En tránsito

eduardo / jordá

Brote psicótico

TODO el mundo se ha apresurado a diagnosticarle un "brote psicótico" al alumno de trece años que mató con un machete a un profesor en un instituto de Barcelona e hirió a otros cuatro profesores y alumnos más. El chaval tenía en su casa un croquis del instituto, llevaba varias armas encima y tenía una lista de profesores y alumnos que quería matar, pero todo eso da igual porque había sufrido un brote psicótico que le privaba por completo del control de sus actos. O sea que el pobrecito no había planificado fríamente lo que iba a hacer ni tenía intenciones de hacer daño a nadie, no, qué va, sino que tan sólo sufría un incontrolable "brote psicótico", así que unas voces misteriosas llegadas del Más Allá le impulsaron a hacer lo que hizo. Y por si eso fuera poco, el alumno ni siquiera podría haber sido considerado responsable de nada -suponiendo que lo hubiera hecho con pleno control de sus actos-, porque a los trece años, según nuestras leyes, un adolescente tiene que saberse las ecuaciones de segundo grado, los límites del Imperio Bizantino y las diferencias entre los metales ferrosos y no ferrosos, pero no es capaz de entender las consecuencias físicas y morales de clavarle un machete en el pecho a un ser humano. Portentoso.

Cuando no queremos entender algo, o no sabemos cómo interpretarlo, o nos da miedo averiguar lo que se esconde detrás, preferimos inventarnos esa excusa maravillosa -puro pensamiento mágico- del "brote psicótico". Y eso es lo que hemos hecho con el niño de Barcelona, sin reflexionar sobre lo que había hecho y sin analizar si ese niño presentaba los síntomas evidentes de una esquizofrenia o de un trastorno delirante. Y se mire como se mire, parece que no. Primero, porque los expertos saben que es muy raro que un niño de esa edad sufra un brote así. Y segundo, porque la víctima de un brote psicótico no puede actuar con tanta premeditación ni tanta frialdad.

Pero eso, claro, molesta mucho a los políticos y a los responsables educativos, porque aceptar cualquier otra motivación en la conducta de ese niño -que actuara, por ejemplo, por culpa de una personalidad psicopática en vez de un brote psicótico- pondría en cuestión todos los principios sobre los que se asientan nuestros sistemas legal y educativo. Y por eso todos los políticos y educadores han preferido decir que todo fue una desgracia de la que nadie -ni el propio niño, ni sus padres, ni nadie de su entorno- es responsable en absoluto. Un brote psicótico. Una fatalidad.

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