MAURICIO GIL CANO. ESCRITOR

"Vivimos rodeados de ruido y yo propongo ver; reivindico el silencio"

  • El poeta, narrador y crítico jerezano insiste en 'Callar a tiempo' en una imagen disidente a partir de una reconstrucción espiritual El libro reserva un espacio para ocho homenajes.

Un poemario de Mauricio Gil Cano (Jerez, 1964) supone siempre una garantía de celebración de la palabra. Tras numerosos ensayos y cuentos, el escritor y periodista ha decidido que 19 sonetos y un canto a Venecia, A dos poetas suicidas y Declaración de un vencido unan sus ecos a Callar a tiempo (Ediciones en Huida), reflexión que deriva en la oportunidad del silencio.

-La composición inicial establece que 'Para aprender vivimos' pero el título de la obra resulta taxativo. ¿Por qué conduce el aprendizaje a esa conclusión?

-El libro supone una indagación espiritual y en ese estado contemplativo hay que callar. Por otra parte la situación actual es como para escribir aquello de los antiguos chistes: sin palabras. Nos movemos en un entorno materialista, mezquino, muy competitivo, en el que triunfa la vulgaridad, la satisfacción de los instintos más bajos. Valores como el respeto a los demás o la consideración a las personas mayores se han perdido. Lo cierto es que el trabajo también podría haberse titulado Cantar a tiempo: el poeta aún puede cantar, antes de que se acabe todo.

-En cualquier caso, no se olvida del amor. 'Tu voz' o 'La espera' constituyen ejercicios brillantes.

-El amor atesora también una vertiente salvadora. Por eso escribo: 'Sin ti, el horror del vacío es todo, / pues sólo tú me llenas la vida de sentido./ Y sólo cuando permanezco en ti, / completamente, vivo. / Pero has venido antes de llegar./ Lo dicen florecidos los almendros, / el invierno que huye de repente. / Se disipa lo negro si te pienso/.' Decía Rubén Darío que lo importante es amar siempre.

-Si se analiza su sentimiento religioso 'Calvario' nos presenta a un poeta creyente, pero en 'El silencio de Dios' se muestran dudas sobre la receptividad divina para con el autor.

-En mi opinión el cristianismo es fundamentalmente una ética, a partir de la libertad humana. Creo en la trascendencia, en la espiritualidad. Pero el silencio de Dios existe, es el gran misterio de la divinidad. No es incompatible ser creyente con albergar dudas. Hay un verso que establece una petición: 'Arranca de mí el miedo de amarte'. Lo cierto es que querer a Dios inspira un compromiso, te cambia la vida, edifica una renuncia a muchas otras cosas de las que los hombres no queremos prescindir.

-El vino se alza como un elemento recurrente en su obra.

-Es que el vino es un símbolo, incluso religioso. Invita a la amistad, a la alegría, a la buena conversación... en uno de los poemas el vino es la sangre de los obreros, en otro la sangre de los amantes... En alguna composición también se relaciona con el deseo carnal. Personalmente, he trabajado de manera esporádica en este sector económico y mi padre era bodeguero. El vino constituye un símbolo universal muy fuerte y una realidad natural muy buena. Recomendaría a los lectores tomar al menos una copa de vino de jerez, el mejor vino del mundo, al día.

-Declaración de un vencido y Callar a tiempo presentan cierta similitud de mensaje.

- Es que no se puede hacer nada. No me fío de los políticos, entiendo que se preocupan sobre todo por su interés. Para depositar mi fe prefiero Dios, el arte, la palabra o la ética.

-La sección 'Homenajes' se aparta de la línea argumental de Callar a tiempo.

-Así es. Tenía los poemas escritos y no quise desaprovechar la ocasión de la imprenta. Aparecen autores como Jaime Jaramillo Escobar, uno de los grandes poetas latinoamericanos, a quien conocí en Medellín, allá por 1991. Miguel Hernández es otra referencia, una pluma natural, verdadera, clásica y a la vez moderna. Y viene también a mi mente el portuense Rafael Esteban Poullet, una personalidad literaria pendiente de ponerse en valor.

-Algunas composiciones de esta sección resultan especialmente cercanas.

-Me acuerdo de María Teresa Chacón, una alumna de mis talleres de poesía, ya lamentablemente fallecida. Se aproximó a la cultura a una edad tardía, pero lo hizo con frutos provechosos. El último poema se lo dedico a mi madre, Pepita Cano. Se trata de un reconocimiento que me surgió de repente. Mi madre es una persona muy creyente, posee un gran sentido de la estética y me ha transmitido valores humanos de los que ya no abundan.

-Si se observa la cronología de sus obras se puede comprobar que no es un autor prolífico.

-Tengo una obra extensa inédita. En el cajón duermen dos novelas y dos poemarios: Poemas de la ciudad tardía, en el que hablo del casco histórico de Jerez, y El masajista turbio, mi indagación más vanguardista. Dejo que los versos maduren, me gusta ir con seguridad. Uno ha de antologarse a sí mismo y yo soy muy autocrítico. Entre mis obligaciones como director editorial de EH se incluía la de leer todos los manuscritos que llegaban. Me di cuenta entonces de que la mala poesía te pone de mal humor, llegando, en algunos casos, a originar dolor de cabeza.

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