La tribuna

Francisco J. Fernández Romero

SOS colegios profesionales

LOS colegios profesionales están muy imbricados en la cultura del profesional liberal en nuestro país. Son organizaciones que forman parte del ADN de la sociedad civil española y a la que muchos profesionales liberales consideramos como parte de nuestra cultura, en el sentido que le daba Ortega y Gasset al término cultura como un sistema de actitudes ante la vida profesional. En suma son organizaciones que sentimos como propias, además de como estrictamente necesarias para nuestro desarrollo profesional y el de nuestros colegas.

Sin nuestras corporaciones, los profesionales liberales nos quedamos literalmente aislados, nos reubican en un espacio extensísimo de profesionales independientes sin puntos de encuentros para el debate profesional, el control ético de nuestras profesiones, la formación o la representación de nuestros intereses ante la administración pública. Unos profesionales sin colegios son unos profesionales condenados a un único espacio de participación: el de los partidos políticos.

Y quizá eso es en el fondo lo que provoca la Ley de Colegios y Servicios Profesionales que en este momento prepara el Gobierno, de la que han trascendido detalles que causan verdadera consternación a quienes no sólo podemos concebir nuestro ejercicio profesional liberal sin unas corporaciones fuertes que lo amparen y regulen, sino que no podemos concebir la vida pública sin el papel de contrapeso de las corporaciones profesionales, prácticamente el único reducto de asociacionismo que sigue vivo en España, entre otras razones porque ha sido el único que no ha necesitado de las subvenciones públicas.

La ley que en estos momentos se cocina pone a los colegios en el disparadero, abocándolos a un futuro más que incierto. Y lo hace no sólo desregulando la obligatoriedad de colegiación en la mayoría de profesiones, sino limitando extraordinariamente la capacidad de ofrecer servicios a sus propios colegiados. Dicho de otra forma, no sólo privan a las corporaciones de su principal fuente de ingresos (las cuotas de los colegiados),sino que les cercenan completamente la posibilidad de generar nuevos ingresos. O sea, que los atan de pies y manos.

El futuro previsible, si se confirma esta drástica reforma, es que el mundo profesional liberal se va a convertir en un mundo aún más individualista de lo que ya es, lo que sin duda será en perjuicio de los propios profesionales, privados de esa conexión con el mundo económico global que nos han proporcionado hasta hoy las corporaciones. También será en perjuicio de la sociedad en su conjunto, despojada del papel de garantía y control que los colegios ejercen sobre los profesionales (y contra los que son intrusos). Y, por supuesto en perjuicio de la calidad democrática, mermada en nuestro país por un tejido cívico prácticamente inexistente que perderá el que ha sido hasta ahora su bastión principal.

En España sí hacía falta una reforma de la regulación de los colegios profesionales (que está desfasada, pues, en su esencia, data de 1974) pero en sentido inverso al que se ha diseñado, para reforzarlos y dotarlos de mayor autonomía y atribuciones para contribuir al avance de las profesionales liberales y, por ende, al crecimiento económico y la regeneración ética y democrática. Con esta ley se va a perder una gran oportunidad. Una gran oportunidad de trabajar a favor de los objetivos que el propio Gobierno declara en su reforma, y que lejos de verse potenciados con la norma se van a ver perjudicados, comenzando por el propio dinamismo de la actividad económica y empresarial de los profesionales.

Porque todos los que hemos ejercido una profesión liberal sabemos perfectamente que la perspectiva, la experiencia y el movimiento económico no están en los despachos, sino en la calle, y sobre todo en las relaciones con otros profesionales y empresarios. ¡Qué oportunidad perdida con esta ley, por ejemplo, para crear un gran espacio de encuentro entre todos los profesionales liberales: ingenieros, juristas, comunicadores, arquitectos, profesionales sanitarios…! Nada contribuiría más a la generación de dinamismo y actividad económica que un foro global de las profesiones liberales, liderado por los colegios, en el que pudiéramos explorar posibilidades de colaboración y negocio.

Pero ésta no es una ley que reúna, sino lo contrario. Dispersa y aísla a los colegios entre sí y a los colegiados de sus colegios. Nos aleja a todos de un espíritu troncal corporativo que nos hace perder fuerza representativa e identidad. Personalmente echo en falta un análisis crítico contundente y colectivo por parte de los colegios, que si bien están en muchos casos expresando su oposición individual a la nueva ley lo hacen sin una posición de fuerza conjunta que es la que les daría mayor relevancia social y política y mayor credibilidad.

Decía Bogart (o sea, Rick) en Casablanca: "yo no me juego el cuello por nadie". A lo que apuntaba el capitán Renault: "esa es una sabia política exterior". Pero ni el uno ni el otro se creían de verdad sus palabras, y al final ambos se jugaron el cuello para que Víctor Laszlo escapara libre con su bellísima mujer. No es momento para el sálvese quien pueda y para mirar por los intereses propios.

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