L A Iglesia católica es, desde que la izquierda española olvidó los enormes favores que ésta le prestó en la lucha contra la Dictadura, un objeto habitual del escarnio de la progresía mal entendida. Se llenan las redes sociales con críticas sobre los presuntos lujos en los que viven algunos prelados mientras se obvia, de forma artera, la labor realizada a diario a favor de cientos de miles de desfavorecidos. Los mismos que apuntan con el dedo se cuidan mucho de hacer lo propio contra esos obispos de lo civil que son los consejeros, los concejales y los políticos en suma que han llevado este país a la ruina y se han enriquecido con el dinero de los pobres y los parados. Para ellos, para esa panda patética y descerebrada, siempre será un consuelo encontrar una paja en el ojo ajeno mientras son incapaces de abrir los párpados porque la viga de sus delitos les ciega la vista. ¡Y es que siempre habrá un cura al que poner de por medio para ocultar las propias vergüenzas!

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