La tribuna

abel Veiga

¿Crisis del bipartidismo?

VIEJOS ecos, añejas fórmulas partitocráticas. Apenas a un mes de las elecciones europeas late un debate de cierta intensidad que no es sino reflejo de una preocupación. La de si el bipartidismo electoral toca o no a su fin. La de si los dos grandes partidos, socialistas y populares, que han copado en los últimos treinta años horquillas de entre el 80 y el 85% del voto en urna, laminando partidos bisagras o partidos de centro como fueron la UCD y el propio CDS, son conscientes de que tal predominio arrollador elección tras elección, tal fortaleza, llega o no a su fin, o si verdaderamente podemos hablar de un cambio de ciclo electoral y partidista.

¿Cambiarán las circunstancias?, ¿se plasmarán en los resultados electorales del 25 de mayo?, ¿a qué se debe esta "corrección" o tal vez este "desafecto" que muchos han criticado como la fórmula que se consagró en 1978? ¿Por qué no se quiso, o se impuso una proporcionalidad imperfecta y no una verdadera competencia entre partidos donde el reparto de escaños respetase milimétricamente el número de votos recibido? Realmente ¿podemos hablar de fatiga, de cansancio, o de una primavera para los partidos pequeños que ahora sí tendrán una mayor representación, que no representatividad? En estos treinta y cinco años de democracia hemos vivido bajo un sistema de partidos donde dos han sido hegemónicos y donde ambos no han permitido -las urnas en realidad- que otros desbanquen sus posibilidades de gobernar únicas aunque asistidos puntualmente por impenitentes y bien recompensados partidos nacionalistas, como en 1993 y 1996.

Estos días vemos las encuestas de intención de voto. Encuestas que auguran una fuerte abstención y una caída del bipartidismo tradicional y único de treinta puntos. No se han resistido a extrapolar el resultado de este muestreo a un escenario estatal, es decir, a aventurar qué sucederá si esto se reproduce, si es que llega antes a plasmarse en mayo, en las próximas elecciones legislativas generales de dentro de año y medio. El diagnóstico es concluyente, o gobierno de coaliciones con un mínimo de tres partidos (de izquierda), o una gran coalición de gobierno entre populares y socialistas, de la que ya se hablaba en 2010. Se acaba el duopolio. Pero nadie quiere actuar de enterrador del mismo. La coreografía no es esa.

¿Estamos ante el inicio del fin del bipartidismo? Es una pregunta que sólo el tiempo despejará, y en un año tendremos también elecciones locales y autonómicas en la mayoría, trece, de comunidades autónomas. Pero, segundo interrogante, ¿es el bipartidismo el causante de la corrupción política? O por qué algunos acusan o tachan al bipartidismo de ser detonante de esta lacra cancerígena, como si otros partidos no estuvieran imputados o acusados en sus cuadros o algunos militantes.

¿Son los gobiernos cautivos del partido y están los ciudadanos cautivos del bipartidismo y las estructuras jerárquicas y poco críticas de ejecutivas? ¿Por qué la ley electoral sigue erigida en una sancta sanctorum cuyo pedestal es intocable? ¿Cuánto cuesta un escaño en cada circunscripción y cuánto cuesta para pequeños partidos?

La democracia exige también un pacto entre el votante y el partido, un pacto más allá de lo que se vote y sólo con lo que se vote. Exige un compromiso, una actitud, unos comportamientos éticos y una representatividad real y efectiva y no testimonial a través de listas bloqueadas y candidatos impuestos unas veces o falsamente cuneros. Pero esta es la teoría y el campo del análisis que queda contaminado con la realidad taimada y heredada.

No comparto la acusación tenaz de que el bipartidismo y el sistema electoral fomentan la corrupción. Ésta va a existir haya o no bipartidismo. Es algo sociológico y algo que atañe y aflora con el comportamiento y la actitud de las personas. Es algo de voluntad y ayuno de toda ética y de moral. Comportamientos corruptos se dan y se prodigan más allá del bipartidismo. España es un perfecto pero lamentable real campo de pruebas donde la metástasis es ingente. Ayuda la opacidad y la falta de transparencia, ayuda el bloqueo de listas y la maquinaria poco abierta de intereses de los propios partidos. Pero no puede acusarse al bipartidismo, o únicamente al bipartidismo, de algo que nos golpea pero que aceptamos en este yermo de vanidades y egoísmo que es España.

Algo va a cambiar, la cuestión es saber si ese cambio será efímero o no, o en su caso, la intensidad del mismo. Curiosamente hoy el bipartidismo está en el eje y epicentro de toda crítica, como si fuera el mal mayor de una democracia y un sistema que toca a su fin. Parece que hay mucho interés en culparle y aherrojarle óxidos que no le pertenecen o no le pertenecen en exclusiva. El bipartidismo es el reflejo de una España sedicente y goyesca, convulsa por momentos y dada a los dos bandos.

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