Cultura

Peret: el trono se queda vacío

  • El cantante fallece a los 79 años en Barcelona, un mes después de anunciar su retirada de los escenarios debido a un cáncer de pulmón. Fue el creador y máximo exponente de la rumba catalana.

Peret, figura insoslayable de la cultura popular española del último medio siglo, murió ayer a los 79 años en una clínica de Barcelona donde llevaba ingresado desde finales de julio debido a un cáncer de pulmón. Aunque el debate no ha llegado nunca a zanjarse del todo -su rival, Antonio González El Pescaílla, que en realidad fue su amigo, reclamó afanosamente el certificado de paternidad, y Peret se revolvía como un rey ultrajado cada vez que tenía que recordar con vehemencia que el invento era suyo- fue él, sin duda, Pedro Pubill Calaf, nacido en 1935 en el poblado gitano de Los Corrales, en la localidad barcelonesa de Mataró, el mayor referente de la rumba catalana, o rumba pop, esa música colorista, alegre, espontánea, sentimental y crapulosa a la que, además, aportó la famosa técnica del ventilador, esa manera de tocar la guitarra golpeando la madera de la caja para obtener chispeantes tonos percusivos a la vez que rasgaba las cuerdas.

Su vida empezó cerca de la miseria y el hambre, en las antípodas de la gloria que alcanzó en los años 60 y 70, una época en la que se hizo un lugar en el imaginario popular que ya no perdió a pesar de sus temporadas retirado o semirretirado. Durante años, tras llegar a la cima, se dedicó en cuerpo y alma a su familia y a sus labores de predicador de la Iglesia Evangélica de Filadelfia, en la que ingresó después de experimentar una epifanía (en su memoria, de manera literal) a finales de noviembre de 1982. Según relató a Juan Puchades en Peret: Biografía íntima de la rumba catalana, conduciendo su BMW por la Nacional II, camino de Mataró, sintió súbitamente una "felicidad inexplicable" tras ver un "chorro negro" brotando de su pecho, "como cuando sale petróleo de la tierra, disparado". A partir de entonces alternó varias reapariciones y retiradas. La enfermedad le sorprendió cuando ultimaba el lanzamiento de su primer disco íntegramente en catalán y la grabación de uno nuevo en castellano.

Hijo de comerciantes ambulantes de Reus, a los que ayudaba desde pequeño, y también tapicero, carpintero y vendedor de aluminio, Peret se empapó desde niño de los cantes de Levante en las tabernas de Mataró, donde siempre había alguien que cogía la guitarra, y podía ser perfectamente su padre, que la tocaba también y muchas veces la llevaba a aquellas tertulias, y ya estaba montada la juerga. El cantante, no obstante, siempre vinculó su creación más al rock -con Elvis Presley vivió un amor a primera vista, y ciertamente hay algo del ritmo y de las soluciones sonoras, del ímpetu febril del primer rock & roll, en sus rumbas- y al mambo radiante de su admirado Pérez Prado, además de a otros elementos melódicos y percusivos de la música cubana. Su manera de cantar sobre ese armazón, aflamencada, hipercastiza, no le bastaba a Peret para entroncar plenamente su rumba con el flamenco, en parte porque le irritaba que los estudiosos la considerasen pseudoflamenco o un mero subgénero aflamencado. Santiago Auserón, siempre atento a las músicas de raíces, escribió que Peret "representa el momento en el que nace el pop español, la naturalidad rítmica del castellano sin complejos, en alterne con los ritmos extranjeros".

Las teorías y la taxonomía, naturalmente, llegaron mucho después. Al principio sólo había un niño tocando en su casa y en la calle o, desde los 12 años, con su prima Pepi en el dúo Hermanos Montenegro. A esa edad ofreció ya su primera actuación en solitario, en el Tívoli de Barcelona en un recital presidido por Eva Perón. Poco después comenzó a trabajar con la cantaora La Camboria. En 1962 realizó su primera grabación y con ella se fue a probar suerte a Montevideo y Buenos Aires. Ya había previsto comprarse a su regreso un carrito para vender frutos secos, pero pudo ganarse la vida de otro modo: en su ausencia, ese single con las canciones Ave María, Lola y Recuerda había gustado tanto que las discográficas se pegaban para firmarle un segundo disco.

En esa etapa, entre finales de los 60 y durante los 70, llegó su auge, e incluso la fama fuera de España gracias a su participación en festivales y concursos internacionales (en Cannes presentó Una lágrima en 1968; a Eurovisión llevó en 1974 su Canta y sé feliz, que quedó noveno pero se convirtió en otro himno perdurable) y en apariciones televisivas como la que realizó en el exitoso show británico This is Tom Jones que conducía el famoso cantante. En los 80 y 90 su carrera declinó, en parte por incomparecencia, y sólo algunas remezclas de viejos éxitos orientadas a las discotecas lo mantuvieron presente. Fue, aun así, uno de los artistas invitados a la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos del 92.

Luego protagonizó un par de regresos, de nuevo como un torbellino, apoyados por lo general en colaboraciones con intérpretes vendedores del momento. En todo caso, el trabajo, para este hombre al que no le gustaba llamarse a sí mismo artista, estaba hecho ya. Con canciones como las citadas, y con otras como Borriquito, Y no estaba muerto o Gitana hechicera, entró en la memoria sentimental colectiva de todo un país, y él, que se divertía en sus últimos años ensayando la postura del sabio modesto, sabía que no hay nada mejor que le pueda ocurrir a alguien que se ha pasado la vida en un escenario, haciéndose querer. "Por si acaso", le dijo a su biógrafo, "deja dicho que la gente haga el favor de quererse, que hace falta más amor, que con amor las cosas se arreglan, las pequeñas y las grandes, las del mundo y las de casa".

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