¡Oh, Fabio!

Luis / Sánchez-Moliní

Imitación de De Gaulle

FRANÇOIS Hollande ha dejado de ser un mal presidente socialista para convertirse en un buen dirigente gaullista. No tiene más remedio. Sólo bajo la alargada sombra del recuerdo del general que resistió a los nazis y renunció a Argelia, Francia es capaz de ejercer como potencia mundial y vengar a sus muertos del Boulevard Voltaire. El francés se siente bien en la sobreactuación y la épica: la Revolución Francesa, Austerlitz, la Comuna, el mito de la Resistencia, el 68... Pocos pueblos sienten de una manera tan fogosa la historia. Sólo hay que visitar la tumba de Napoleón en el Hospital de los Inválidos para ser conscientes de que el corazón del Imperio sigue latiendo dentro de esa rotunda urna de mármol. Al fin y al cabo, la idea neocon de propagar la democracia con los cazabombarderos es una revisión del sueño jacobino de expandir la ciudadanía con las bayonetas.

En los últimos días hemos visto a Hollande multiplicarse para ejercer de punta de lanza de Occidente y difuminar hasta la invisibilidad al mismísimo presidente de los EEUU, Barack Obama, a quien cada vez se le ve más noqueado. Siria puede ser la tumba del liderazgo norteamericano, como la crisis de Suez lo fue para los de Inglaterra y Francia en los inicios de la Guerra Fría. La que fuese la esperanza negra de Occidente se ha desvelado como una persona de ideas y acciones pálidas. Hasta el mismo Hollande, quizás uno de los presidentes franceses con menos carisma de la historia, lo ha dejado en evidencia ante una comunidad internacional a la que, herida de muerte la ONU, le faltan lazarillos. La receta de mesié Hollande ha sido muy fácil: copiar a De Gaulle, imitar su arrogancia, su sobreactuación, su ambición, su insoportable autosuficiencia republicana, su paso firme por las mullidas alfombras de los palacios de Europa. No hay nada como un hombre que cree en sí mismo.

Hollande ha declarado la guerra al yihadismo y le sobran (nos sobran) los motivos. España, un país que no fue capaz de soportar la mili, se verá obligada a colaborar con el esfuerzo bélico, aunque esto no se nos desvele hasta después del 20 de diciembre. Tenemos la memoria de Francisco de Vitoria para que nos diga que estamos ante una Guerra Justa y tenemos un Ejército profesional y preparado para afrontar el riesgo con confianza. Lo único que no tenemos es un De Gaulle al que imitar.

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