LA historia se repetirá este año: la inacción de los partidos constitucionalistas y la deriva de Convergencia i Uniò convertirán la fiesta del 11 de septiembre, la Diada, en un acto de propaganda independentista de la que sólo saldrán ganando los partidos considerados como tales: esto es, Esquerra Republicana. La llamada Asamblea Nacional de Cataluña (ANC), la misma asociación que organizó la manifestación del pasado año, quiere engarzar una cadena humana que atraviese toda la comunidad, desde los Pirineos hasta el Ebro. Algo similar a lo que se hizo en las repúblicas bálticas en 1989. A excepción de UPyD y del PP, ningún otro partido ha criticado esta expresión, claramente, secesionista: ocurre, como tantas veces en la Historia, que, ante el radicalismo, sólo valen posturas claras y fuertes, cualquier matiz disculpatorio queda perdido en la memoria. El caso flagrante es el del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC), claramente divido y sin rumbo, y con el riesgo de llevar al PSOE a una indefinición aún más peligrosa. Mientras su secretario general, Pere Navarro, ha solventado el asunto asegurando que no le gustan las cadenas -una banalidad-, el alcalde de Lérida y algunos ex consejeros socialistas de la Generalitat han anunciado que participarán en la cita. El secesionismo o la autodeterminación es la negación del federalismo, que es lo que el PSCasegura ser, pero esta formación se deshace en su falta de liderazgo. CiU la apoya, pero dentro de la coalición ya hay quien sabe que esta deriva no les beneficia. Desde hace un año, ERCes el partido que más aumenta en las encuestas, mientras CiU se hunde con rapidez. Además, Uniò no aprueba el independentismo, mientras el presidente de la Generalitat, Artur Mas, cada día es más preso de una voluble opinión pública. El Gobierno catalán aún no ha decidido si participará en la cadena humana, aunque algunos líderes de Convergencia, como el alcalde de Barcelona, sí irán a la proclama independentista. Artur Mas, quizás por conservar su papel institucional, se mantendrá al margen: verá la cadena desde su ventana y, después, como ya ocurrió el año pasado, tratará de liderarla si ha sido exitosa. De poco le valdrá, como de poco le ha valido: uno de los problemas de las relaciones actuales entre Cataluña y Madrid es el escaso liderazgo de este presidente, que prefiere flotar en el sentido de la corriente a mantener unas posiciones claras. Por parte del Gobierno español, sólo hay que esperar firmeza, sin amagar siquiera con concesiones de tipo político. Eso sí, la colaboración y ayuda a la Generalitat se debe mantener como con otras comunidades, y más en estos momentos de asfixia económica para las autonomías.

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