Editorial

Tres años con Rajoy

Se ha centrado en la gestión de la economía, pero la leve mejora es insuficiente frente a problemas como la corrupción y Cataluña.

 MARIANO Rajoy encara el último de los cuatro años de su mandato al frente del Gobierno sin muchos motivos para la celebración y rodeado de incertidumbre sobre su futuro. Después de una arrolladora victoria sobre un PSOE que bajó a su mínimo respaldo histórico-contemporáneo, dedicó sus mayores esfuerzos a la crisis económica, como demandaba la sociedad, e hizo uso de la mayoría absoluta que le concedieron los españoles para un amplio capítulo de reformas estructurales que exigía la economía, aunque ha sido mucho más cauteloso ante las reformas políticas, igualmente necesarias. Ahora puede presumir, y presume con frecuencia, de que evitó el rescate de la economía española, lo que hubiera sido un desastre para muchos años, y de que puso las bases para una leve inflexión hacia el crecimiento y el empleo. Son sus mayores logros. Pero al centrar sus energías en la recuperación económica ha eludido afrontar de cara los problemas políticos más acuciantes de la sociedad española, sin que la misma recuperación sea suficiente argumento para aguardar con tranquilidad el veredicto de los ciudadanos sobre el conjunto de su gestión. El crecimiento, además, llega a cuentagotas y matizado por el empeoramiento de las condiciones de vida de amplios sectores sociales y el incumplimiento de compromisos electorales nítidos, como la bajada de impuestos y la reforma de la ley del aborto. Sus grandes déficits pueden centrarse en el problema devastador de la corrupción política, que afecta a la legitimidad del sistema y sus instituciones, y en el que no ha sabido mantener una posición de intransigencia ante los casos que han implicado a dirigentes y militantes del PP, y en el conflicto soberanista de Cataluña, en el que prometió que no habría referéndum pero ha sido incapaz de evitar una seudoconsulta con los mismos fines y los mismos protagonistas y donde su falta de iniciativa política ha generado una intensificación de la marea independentista. A menos de un año de llamar a los españoles a las urnas, y con las elecciones autonómicas y municipales como test previo a la vuelta de la esquina, Rajoy no ha sabido comunicarse con los ciudadanos sin intermediarios y de forma cotidiana ni ha sido capaz de liderar un partido que tiene demasiadas grietas y no reúne la convicción y la unidad necesarias para hacer frente a los retos electorales mencionados. Ni siquiera la irrupción populista que amenaza la correlación de fuerzas dentro de la izquierda es suficiente para reforzar a un Partido Popular situado a la defensiva y en el que pocos creen ya que sea posible revalidar la mayoría absoluta del 20-N de hace tres años. Rajoy está debilitado.

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