Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

RELATOS DE VERANO

javier sáez de ibarra

Vida de músico (VI)

Eugenio, Lucas y Gonzalo telefonearon a Billy varias veces. No atendió. Le dejaron mensajes, tampoco respondió. Emplearon todos los medios a su alcance, sin lograr establecer la comunicación. Al fin, Eugenio, siempre él, fue hasta su casa y pudo hablar a través del telefonillo.

-¿Qué pasa, tío? -le increpó. 

 

-¿Cómo que qué pasa? 

 

-Llevamos queriendo contactar contigo desde hace dos semanas. 

 

-Estoy muy liado.

 

-Vale, me lo trago, no voy a discutir. Sólo he venido a decirte que nos reunimos el grupo mañana en el Manuela.  Es muy importante que vengas, porque hay planes para ti también. 

 

-Estupendo.

 

-Te lo digo en serio, Billy, si no apareces tú te lo pierdes. 

 

Se reunieron en aquel viejo café de tertulias literarias y encuentros. Esta vez, habían tenido la deferencia de no convocar a Domingo, volvían a ser los cuatro de siempre. Las perspectivas eran inmejorables: a tres meses vista grabarían una maqueta para una discográfica, paso previo del disco; además, habían cerrado su participación en un festival y ya pensaban en una gira para el verano. Eugenio, Lucas, Gonzalo estaban entusiasmados. La cuestión, claro, era Billy, su mano dichosa. Había que abordar el asunto.

 

-¿Cómo estás? -preguntaron.

 

-No puedo tocar como antes -les reconoció. 

 

-Pero ¿cuánto? -quisieron saber.

 

-Poco. Nada. Poco.

 

No quiso reconocer ante ellos que llevaba semanas sin hacer los ejercicios de rehabilitación. Su laconismo, su rostro declaraban por él. Lucas propuso que los ayudase en la composición de temas nuevos, necesitaban material para el álbum; no importaba que no tocase con ellos. 

 

-Gracias, amigos -les dijo. 

 

Billy les dio las gracias, no dijo más; sólo las gracias de que todavía se acordaran de él. Ellos no entendieron lo que quería decirles con eso. 

Dejó de practicar las escalas y los acompañamientos; la mano izquierda murió tras la derecha. El piano y el órgano eléctricos con los que ensayaba acabaron con las tapas bajadas y sendas fundas cubriéndolos. Ahora Billy, después de cenar, se quedaba con Rafaela a ver la televisión, o simplemente en silencio mientras ella leía, o se recostaba en el sofá para escuchar algo por los auriculares de una radio enana. Cuando Rafaela iba a acostarse, él le respondía a su beso y continuaba con su música hasta que se introducía en sus sueños. Pero llegaba la mañana del día nuevo, que se hacía un mundo como un bloque cuya combinación secreta era un número que no podía imaginarse. 

 

Rafaela había estado reflexionando sobre ellos dos. Decidió que salieran una noche para aclarar las cosas. Había quizá llegado la hora de saber a qué atenerse. Vicente se quedó en casa; eligió un restaurante modesto que conocían de cuando eran más jóvenes. Él hizo una broma sobre el paso del tiempo y el parcial retorno, cuando llegaban. Se colocaron en "su rincón favorito", que casualmente se encontraba desocupado. Una música suave, reconocible, insípida, envolvía o construía el ambiente. "Todo cambia", murmuró él, al percibirlo; Rafaela no entendió, pero no dijo nada. 

A los primeros compases, charlaron de Vicente, sobre todo ella: le preguntó su opinión sobre el niño, obtuvo vaguedades y observaciones puntuales que no conducían a nada. Después, hablaron de la mano de Billy, que era hablar de Billy. No bien habían empezado, él cambió de tema y dijo que iba a buscar un empleo. Aquello comprendía todo. 

 

-¿Qué empleo?

 

-Un empleo, cualquier empleo. Dinero. Llevo meses viviendo a tu costa; lo que pongo no cubre casi nada. 

Rafaela interpretó que para él la música había concluido. Pero no sabía qué alcance tendría eso. 

 

-Desde que te conozco te has dedicado al jazz. Nunca has hecho otra cosa. 

Él miró para otro lado, se emocionaba. Sin embargo, ella rehuyó insistir en una conversación que ya le sonaba repetida: su vocación, la herida, la autoconmiseración, los dolores del alma. 

 

-¿Me quieres? -le preguntó a bocajarro. 

 

Quería saber si la amaba, si amaba también al niño. La gran pregunta era si deseaba cambiar verdaderamente de vida y si contaban los tres.  

 

-No tengo posesiones; voy a vender los trastos de la música, los discos, los cuadros, todo, y la moto (no es vieja); con ese dinero podemos mantenernos algo de tiempo. Después, me valdrá cualquier sueldo. Tiramos para adelante. 

 

De pronto, Billy había adoptado su característica actitud de un hombre ebrio, al borde de grandes cuestiones. Empezó a beber mucho, y ella lo siguió, parecía más seductor que nunca. Dijo que sacaría un buen precio por "el lote del pasado", que conseguiría un buen trabajo. Pagaría sus deudas. Quedaría limpio. Hablaba convencido, al mismo tiempo había en la firmeza algo de espectáculo. 

 

Rafaela insistió. 

 

-Quiero saber si acostarte conmigo significa algo. Y si Vicente puede contar con tu atención. No me interesa el dinero. 

 

Billy peguntó qué quería, qué esperaba de él; si no le bastaba con lo que había prometido, deshacerse de todo, abandonar su vida anterior... En un momento, Rafaela estaba callada; se dio cuenta Billy porque llevaba un rato hablando solo: había desaparecido ese rumor o esa voz que a veces lo acompañaba cuando soltaba su cháchara. 

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios