Habladurías

Fernando / taboada

Directo al trullo

A la cárcel se iba entonces por robar gallinas. (Bueno, por robar gallinas o por cargarse a tiros a un guardia civil, pero lo de las gallinas queda aquí mejor, que para algo los artículos de opinión te permiten cierta fullería argumental.) Entonces no existía ni por asomo este desfile de banqueros y tonadilleras hacia los juzgados, ni esas imputaciones a empresarios notables y a infantas de España, como si fueran unos quinquis.

Me refiero a esa época en la que Pedro Pacheco aterrizó en la alcaldía. El Ayuntamiento era de aquéllas como todos los edificios oficiales: destartalado, mostrenco y con aspecto de mudanza. Un desbarajuste de gente más o menos uniformada, que fumaba por los pasillos todo el rato y que iba de una planta a otra como en las historietas del BotonesSacarino, cargando con papeles para arriba y para abajo. En los despachos también se fumaba -porque la transición democrática le debe mucho a los ceniceros- pero como entre cigarro y cigarro algo había que hacer, de esos despachos empezaron a surgir ideas para modernizar el pueblo.

Así empezaron a celebrarse concursos de rock, a inaugurarse estadios olímpicos y circuitos de velocidad, porque a la gente que trabajaba en el Ayuntamiento no le iban a pagar un sueldo solo por echar humo. Y como para montar conciertos o para traer un mundial de motociclismo hacía falta más dinero aún, y más gente, el Ayuntamiento se fue convirtiendo en una oficina de contratación con cargo a unos presupuestos que parecían no tener fondo.

Pero sí que lo tenían. El propio Pacheco se preguntaba quién pagaría todo aquello, porque las cuentas no le salían ni a tiros. Y como a veces se puede huir hacia delante, él como alcalde decidió que no parara la música, de manera que la deuda se iba disparatando al ritmo que las contrataciones a dedo iban logrando que el Ayuntamiento de Jerez tuviera más o menos el mismo número de empleados que el de Nueva York.

Con tantos cambios en la ciudad, lo único que no cambiaba era la cara de Pacheco en los carteles de las campañas electorales. Bueno, un poco sí, porque se iba haciendo mayor en el cargo, pero en las urnas seguía ganando, ya fuera por K.O. o llevándose el combate por los puntos. Y eso tiene un riesgo enorme. Primero, porque con tantos años en el poder, cualquiera puede confundir el Consistorio con el patio de su casa. Y segundo, porque la megalomanía no deja de ser un defecto de vista cuando toca mirarse en un espejo.

Así, con el Ayuntamiento convertido en una especie de cotillón perpetuo, a Pacheco ni se le pasaba por la cabeza que alguien tuviera que pagar los platos rotos. Pues resulta que va a tener que ser él mismo quien lo haga. Con varios años de cárcel. ¿Se puede saber por qué? ¿Por llevarse el dinero en un camión de la basura? ¿Por tener una fortuna en algún banco de Ginebra? ¿Por un robo masivo de gallinas? No, por un par de contrataciones hechas por la cara. ¿Un cachondeo la Justicia? No lo creo, Pedro, pero un poco caprichosa sí que va a ser.

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