En tránsito

eduardo / jordá

E scena callejera

VEO en la calle a una familia -madre, padre y cuatro hijos- que van a ver una de las procesiones del Martes Santo. Sé que van a verla porque todos se han puesto elegantes y porque caminan en la misma dirección en que se oyen los ruidos de una bulla. Hace un calor tremendo y cuesta caminar por la acera batida por el sol, pero esta familia parece tan feliz como si estuviera en un parque de atracciones o en un crucero, y con todos los gastos pagados durante dos semanas.

Lo que más me llama la atención es que no parece la clase de familia que tenga muchos motivos para sentirse feliz ahora mismo. Por su aspecto y su ropa, comprada sin duda en una gran superficie o en una de esas modestas tiendas del extrarradio donde hay rebajas todo el año, está claro que forman parte de ese gran grupo social de los que tienen que vivir con muy poco dinero y que sólo Dios sabe cómo consiguen llegar a fin de mes. La mujer, muy joven, lleva unos leotardos apretadísimos y un gran tatuaje en la espalda que podría ser un águila o un dragón, no sé. Ignoro si está en paro o no, pero se ha puesto la mejor ropa que tiene y empuja un cochecito y no parece abrumada ni triste ni angustiada, al menos mientras todos vayan caminando por la acera en esta tarde calurosa. El hombre también es joven -no creo que tenga más de treinta años-, y cualquiera sabe en qué trabaja, si es que tiene trabajo o lo ha tenido en estos últimos años. Quizá haya sido vigilante de seguridad en un polígono, o empleado de limpieza, o se dedica a hacer chapús de fontanería o de albañilería, lo que salga, como suele decirse. Y aun así, a pesar de que no parece tener un trabajo bien pagado, se ha puesto la mejor ropa que tiene porque quiere demostrar a todo el mundo lo orgulloso que está de su familia, y no sólo eso, sino que nadie podrá arrebatarle nunca esa última dignidad de aspirar a ser como cualquier otra persona respetable y envidiada. Y los niños -tres niñas y un niño-, todos de menos de diez años, caminan de la mano y van riéndose y alguno hasta va dando saltos, puros saltos de felicidad, esos saltos que nos demuestran lo cierto que era aquel verso de John Keats cuando decía que "una cosa bella es una alegría eterna" (o "perpetua dicha son las cosas bellas", como lo tradujo Antonio Rivero Taravillo con otro hermoso endecasílabo).

¿Cómo es posible esta imagen? ¿Qué milagro es éste? No sé, pero justamente por eso cuento esta escena callejera, una más que nos demuestra que a veces lo extraordinario y lo inexplicable también son posibles.

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