Sine die

Ismael / Yebra

El arte de negociar

NO hay que ser muy listo para ser consciente del momento tan importante que estamos viviendo los que habitamos esta nación llamada España a la que otros llaman este país. Es mucho lo que nos jugamos en estos días, desde el modelo de estado hasta la pervivencia del mismo como tal. Desde aquél canto de cisne llamado Siglo de Oro a la posterior descomposición que no fue capaz de arreglar la Ilustración, el siglo XIX fue un ejemplo de inestabilidad que no supo enderezar el pasado siglo XX. Y cuando por una vez creíamos que habíamos sido capaces de hacer algo bien como colectivo, al cabo de los años, resulta que son muchos los que dicen que tampoco fue así, que parte de los problemas actuales, sobre todo aquellos que afectan a la identidad nacional, derivan de una transición bien pactada, pero mal llevada a la práctica.

Ante el repetido argumento del ejemplo dado por Francia en los meses pasados solo podemos responder que aquí, en uno de los estados más antiguos de Europa, una actitud similar es por ahora impensable. Hemos conseguido volver a lo que siempre fuimos: una jaula de grillos, un gallinero, por no decir como Pérez Reverte un putiferio. Cuando creíamos que, por fin, volvíamos a ser europeos y a estar en sintonía con el entorno que nos rodea y al que pertenecemos, resulta que aparece de nuevo el monstruo interior de la inquina, el odio y la envidia que pensábamos había desaparecido para siempre con la España más negra.

Asistimos impávidos, sea cual sea la opción votada, al espectáculo de los líderes nacionales intentando sacar la mayor tajada posible a los resultados electorales. Da la impresión de que no se negocia por conseguir la grandeza del país, sino por el reparto de sus despojos. Nadie parece tener miras más altas y hacer lo que interese al colectivo nacional, sino apropiarse de la parcela de poder más grande posible para así mantener el estatus y saciar estómagos agradecidos.

Si Goya retrató a los españoles en un duelo a garrotazos, hoy habría tenido que pintar no a dos, sino a una docena de ellos armados con palos procedentes de ese árbol caído llamado España. A las míticas dos Españas, una de las cuales según Machado acabaría helándonos el corazón, se han sumado otras que nos lo tienen achicharrado. Se echa de menos un proyecto común en el que cada uno desde su perspectiva sume y no reste, pero eso es pedir demasiado según se ve.

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