Cultura

La fuerza de la ilusión

La apertura de la temporada del Teatro Villamarta ha sido esperanzadora, a pesar de haberse realizado con un réquiem, una misa de difuntos: la grandiosa obra sinfónico-coral de Verdi. Pero nada de réquiem por el futuro de un teatro que recibe este año menos de la mitad del importe de la subvención de la temporada anterior, sino todo lo contrario: la fuerza de la ilusión de los intérpretes y de todos los que han hecho posible que el Villamarta haya vuelto a abrir sus puertas ha salido triunfadora; si hay que hacer un esfuerzo adicional para que no sea en vano todo lo llevado a cabo hasta ahora, pues se hace; se ha hecho.

El Requiem de Verdi es una obra difícil donde las haya. Tras haber escuchado interpretaciones de altísimo nivel en capitales millonarias en habitantes, este crítico no ha escuchado jamás una versión -aun contado con equipos del más alto nivel y presupuestos astronómicos- que linde con la perfección. Todos los elementos son puestos al límite de sus capacidades en esta obra de madurez del autor de Rigoletto: los cuatro solistas, el coro y la orquesta, además de la batuta. Así que, aun sin poder contar con un presupuesto a la altura de las máximas exigencias de la partitura, los resultados han sido muy destacables. Me han llamado la atención la profesionalidad, la entrega y el aplomo con que todos han abordado esta enorme página, tan hermosa y emocionante como difícil de servir; debo confesar que no me esperaba tan alto nivel global.

La masa coral resultante de la unión de las voces del Coro del Teatro Villamarta y de una veintena de miembros del Coro de la Ópera de Málaga, aun sin ser todo lo numeroso que quizá demande la obra, tal vez nunca se había enfrentado a semejante desafío. Tras largos y concienzudos ensayos, resolvió la papeleta con indudable y quizá inesperada brillantez; sólo hubo algún incidente aislado. Incluso de las partes más intrincadas salió airoso, pese a que Miguel Ángel Gómez Martínez demandó en algún pasaje (final del "Allegro agitato" del primer "Dies irae", "Sanctus") unos tempi peligrosamente veloces. Los componentes de la masa coral empastaron bien y no sólo estuvieron más que correctos, sino que transmitieron al respetable la emoción que transpira la música.

También la Orquesta Filarmónica de Málaga, con un cometido temible, salvó la papeleta con holgura, pese algunos nervios momentáneos de, por ejemplo, las trompetas (que no fueron situadas alejadas, fuera del escenario, sino a ambos lados del mismo) en el referido "Dies irae". Sobresalieron algunos de sus primeros atriles, incluida la violín concertino.

En lo que se refiere al cuarteto vocal solista, se diría que es asombroso que una soprano local, Maribel Ortega, se enfrente a una de las partes más comprometidas de todo Verdi, lo que no es poco decir. Y que saliese casi en todo momento triunfadora del reto. La mezzosoprano Marina Rodríguez Cusí, tal vez demasiado lírica para esta parte, puso en juego toda su solvencia y experiencia. El tenor Alejandro Roy posee una voz grande, timbrada y bien proyectada, si bien flaqueó un tanto en la zona del paso y en los expuestos instantes en que es preciso apianar. El joven bajo Román Ialcic tiene por delante, probablemente, una carrera muy promisoria; nombres de campanillas no han resultado tan eficaces como él.

Y en cuanto al director granadino, consciente de que la obra tiene mucho más de operística (y por tanto de drama) que de litúrgica, se empeñó con fuerza y brío en la nada fácil tarea de concertar a todos los elementos; con un gesto claro y gráfico lo logró casi sin desfallecimiento, obteniendo incluso momentos de gran expresividad, como el final del "Lacrimosa". El público, seguro que consciente de que todos se habían expuesto a un reto nada fácil, aplaudió con calor tanto esfuerzo, entrega e ilusión.

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