La tribuna

josé María Agüera Lorente

Perplejo

LEO la noticia en el periódico: "Masivas protestas en ayuntamientos catalanes a favor de la consulta". El texto escrito bajo una foto que aparece en portada. En ella veo el paisaje de una plaza urbana llena a rebosar de paraguas que ocultan los cuerpos de los que los sostienen, ciudadanos que ejercen su derecho de manifestación bajo la ingrata lluvia, que enfatiza así su acto de protesta. Hay profusión de banderas catalanas, las conocidas como senyeras, muchas de ellas con una estrella blanca sobre un triángulo azul. Las recuerdo; las vi en una visita que hice a Gerona hace años, allí en su Ayuntamiento, y en varios ayuntamientos más de otras tantas localidades de la provincia.

Tengo entendido que expresan el deseo de independencia de una parte de los catalanes (no sé cuántos, la verdad). Las portan ejerciendo su derecho a la libre expresión. Me lleva a recordar lo leído en un libro publicado recientemente por el profesor del CSIC Javier López Facal titulado Breve historia cultural de los nacionalismos europeos sobre las banderas; símbolos que devienen de los estandartes militares que tenían una función bien determinada en el campo de batalla: no confundir a los "nuestros" con los "otros". (Y de eso se sigue tratando en definitiva; no se vayan a confundir identidades). Hasta finales del siglo XVIII tales objetos carecían de significado nacional, ya que el Estado-nación es un invento político posterior. De hecho, la mencionada cuatribarrada, que aparece en la susodicha foto de prensa como símbolo nacionalista (e independentista, parece) aglutinador de masas, era la bandera del rey de Aragón y conde de Barcelona; es decir, se trataba de un estandarte dinástico sin vinculación alguna a un territorio preciso, ni mucho menos a un pueblo poseedor de una inveterada identidad nacional.

Esta abstracción, tan difícil de concretar en términos históricos y culturales, es capaz de movilizar a la gente; les hace sentirse diferentes, lo que parece ser suficiente para exigir el reconocimiento de un así llamado "derecho a decidir". Más allá de las bizantinas diatribas políticas y de las técnicas disquisiciones jurídicas me pregunto sobre las raíces de la diferencia y me reencuentro, tras la intrincada madeja de las identidades que me constituyen, con la semejanza fundamental que me une con mis congéneres humanos (también con los que veo en la foto).

Por todo ello no simpatizo con el sentimiento que tiene el suficiente poder para convocar, como un solo hombre, a tantos ciudadanos, que, por otro lado -y en esto son idénticos al resto de los ciudadanos del Estado español-, demuestran a diario tanta apatía respecto de asuntos tan graves como la corrupción política que asuela esta cosa (¿país?) nuestra que los extranjeros conocen como España; donde con igual chulería se enseñorean personajes tan corrosivos para la dignidad ciudadana como Bárcenas o Pujol, que expresan el mismo desprecio hacia el ciudadano honesto pero maltratado por sus gobernantes, ya lo hagan en castellano o en catalán.

No puedo evitar, ante la imagen de esa concentración, pensar en lo vivificante que sería para el que escribe que esa masa de hombres y mujeres protegidos por sus paraguas, heroicamente alzados bajo la lluvia, ocuparan todas esas plazas catalanas, solidariamente con otros en plazas andaluzas, castellanas, extremeñas, etc., para gritar pacíficamente su hastío ante tanta mediocridad demostrada por quienes deciden por nosotros desde las poltronas del poder, sirviendo a espurios intereses que poco tienen que ver con la genuina esencia de la democracia, en vez de malgastar su ardor patrio en quimeras de demagogos.

¿Acaso va la secesión a inmunizar al pueblo catalán de los males político-económicos que como un ineluctable cáncer carcomen la médula espinal de nuestra sociedad? ¿Acaso hay que señalar lo evidente: que las fronteras no definen esencias patrias, y que son meras convenciones forjadas a partir de los accidentes geográficos y los avatares de la historia? Fabricar otro Estado en un mundo global como el actual no garantiza el advenimiento de una república edénica libre de la perversión moral de los paraísos fiscales y sus cuentas opacas cebadas con riquezas de origen inconfesable. No se conseguirá así detener el desbocado crecimiento de la desigualdad que por igual se ha instalado en una Europa inerme por insolidaria ante la depredación de los insaciables mercados financieros.

No creo que las banderas, que dividen más que unen (recuérdese que su cuna fue el campo de batalla), sirvan contra todos estos males; no sirve el sálvese quien pueda disfrazado consciente o inconscientemente de reivindicación del hecho diferencial de la entelequia nación. Una última mirada a la fotografía del periódico detecta sobre la aglomeración de paraguas dos palabras escritas con grandes letras: "serem lliures", "seremos libres". ¿Soy yo el único perplejo?

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