La tribuna

jorge Cervilla /

Una doble vía para salir del atolladero

ANTE el evidente fracaso del modelo autonómico pos-transición en España, se han propuesto hasta tres vías (quedarse como está, independizarse Cataluña, o la tercera vía o federalista). Yo propongo una cuarta vía, a la que llamaré la doble vía, pues permite un enganche al Estado a dos intensidades. Para entenderse, incluso con una cultura como la catalana que presumen de tendencia al pactisme, habremos de obviar a extremistas. Como psiquiatra tengo la innata tendencia de detectar psicopatologías y proponer soluciones terapéuticas a las mismas, en lo personal y en lo social.

El pecado original de nuestro modelo fue no entender adecuadamente a los nacionalismos catalán y vasco en la transición. El "café para todos" supuso la génesis de una regionalización forzada que obligó incluso a dotar apresuradamente de contenidos fatuos a muchas comunidades autónomas. Esa igualdad, mal entendida, a la baja, opositora a aquel que "sobresalga", generó los vientos que ahora se nos tornan tempestades. Esa falta de generosidad apostó por lo cortoplácico y evitó una inversión en mantener al país con una unión más plausible y longeva. El Estado no ha entendido nunca a tiempo, ni aun ahora, que perdiendo un poco se puede evitar perderlo todo. Se ha servido en bandeja el enfrentamiento y el enrocamiento actual.

Por su parte, la propaganda nacionalista a lo Goebbels, de más de 30 años, con la televisión, los medios, la educación, la cultura y la sanidad, ha triunfado en instalar la idea mayoritaria de que el Estado ha supuesto un oprobio para el desarrollo de aquellas zonas del país que siempre han sido más privilegiadas. El privilegio, si bien se lo han ganado por sagacidad, esfuerzo y mayor cercanía a Europa, también les viene en gran parte porque el resto de España las ha considerado parte de su país, ha comprado sus productos acríticamente, ha elegido trasvasar allí los fondos para concentrar la industrialización nacional y ha estado orgulloso de su progreso, otrora vanguardia y faro de España siempre con ganas de mejorar. Ahora, el capitán abandona el barco antes de que éste se hunda y pensando que así se salvará, ignorando el destino del resto. En mi opinión la separación abocaría al hundimiento de todos y por ello es un grave error.

Estoy de acuerdo en que la gente tiene derecho a equivocarse, pero no a que la equivoquen con propaganda no replicada. El último desastre en gestión del Estado ha sido la respuesta "a la gallega" ante el reto del referéndum. Llevan razón los que desde Cataluña se quejan porque no les dejen votar. Incluso aunque la declaración del método para votar haya sido unilateral, la campaña haya sido monocrómico-demagógica o se requiera un cambio de leyes y se haya planteado el tema para evitar cualquer acuerdo de votación con el Estado.

El Estado podría fácilmente haber accedido acordando condiciones: 1) Si sale que no, no se repite; 2) La pregunta debe permitir optar entre opciones intermedias (federal, etcétera); 3) La campaña debe ser larga para poder madurar la respuesta, después de que todos los contendientes puedan abogar por sus posiciones en igualdad mediática. En cambio, la colada o trágala planteada deja poca opción a la alternativa separatista que, además, cuenta con todos los medios y tiene prisa, no vaya a ser que acabe la crisis económica y se acabe el argumento "objetivo", clave, que ha hecho virar al independentismo a muchos catalanes que culpan sólo a su españolidad de los efectos de una crisis económica mundial.

Llegados a este punto, propongo una terapia consistente en una adscripción a un nuevo Estado por una doble vía (para evitar el choque de trenes)o con una doble intensidad: 1) Que España sea un Estado confederal con tres países: Cataluña, País Vasco y el resto (al que yo llamaría España) con un mismo pacto fiscal; 2) Que el conjunto resultante se denomine Confederación Ibérica (sea República o Reino, según se votara). Habría un mínimo común para defensa, seguridad, sanidad y, parcialmente, educación. Todos los habitantes hablarían español (como siempre se ha hecho) sin detrimento del uso preferencial de catalán, vasco o gallego en sus territorios; 3) Que en el resto de España hubiese una desaparición de estratos ineficaces y redundantes de gobierno donde las comunidades autónomas se reconvertirían en regiones de un país parcialmente recentralizado y equitativo en servicios.

La Confederación Ibérica sería un país grande, con un mercado grande, abierto a inversores y visitantes sin miedo al futuro o a la inestabilidad. Los que quisieran sentirse catalanes, españoles o vascos sólo, así lo serían sin límites. Los que necesitaran sentirse unidos tendrían una mínima unión, más limitada, pero adulta, simbiótica y civilizada. Todos nos mantendríamos en la Unión Europea y caminaríamos juntos como ibéricos y europeos hacia un mundo globalizado en que sólo la unión hace la fuerza y permite prevalecer. Todos ganaríamos mucho si estamos dispuestos a perder un poco.

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