La tribuna

manuel Bustos Rodríguez

Noticias de los países bálticos

ESTE verano tuve la oportunidad de visitar los llamados países bálticos (Estonia, Letonia, Lituania y Finlandia). Además de la belleza de sus paisajes, particularmente sus bosques todavía intactos, y de sus pueblos y ciudades aún inmaculados frente a la devaluación turística, he podido conocer más de cerca su agitada historia, a través de las huellas que allí ha dejado. En ellas se percibe la riqueza humana y geográfica de Europa, a pasar de la escasa extensión territorial de la mayoría de sus países.

Fruto de dicha historia es también la diversidad cultural de estos pueblos, no obstante ser pequeños y fronterizos entre sí. Es muy curioso, por ejemplo, que se hablen lenguas diferentes, aunque algunas mantengan raíces comunes (así, el estonio con el finlandés). Su cercanía a Suecia, Rusia y Polonia les ha llevado con frecuencia a integrarse, por la fuerza o por combinaciones varias, en estos estados, cuya influencia es perceptible en su arquitectura y costumbres. Precisamente por ello se ha desarrollado en su seno un sentimiento nacional, desconocido en otras partes de Europa. El folclore, la literatura, y la lengua gozaron, cuando las potencias dominadoras lo permitían, de un fuerte desarrollo. Aún hoy puede verse su importancia en el espectacular auditorio de Vilna, durante su festival folclórico. O en el admirado recuerdo a prohombres.

De la misma forma, la raíz unificadora cristiana, en su forma católica o luterana, se halla subyacente, a la vez que viva en numerosos testimonios. Pero, como en todos los países del continente, también en ellos la ola secularista ha terminado por reducir la práctica religiosa y, en algunos casos, Finlandia y Estonia principalmente, ha permitido la instalación en la sociedad de un ateísmo práctico. No es un dato irrelevante que, precisamente en los países bálticos, la tasa de suicidios se haya disparado, hasta colocarse entre las más altas del mundo. Paradójicamente, ello coincide con los niveles educativos más elevados de Europa (el primer puesto para Finlandia). Pero la educación en sí misma no provee de sentido a los seres humanos, ni tampoco les siempre hace más éticos.

Durante mi estancia pude percibir igualmente la atención permanente de la población al enfrentamiento entre Rusia y Ucrania. En el hotel donde residía compartí espacio accidentalmente con mandos de la OTAN, y vi las informaciones que ofrecían, casi de continuo, las televisiones y los periódicos sobre el contencioso entre los dos países. Y algo similar sucedía más lejos, en Polonia, país muy sensible a este tipo de noticias, tras sufrir tantas invasiones a lo largo de su historia.

No se trata de algo que venga motivado exclusivamente por la cercanía a los dos países ahora en conflicto. Algunos, como Lituania, tienen minorías de origen ruso significativas (el 14% en Vilna), que podrían animarse en un futuro próximo a imitar a los secesionistas ucranianos pro rusos, sobre todo si las iniciativas de éstos resultasen exitosas. De ser así, el conflicto se extendería, con las peligrosas consecuencias que cabe entender, tanto para las naciones vecinas como para el resto del mundo.

La mirada de los países bálticos hacia Rusia es una mezcla de temor y recelo, y ello se percibe en el propio ambiente. Saben que tienen al lado un gran coloso, que puede tragárselos; además de una quinta columna en su interior, susceptible de activarse en cualquier momento. Igualmente pervive el trágico recuerdo de un pasado duradero bajo la ocupación soviética, salvo Finlandia que logró zafarse entregando a la extinta URSS a cambio una porción de su territorio.

La proclividad de los europeos a condenar justamente los crímenes del nazismo, no es proporcional a la actitud que mantienen hacia los cometidos por los comunistas, tan terribles como aquéllos y más amplios numéricamente debido a su prolongación en el tiempo. Occidente en general ha querido que sólo se recuerden los primeros, dejando correr un tupido velo sobre los segundos. En cualquier caso, muchos habitantes de origen ruso que hoy viven en los países bálticos, a veces discriminados en relación al resto, son el fruto mayoritario de la inmigración con fines políticos de la época de Stalin, que deportó un contingente numeroso de población de aquellos territorios hacia Siberia.

En resumidas cuentas, por el bien de todos debemos confiar en que los intentos de una paz justa resulten fructíferos y que las armas vuelvan a enfundarse; pues no se nos escapan las terribles consecuencias que, de fracasar, tendrían para Europa y, tal vez, para el mundo en su conjunto, si se estableciesen en un futuro alianzas y compromisos. Y todo ello, no lo olvidemos, cuando todavía tenemos activados varios conflictos regionales y padecemos la amenaza permanente del Estado Islámico y de sus kamikazes.

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