La semana

Fernando / Jáuregui

La prueba del 9 se llama Rodrigo

LA gran carencia, y acaso la gran virtud, de Mariano Rajoy consiste precisamente, dicen sus exégetas y también sus detractores, en que transita por ese corredor sin ida ni retorno, en una aparente clandestinidad oficial que da la impresión de que no se entera de nada, no se altera por nada, no decide nada, de que hace como los monos sabios no viendo, no hablando, no escuchando lo que ocurre a su alrededor. Cuando, en realidad, sí ve, escucha y posiblemente habla al oído telefónico de quien forzosamente le tiene que oir. Lo que sucede es que nos enteramos de sus decisiones tarde y mal, sin participación alguna por nuestra parte. Es una manera antigua, y bien que se lo han recordado este fin de semana desde la asamblea, algo loca, de Podemos, de concebir la política en general y la gobernación muy en particular.

Ahora, se erige ante Rajoy una cuestión que es como la prueba del nueve, y hasta del 9-n: ¿qué va a hacer con Rodrigo Rato? Puede que el ex portavoz popular, ex superministro de las cosas económicas, ex aspirante a la presidencia de la nación, ex director del FMI, ex presidente de Bankia, sea ya un juguete roto, a quien nadie en su partido en el que tanto mandó quiera mirar a la cara: el mal uso de las tarjetas 'B' de Caja Madrid, que ha indignado y alarmado a la ciudadanía que tuvo, de su bolsillo, que rescatar a la entidad, tiene a Rato como uno de los dos principales culpables, quién sabe si inspiradores. Todos los partidos del espectro, menos UPyD, que en esto no pilló cacho, estaban, a través de sus representantes en la Caja, involucrados por negligencia in vigilando sobre lo que hacían allí los enchufados a los que habían situado tan confortablemente. Todos los partidos y sindicatos han tomado ya medidas drásticas, han cortado cabezas, y lo mismo han hecho las instituciones afectadas por esta particular peste. Pero Rato, hasta ahora, ha salvado su cuello de militante. No me extraña su dolor ante la expulsión de un partido al que rindió tantos servicios y que, ahora podemos sospecharlo, sin duda tantos servicios le rindió a él.

Pero Rato, independientemente de las causas exculpatorias que para él encuentre alguna comisión disciplinaria o investigadora, tiene que ser expulsado del PP. Lo exige la propia imagen de marca del partido que nos gobierna por mayoría absoluta. Y, si Rajoy no es capaz de mostrar una mínima energía en este punto, ¿qué se puede esperar que haga, por ejemplo, ante el levantisco Mas, ante el ya claramente insurgente Oriol Junqueras, que vocifera su guerra por las plazas catalanas? Rajoy, que nunca ha mostrado una excesiva flexibilidad negociadora, tiene ahora que sacar a pasear la firmeza.

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