratada que la han vaciado de contenido, igual que a la política. La política es lo más importante que ocurre en la sociedad, en cambio, los políticos se han cargado ese concepto. La esperanza debería ser parte esencial de nuestra existencia. Al final a mí me da igual todo este tipo de conceptos. Lo que yo quiero es mostrar con contundencia lo que ocurre, y que cada uno saque sus propias conclusiones. Algunas veces me han dicho que fueron a mis exposiciones y vieron a personas llorando. A mí en el fondo no me interesa para nada lo que la gente sienta con mis imágenes. Es más, veo normal que lloren, porque si no llorasen ante tanta barbarie lo mejor es que fuesen visitando al psicólogo o al psiquiatra, porque entonces es que no les funciona la cabeza. A mí lo que me interesa es qué hace la gente cuando pasa esa puerta y se va a sus casas, o al bar de al lado y se toma una caña y ya olvida, dejándolo ahí aislado en el subconsciente más escondido. La parte del subconsciente que menos utilizamos, la que cubrimos con las cañas. Las personas deben ser conscientes de que mi obra muestra la naturaleza brutal de lo que es la guerra, la desesperación, la violencia. Y para acabar con esto hay que arriesgar más. ¿El periodista cómo acaba con esto? Diciendo que no a prácticas  habituales de la prensa. ¿El maestro cómo acaba con esto? Diciendo que no a prácticas habituales de la enseñanza. ¿El universitario cómo acaba con esto? Diciendo que no a prácticas habituales de la universidad. Hay que madurar como personas. Lo importante para mí, en este tipo de exposiciones, es que quiero construir una memoria, la memoria que ha sido construida por la propia trayectoria de mi vida. Una especie de cartografía del horror, en la que intento siempre presentar a los personajes con la dignidad que se merecen, con la contundencia que se merecen, pero también con el respeto que se merecen. Y luego ya, que cada uno saque sus propias conclusiones.

–Verdad y guerra, ¿casan bien?

–La verdad es la primera víctima de toda guerra. Las partes en conflicto y los gobiernos intentan evitarla. Recuerdo que en El Salvador fotografié a unos soldados apuñalando unos cadáveres y cortándoles las orejas como trofeo. Las fotos tuvieron gran impacto mediático. Me dijeron después que el gobierno salvadoreño estaba buscando al fotógrafo para “darle una lección” sobre lo que no se debía fotografiar. Por suerte yo ya había salido del país... Tampoco los medios de comunicación cuentan la verdad sobre las guerras, sobre todo, por comportamientos indecentes de periodistas que mancillan a compañeros, prostituyen las relaciones con el poder, hacen entrevistas pactadas, paran investigaciones, se comen un montón de mariscadas con sus amigos políticos o banqueros para luego obviar cosas que deberían salir a lo público.

–El consagrado fotógrafo almeriense Alberto Pérez Siquier, reconocedor de la valentía y libertad expresiva de Gervasio, se interesa por saber si alguna vez ha sufrido censura en los medios de comunicación para los que ha trabajado.

–La verdad es que como siempre he trabajado para medios que respetan mi trabajo y me respetan a mí, y respetan a los protagonistas de mi trabajo, no he tenido estos problemas. Lo que ha podido ocurrir es que determinados trabajos míos que los veían para publicarlos en un dominical, me he encontrado en frente a un imbécil, sin ningún tipo de visión, que en vez de decirte no te puedo dar este reportaje porque el dueño del medio o el director dice que estamos poniendo en peligro nuestra publicidad, va y me dice que estos reportajes no son para darlos en domingo. Eso me ha pasado, pero cuando eso me ha pasado dos o tres veces he dejado de trabajar con el medio. Porque no me han tratado con respeto a mí  o a las personas de mis historias. Lo que no se dan cuenta estos “personeros” o personajes nefastos, que están en la estructura de la dirección de los medios, que nos es igual que una historia aparezca o desaparezca de los medios. Si una historia aparece es muy posible que llame la atención a políticos, que reformen la toma de decisiones, que provoquen una intervención, que ocurra algo... Es verdad que siempre he trabajado en periodismo internacional. Pero hay una gran diferencia con el periodismo local. A veces cuando hablo no pienso en los periodistas locales que están maniatados, golpeados, teniendo que pisotear a veces los principios del periodismo. Y soy consciente de que si trabajase en un periódico local y hablase como hablo, estaría desde hace muchos años trabajando de camarero, que es lo que hice al principio. De verdad, no me importa, yo sería un buen camarero...

–Momento que Pablo Juliá utiliza para apostillar con sentido del humor: “ya lo decía Jorge Rueda, lo que importa no es la cámara, lo que importa es el camarero.” Y aprovecha para preguntarle a Gervasio por qué cree él que tiene ese tirón mediático, pese a tratarse de temas tan duros como la guerra, la destrucción, la miseria.

–No sé, habría que preguntárselo a la gente. Creo que la obra de un autor no se consolida en el momento que se produce su primer impacto mediático. No muestro esto cuando llevo 3 días o 3 años trabajando. Estamos hablando de 25 años o más, desde que empecé a trabajar ya en 1980 siendo aún estudiante de periodismo. He mantenido siempre esa actitud de hacer un periodismo de rigor, aún diciendo lo que no se quiere escuchar por algunos políticos, que incluso han llegado a levantarse e irse de alguna intervención mía. Una actitud de “tocar los huevos” si es necesario. Una actitud que me ha supuesto en muchas ocasiones cerrarme puertas. Pero por otra parte he procurado hacerlo con el máximo respeto hacia las personas que fotografío. En el momento de tomar las fotos, el fotoperiodista no puede convertirse en un agresor más de las víctimas de la barbarie, debe ser sumamente respetuoso con el dolor de las personas que está fotografiando. En una ocasión, cuando unos padres se encontraban con el cadáver de su hijo de 16 años que lo traían muerto en un camión, fotografíe la escena de dolor. Cuando me di cuenta, fui a pedirles disculpas y a decirles que si ellos no querían que saliese la imagen destruiría el negativo. La respuesta del padre fue la contraria: “por favor, vaya y cuente a todo el mundo lo que aquí está pasando”.

–’Antología’, el título de la exposición que acaba de inaugurar en el Centro Andaluz de la Fotografía, suena a recopilación, a cierre de una etapa. ¿Qué proyectos tiene a partir de ahora?

–Ni mucho menos, antología parece indicar que uno está terminando ya la vida, y yo sólo tengo 53 años. Es solo el título elegido por la comisaria, Sandra Balsells. Pero estos trabajos míos continúan y continuarán. A partir del 18 de febrero tengo que volver a Irak, Afganistán, Bosnia y Colombia hasta finales de junio y después del verano tengo más viajes. Yo creo en el periodismo, y esto es lo más cercano posible a lo que yo entendí como periodista cuando empecé a trabajar. ‘Vidas Minadas’, ‘Desaparecidos’ y la mayoría de mis trabajos creo que son periodismo, y no podré dejarlos en décadas.

–Gervasio Sánchez dedica su exposición ‘Antología’ a Juantxu Rodríguez, Jordi Pujol, Luis Valtueña, Miguel Gil, Julio Fuentes, José Couso, Julio Anguita Parrado y Ricardo Ortega, “compañeros que fueron asesinados mientras ejercían el periodismo con mayúsculas en la delgada línea que separa la vida de la muerte”.

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