La esquina

josé / aguilar

Del oasis a la charca

ERA obligado que Jordi Pujol renunciara a la presidencia honorífica de Convergència Democràtica de Catalunya (y de la coalición con Duran Lleida) y a las prebendas que se concedió ocho meses antes de finalizar su último mandato al frente de la Generalitat: una oficina de 441 metros cuadrados en una zona privilegiada de Barcelona, gastos de funcionamiento y personal de la misma, coche oficial con chófer y una pensión de 86.000 euros anuales. Más que Felipe González y José María Aznar y más que actualmente Mariano Rajoy. Más paradójico resulta que sigan dándole el tratamiento de Muy Honorable, porque honorable no lo ha sido, en absoluto, durante los 34 años que ejerció como gran defraudador fiscal.

Lo que no está claro es que su confesión vaya a satisfacer la misión que él mismo le ha asignado: hacer de cortafuegos para salvar a sus hijos de la quema y para eludir las nefastas consecuencias del fraude en su partido, en su heredero político y en el proyecto independentista abrazado por el antiguo nacionalismo pragmático con su expresa bendición. Un objetivo de protección filial y otro de salvación política. Los dos perfectamente en entredicho.

Vayamos con lo chicos. Jueces y policías no van a detener sus investigaciones sobre varios de los hijos del Honorable nada honorable, imputados o al borde de la imputación por diversas modalidades de tráfico de influencias amparadas en el apellido de papá. Tráfico muy rentable: el primogénito y su esposa, por ejemplo, multiplicaron por cien los saldos de sus cuentas bancarias en cuatro años. Pasqual Maragall formuló siendo presidente la denuncia más rotunda sobre estas prácticas en la Generalitat de Jordi Pujol: "El problema de ustedes se llama el 3%". El precio de las mordidas. Tuvo que rectificar ante el chantaje del pujolismo que podía hacer caer a su gobierno.

Y si los hijos de sangre no van a ser exonerados penalmente en la evidencia de que los negocios de esta familia no han salido exclusivamente de una herencia no declarada -¡qué patriota esto de evadir los impuestos que Cataluña merecía cobrar!-, el hijo político de Pujol, el que le debe todo lo que es (presidente de la Generalitat separatista), no puede irse de rositas alegando que esto es un problema personal de Jordi Pujol, "una persona excepcional por su valía y por su contribución al país", que dijo él en 2002.

El oasis catalán era en realidad una charca pestilente. No se limpia con una confesión incompleta y autoexculpatoria.

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