La ciudad y los días

carlos / colón

Desafío democrático

SIGUE la tragedia de Iraq y Siria. Mayoritariamente ignorada, porque no es Gaza. Según la BBC los brotes yihadistas más peligrosos del mundo están localizados en Yemen, Siria, Iraq, Malí, Argelia, Libia, Nigeria, Somalia, Afganistán, Pakistán, Túnez, Indonesia, Filipinas y Egipto. A ellos habría que sumar los terroristas "durmientes" repartidos por toda Europa. Lo que supone una globalización del terrorismo sin precedentes y una asombrosa irrupción de los peores fantasmas medievales en el siglo XXI. Y Europa mira para otro lado.

Lo peor es que los terroristas "durmientes" infiltrados no son sólo recién llegados o enviados, ni marginados que puedan ser captados para la causa fundamentalista aprovechando su ira incubada en los crecientes guetos de la periferia de las grandes ciudades europeas, sino hijos o nietos de familias perfectamente integradas.

El semillero mayor de fundamentalistas infiltrados entre nosotros está con toda seguridad en las bolsas de marginación generada por las injusticias estructurales que afectan a las sociedades del primer mundo y por la desesperada inmigración incontrolada, todo exasperado por la crisis. Cuestiones distintas que al confluir han agravado un problema de tan necesaria como difícil solución. Pero también se están reclutando terroristas fanáticos entre ciudadanos europeos, hijos o nietos de inmigrantes que a base de duro trabajo han dado a sus hijos una educación europea.

Unos 500 británicos han viajado a Iraq y Siria para unirse a los fundamentalistas. Los autores de los atentados de julio de 2005 en Londres (56 muertos y 700 heridos) fueron cuatro jóvenes de entre 18 y 30 años, descendientes de familias paquistaníes y jamaicanas de clase media perfectamente integradas. El fundamentalista que asesinó a machetazos al soldado Lee Rigby en Londres, en mayo del año pasado, era hijo de una familia católica de origen nigeriano también integrada, que estudiaba en la Universidad de Greenwich. El ayatolá que se proclamó desde Beirut su "maestro" contó así su conversión: "Solíamos tener un tenderete en una calle de Londres, en el que hablábamos del sentido de la vida a la gente que pasaba por ahí. Se paró a hablar con nosotros y le invitamos a unirse al islam". Así de fácil.

Solo hay dos caminos: seguir mirando para otro lado o tomar medidas defensivas que no vulneren los derechos humanos. El primero engorda a la vez el terrorismo y la creciente extrema derecha. El segundo es el desafío democrático.

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