LA Encuesta de Población Activa, el indicador homologado para la medición del empleo en la Unión Europea, arrojó, en su balance correspondiente al tercer trimestre de 2015, un jarro de agua fría sobre la comunidad autónoma andaluza. Objetivamente, porque la tasa de desempleo de Andalucía superó el 35%, aumentando en 18.800 personas el número de parados, y también relativamente, puesto que al descenso del empleo coincidió con unos datos esperanzadores a nivel nacional, donde la tasa cayó por debajo del 24% y aumentó la cantidad de ocupados, aunque ha sido en trabajos temporales. De modo que el mejor verano turístico que hemos vivido no ha sido suficiente para remontar el insoportable nivel de paro de la economía andaluza, que aqueja a un millón cuatrocientos mil ciudadanos, más de la mitad de los cuales llevan más de un año buscando inútilmente un empleo. A estos datos hay que añadir la caída, de más del 8%, de las exportaciones andaluzas en agosto pasado con respecto al mismo mes de 2013, habiéndose reducido también las exportaciones globales en el periodo enero-agosto. Eso quiere decir que la ansiada reactivación económica sigue estando lejos de nuestro alcance, lo que constituye un auténtico fracaso colectivo. El conocimiento de estas pésimas noticias ha sido acogido por las fuerzas políticas de Andalucía con las reacciones habituales, reflejo de impotencia y sectarismo. El PP ha puesto el énfasis en la diferencia entre el crecimiento del empleo en otras comunidades y el estancamiento, cuando no bajón, de la posición andaluza, lo que a su juicio asigna toda la responsabilidad a la gestión negativa de la Junta de Andalucía. El PSOE, por su parte, después de gobernar la región durante 32 años consecutivos con autonomía plena, no tiene mayor argumento que culpar de la crisis andaluza al Gobierno actual de Mariano Rajoy. Fórmulas inútiles de eludir una realidad que es ya insoportable.

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