HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano /

Primavera andalusí

LOS musulmanes efervescentes insisten en recuperar Al-Ándalus, que es algo así como si los españoles quisiéramos recuperar Tejas y Arizona o los ducados de Atenas y Neopatria, y quieren que el rey de España pida perdón en nombre de sus antepasados a la inexistente nación andalusí. Los reyes de Portugal, Francia y Nápoles, hoy títulos de pretensión, también tendrían que excusarse, pero la ignorancia triunfante asocia Al-Ándalus con la actual Andalucía. La izquierda paradójica, aficionada a utopías, ucronías e historia ficción para justificar su anómala existencia, no ve con malos ojos la reclamación, mucho menos la minoría homosexual ideológica, llamada estúpidamente gay, porque con tal de vestir a las mujeres de fantasmas y apartarlas de la vida pública es capaz de todo. La secta feminista también es partidaria de los andalusíes, pues recuperaría el poder y los privilegios perdidos. Volveríamos a una sociedad bien estructurada, según el orden natural humano.

Otra cosa es la respuesta de la población. A nadie le gusta que vengan de fuera para mandar, pero la resistencia duraría sólo una generación y para entonces ya estarían estabilizadas las fronteras de la nueva nación islamista. Habría protestas del incorregible fascismo español por las persecuciones de cristianos, destrucción de obras de arte, prohibición de literatura y pensamiento de mucho peso, de las romerías y las procesiones de Semana Santa, y echaríamos de menos durante un tiempo las manitas de cerdo, el vino hecho, el lomo en manteca y el aguardiente. Como compensación, ganaríamos en comodidad religiosa: en el Islam están claras las obligaciones del creyente, mientras el cristianismo da libertad para elegir el mal y complicarnos la vida. No hay en el Islam relativismo ni exégesis, ni distingue entre pecado y delito. La policía religiosa y, para las mujeres, la de la decencia, se encargarán de recordarlo. Las ejecuciones públicas ejemplarizantes mantendrán la unidad de la ortodoxia.

Las sociedades de origen cristiano, gracias a la libertad del cristianismo, se han enredado en su propia evolución y han terminado por ser artificiales y contradictorias. El sufrimiento que el hombre se inflige a sí mismo por haber aprendido a pensar, a hacer análisis de todo y a criticar hasta lo más sagrado se lo ahorran los musulmanes. En Occidente hemos entrado en conflicto con nuestra propia tradición, por soberbia desde luego, pero también porque la naturaleza del pensamiento libre crea monstruos y conduce a desvaríos. Lo peor de la primavera andalusí y la posterior conversión de los españoles al Islam, más los tiempos revueltos que le seguirán, será tener que vivir en el siglo XV con avances técnicos del siglo XXI, confusión ya existente en los países musulmanes. La guerra resolverá, como siempre, las contradicciones de los tiempos.

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