La tribuna

abel Veiga Copo

Aquellos granos, estas pajas

SÓLO la magnitud de la crisis, económica pero también axiológica o de valores, ha permitido que la sociedad despierte de su letargia hedonista. La letargia, la vigilia vigilada de autocomplacencia y disimulo. La misma sociedad que ha tolerado y bendecido la corrupción, que conoce y sabe lo que es el fraude, la deslealtad, y un largo etcétera, pero del que se ha cansado. Hemos vivido en un nirvana de autocomplacencia y exageración del todo por el todo. Se tolera la corrupción, incluso parece que se la bendice, jalea y aplaude. Y cínicamente hacemos que nos sorprendemos con cada nuevo escándalo. Hemos tenido comportamientos tan irresponsables como envilecidos, como ciudadanos también.

Se ha erosionado nuestro modo de ver y vivir porque todo era simplemente artificial. Hemos sido ciegos viendo, hemos sido sordos escuchando, hemos mirado hacia otro lado interesadamente. Lo hemos querido, lo hemos aceptado activa y pasivamente, tal vez por un ebúrneo sectarismo, tal vez por el maniqueísmo propio del ser humano. Nos hemos plegado y encerrado en nosotros mismos, y hemos, sobre todo, dejado hacer. Hoy pagamos las consecuencias del exceso y del vacío. Un sistema de valores que hemos erosionado lenta pero inexorablemente en los últimos años. Una sociedad abúlica de demasiados yos, de demasiados egoísmos y falta de solidaridad.

Honestidad frente a desvergüenza. Seriedad frente al latrocinio. Hojarasca podrida. Costra seca y amarga. Pero no confundamos. No criminalicemos gratuita y descuidadamente. No todos son iguales. La parte y el todo no significan lo mismo porque no lo son. No contaminemos a los miles de políticos, gestores públicos, etc., que actúan honestamente, con seriedad, con rigor, con vocación de servicio a los demás y sobre todo a su sociedad. No lo hagamos por mucho que unos pocos se han lucrado torticera y dolosamente. Que han buscado la poltrona de lo público y de los partidos para enriquecerse con sus bolsillos de cristal y valiéndose de sus puestos, prebendas, contactos a base de delitos, de cohecho, de prevaricación, de estafa, de fraude, de falsedad, de tráfico de influencias.

Es bueno y positivo para una sociedad y para la clase política que toda la porquería salga a la luz. Es la catarsis. El punto de inflexión. Está actuando la policía y la guardia civil y también la justicia. El Estado debe velar y garantizar porque así sea. Caiga quien caiga. Limpiemos la costra, que no la casta. Nada tiene que ver la una con la otra. La Política tiene su espacio, debe tenerlo. Rehabilitémosla. Apartemos y cautericemos la mancha, el cáncer de la corrupción. Extirpémoslo de una vez. Es el momento. Hoy la conciencia de la sociedad es clara. Se acabó la permisividad y la liviandad del comportamiento y del juicio. La España corrupta y tolerante con la corrupción debe pasar página. O morirá. No hay vuelta atrás. Es hora de recuperar la credibilidad y la confianza en el Estado y en las instituciones. De savia nueva. De cambiar la tierra a las raíces. Vigor y contundencia. Regeneración en los partidos. Se acabó una cultura de partidos que lleve ínsita en sí misma, de seguir por este camino, el germen de la autodestrucción.

El ventilador se ha encendido. Ojo, se ha permitido y esto es clave, que siga encendido. No cortemos la luz. Que quienes delinquieron pechen con las consecuencias jurídicas de su ilícito, pero eso sí, que devuelvan lo robado, lo mal adquirido. No hay prescripciones ni usucapiones morales. Es la legitimidad de un sistema la que está en juego. Elevamos a mito indebidamente la transición, pero lleva encastrado lo que hemos visto. Todo debe cambiar, pero esta vez de verdad. El príncipe de Salino pierde su batalla. Lampedusa no puede mirar hacia otro lugar. Destilemos, depuremos, y distingamos la paja del grano. Lo podrido de lo limpio. No todos son iguales.

Frente a la deshonestidad, confianza. Frente a la descreencia, credibilidad. Frente al envilecimiento, convicción. Frente a la ineficacia, certezas. Frente a todas ellas, coraje. Recuperemos la confianza en lo público, en la política, en lo político. Rompamos viejos moldes carcomidos por la vileza, por la falsa moralidad, por los comportamientos corruptos que algunas élites han tenido. En medio de la zozobra, busquemos la calma prudente que nos ayude a cambiarlo todo de abajo hacia arriba y viceversa. Rompamos inercias y actitudes que nos corroen como óxido abrasivo. Reinventemos las instituciones, pongámoslas de nuevo en valor y al servicio de quién siempre han debido estar, el ciudadano. Cuidémonos de demagogos y populismos que pescan en el río del hartazgo, de la desilusión hacia quienes han enturbiado el agua límpida de instituciones y órganos en beneficio propio.

Nos hemos instalado en la oquedad de reflexión, de falta de valores, de ausencia de crítica, de carencia de responsabilidad, de autocomplacencia hedonista y egoísta simplemente. Diluyamos ese nudo. Nos hemos degradado en lo político y en lo moral, en los valores como ciudadanos y en los principios como sociedad.

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