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La nicolumna

nicolás / montoya

Fantasmas suizos

NI todos los santos lo son, ni los difuntos pueden vivir tranquilos porque hay una movida tremenda con el tema de los fantasmas. Es verdad que el ser humano copia conductas, sobre todo las que más les divierten y las que más le gustan. Lo de querer ser santo está cada vez más complicado en un mundo lleno de diablos. Lo de ser difunto honrado tiene cada vez menos adeptos. Pero en el ámbito de lo fantasmagórico hay cada vez más aspirantes. Estamos asistiendo a una epidemia en toda regla, de seres afantasmados que pululan entre tinieblas, con más pena que gloria, agazapados, tenebrosos y que nos están metiendo el miedo en el cuerpo sin que las autoridades sanitarias ni las otras muevan un solo dedo por acabar con ellos. La epidemia está reconocida, pero los portadores asintomáticos son demasiados porque el virus se inocula de tal manera que cuando se baja la guardia de las defensas, aparecen picoteando por todos lados. Fantasmas de tamaño pequeño, como el pequeño Nicolás, que vaya favor hace a los que se llaman como él, y que deja en pañales a otros famosos como un Maquiavelo perverso, o a un insolente Copérnico o a un enamoradizo Sarkozy. Fantasmas de mayor tamaño con sabanas negras, tarjetas, cuentas, pero curiosamente todos tienen la condición de ser migratorios, pues acaban entre papeles o paredes suizas, sin ir más lejos, que son fieles seguidores de lo de que el fin justifica los medios o se sienten el centro del mundo a la manera copernicana. Fantasmas independentistas. Fantasmas de enfermedades tropicales. Y muchos más.

Es, sin duda, una agradable sorpresa que los fantasmas tengan nombres y apellidos, se les pueda atrincar por la sábana y se les pueda plantar cara sin tenerles miedo. Lo complicado es saber situarnos. No son solo los que han aparecido en pleno fiestón de Halloween sino aquellos que están escondidos, que siguen haciendo de las suyas y llevan disfrazados varios años. Los amos del calabozo. Y los alcaides mirando hacia otro lado.

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