Crítica

El misántropo del grupo Kamikaze

  • El mundo de los principios del ser humano tratados con maestría dramática.

El teatro de esta compañía gana enteros en cada nueva propuesta que experimentan. Sabedores de las buenas mimbres que atesoran en anteriores producciones son capaces de hacer vibrar al espectador en esta nueva adaptación de un clásico genial como este libreto de Moliére. Tanto, que tras más de tres siglos, los personajes se nos presentan tan afilados, tan nítidos y tan actuales como si de hombres y mujeres del siglo XXI se tratasen hasta el punto de que nadie de los que disfrutaron en la sala se acordó del teatro clásico. A esto contribuye enormemente la capacidad de actualizar un texto, de prescindir de lo superfluo y de apostar por licencias de una puesta en escena actual y atrayente en la que intervienen directores, iluminadores, técnicos, actores y actrices. No hay corral de comedias, ni candelabros ni versos. Al contrario, aparatos de aire acondicionado, móviles y mensajes de whatsapp. De locura.

Pero dentro de esa locura, lo complicado, de esta obra es la transmisión del conflicto del protagonista en sus principios morales, de unas creencias sobre el sentimiento humano que tanto le aleja de su realidad como de los seres que le rodean y que se resumen en varios pasajes donde se establece el conflicto entre lo que él vive como su verdad, y la mentira que observa a su alrededor, entre su intención de querer cambiar el mundo y las actitudes superficiales de los demás, entre la impulsividad y la reflexión acomodada. Conflicto que se acaba expandiendo por todo el escenario y se impregna en todos los movimientos. Conflicto que le encierra a malvivir en la soledad de las trastienda de una discoteca frente al ritmo hipócrita de todos los participantes en la fiesta. Conflicto parando el tiempo cada vez que se quiere hacer una transición de emociones. Una dramaturgia orgánica donde las haya.

El nudo de la trama es bastante sólido. El ritmo endiablado. Los diálogos encadenados. Los efectos especiales cautivadores. Una escenografía muy realista, muy urbana y muy vertical, pero a la vez, llena de sueños, de humo y de siluetas dentro de la cruda realidad de la acción que propone. Las entretelas de la cuarta pared perfeccionadas para que las bambalinas y los espacios escondidos sean protagonistas metafóricos ante la mirada de un espectador al que se le pide implicación emocional en todo momento, como un transeúnte más de los callejones de las ciudades, de los bajos fondos, de las paredes despintadas y de las cajas de botellas arrinconadas.

Si algo se logra es un canto a los sentidos. Todos, los cinco, en alerta, pero el olor y la visión en primera línea de agudización, para desengranar movimientos de actores, triángulos de posiciones, luces en claros y oscuros o monólogos definitivos. La participación de los actores es, en todo momento, muy coral, con aciertos en sus apariciones, y elegantes en los mutis. La capacidad del ambiente creado deja clara las diferencias entre el personaje de Alcestes, más uniforme y más tozudo en su planteamiento con el resto. Un culto y una forma muy novedosa de tener presente a los clásicos, pues por momentos, parecen estar presentes Calderón , Shakespeare o cualquiera de los coetáneos del Siglo de Oro europeo, con un buen equilibrio entre la comedia y el drama, que provoca frescura y recursos que hacen estar en vilo a personajes y espectadores. La naturalidad de los personajes, el tono de las vocalizaciones y el perfil conseguido de cada uno de ellos tienen el valor añadido de estar en la cima emocional propia de cada personaje en todo momento, con mayor carga de figurinismo en los personajes varones y más de sensualidad en las féminas. La apuesta escénica es rica en movimientos, como en efectos visuales sobre los dioramas y la carga envolvente de la puerta de emergencias de la disco es una bocanada de aire sucio cada vez que se abre y de isla desierta cada vez que se cierra. La iluminación muy rica, aprovechando todos los ángulos y con todas las posibilidades, haciendo de las sombras, efímeras protagonistas al usar los focos hacia los fondos.

Dos mundos, el de la soledad sincera y buscada y el de la parafernalia superficial. Dos formas de acercarse a la felicidad. Milimetrados todos los mutis, ayudados por una escalera de cinco escalones, el sonido martilleante de la música enlatada y las sombras agrandadas, que ayudan a hacer de la despedida de un personaje, una manera de justificarlo. Y un mutis final, donde Alcestes tira la toalla, se escapa del mundo que no entiende y nos pide ayuda a los del patio de butacas de manera humilde y con tintes de rompimiento teatral. El roto de la verdad y la autenticidad frente a la falsedad del escenario. Un lujo de planteamiento. Un lujo poderlo disfrutar en el Villamarta.

Crítica

Misántropo

Autor: Moliére. Versión y dirección: Miguel del Arco. Reparto: Israel Elejalde, Raúl Prieto, Angela Cremonte, Manuela Paso, Miriam Montilla, Cristóbal Suárez y José Luis Martínez. Lugar: Teatro Villamarta. Fecha: 20 de marzo. 

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