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Rafael / Padilla

Una delicada singladura

EL recién clausurado Sínodo de la familia, más allá de disensiones puntuales, además de constituir un hito en la expresión libre dentro de la Iglesia, ha supuesto el asentamiento de la voluntad de mantener "las puertas abiertas a todos" como idea central que ha de guiar su futuro.

No es irrelevante que Francisco haya querido publicar el documento final sin excluir de él los puntos que no habían alcanzado la mayoría requerida. Tal ejercicio de transparencia, sin duda novedoso, anuncia la apertura de un periodo de reflexión comunitaria, franca y participativa que culminará con la celebración, el próximo año, del Sínodo Ordinario de Obispos.

Uno de sus logros esenciales es haber colocado en la agenda oficial de la Iglesia católica temas hasta ahora al margen de ella. Cuestiones como la de los divorciados que se han vuelto a casar, el uso de medios artificiales de control de la natalidad, el reconocimiento del matrimonio civil, de las uniones de hecho y de la convivencia en pareja o, finalmente, el valor a otorgar al vínculo entre personas homosexuales, no sólo han sido enunciadas, sino, en la búsqueda de principios que apuntalen el Evangelio de la familia en una sociedad movediza y poliédrica, sometidas a estudio, diálogo y controversia.

El camino no se presenta fácil. Basta con leer el texto en el que Francisco enumera las tentaciones que acechan (la del endurecimiento hostil, propia de "tradicionalistas" e intelectualistas; la del "buenismo" destructivo, que venda las heridas sin curarlas ni medicarlas; la de transformar la piedra en pan, ignorando su inmutabilidad, o el pan en piedra, utilizándola como arma arrojadiza; la de descender de la cruz para contentar a la gente y no permanecer en ella para cumplir la voluntad del Padre; la de descuidar, al cabo, el depositum fidei, considerándose no custodio, sino dueño del mismo o, a la inversa, la de olvidarse de la realidad y esconderla en palabras yermas) para comprender cuán delgada y delicada es la línea por la que ha de transitar una Iglesia que aspira a perpetuar su bimilenario mensaje.

Todo ello, aun, sin poner jamás en revisión las verdades fundamentales del matrimonio; pero también, al tiempo, sin miedo de "arremangarse las manos" y derramar bálsamo sobre las heridas de los hombres. Una singladura, entiendo, tan sutil, tan laberíntica y exigente de sobrehumano talento que únicamente por la luz del Espíritu podrá completarse en armonía.

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