La tribuna

Marcial Gómez

Memorias de un diputado novato

VOY a ser claro, llegado su fin recordaré mi experiencia como representante electo en el Congreso, la XI legislatura, como corta y deslucida. Lo primero por razones obvias, lo segundo por algunas cosas que sí saben ustedes y otras que les voy a contar yo.

Desde aquellos días previos a la constitución de las Cortes en que nos íbamos acreditando y tomando contacto con la casa, aquello empezó a pintar mal. El PP ninguneaba a Ciudadanos y nos consideraba sus acólitos incondicionales, por lo que hubo que explicar a don Rafael Hernando que teníamos criterio propio y negociábamos en nuestro propio nombre. Lo demostramos siendo el nexo clave para acordar la Mesa del Congreso, de las comisiones, la ubicación de los grupos parlamentarios en despachos y hemiciclo, etc. La soberbia de algunos les impidió reconocer que éramos el equipo revelación.

Y reveladora fue para mí aquella sesión de constitución de las Cortes. El reglamento del Congreso establece claramente que las fórmulas para jurar el cargo son "Sí, juro" o "Sí, prometo". Todo lo demás era saltarse el reglamento, y convertir el acto en un plató televiso de las performances de Podemos. "Sí, prometo acatar la Constitución, y prometo trabajar para cambiarla… (soflama de cosecha individual)… ¡Nunca más un país sin sus pueblos ni sus gentes!".

¿A qué creen que íbamos los demás, sino a trabajar y reformar la Constitución para mejorarla? Lo peor de aquel día fue ver cómo se apropiaban de las palabras "pueblo" y "gente". Los diputados de Podemos se consideraban los únicos que les representaban. Los demás, incluidos por supuesto los de anteriores legislaturas, representábamos otra cosa: al club Bilderberg, al Íbex 35, y a otras malvadas corporaciones. Por cómo nos miraban los primeros días en pasillos y zonas comunes debían creer que servidor era un diputado de Spectra.

Les confieso que albergué en mí sensaciones encontradas en aquella primera sesión. Si de un lado sentía un inmenso honor y un privilegio por representar a los cordobeses en aquel hemiciclo, de otro me avergonzaba lo que ustedes debían estar pensando de todos nosotros, los diputados. Fue sorprendente recibir en el grupo C's las felicitaciones de ujieres, periodistas y empleados del Congreso por la educación y el respeto mostrado aquel día. Lo normal convertido en extraordinario.

Y hablando de respeto, deberían poner micrófonos de ambiente en el hemiciclo, como en el fútbol, para que ustedes pudieran conocer cómo se comportan las respectivas hinchadas. Para que pudieran oír el continuo murmullo, el runrún, los estallidos de aplausos o abucheos, en los que todos los grupos incurrimos alguna vez, pero que en el caso del PP superan en intensidad a cualquier fondo norte de nuestra geografía futbolera.

Y así transcurrían los días. Por entonces gobernaba Arriola y su tacticismo dilatorio. Rajoy le hacía la cobra al Rey y ordenaba pausarlo todo. El Gobierno y el partido que lo sustenta pretendían que no se presentaran iniciativas, ni se reunieran las comisiones, ni se celebraran plenos. Por fortuna, la Secretaría General y los letrados de las Cortes pusieron las cosas en su sitio y el Congreso inició su actividad ordinaria.

Ordinaria, pero anormal. Las comisiones presididas por diputados del PP no se convocaron por mor de excusas dilatorias peregrinas, hasta que ya no les quedaba más remedio. Y el Gobierno en funciones se declaró en rebeldía: ni venían a los plenos (sólo a votar, y no en todos los casos) ni se sometían al control del Congreso. Tampoco han respondido a las preguntas presentadas por los diputados para obtener respuesta escrita. Los palos en las ruedas no cejaban.

Después llegó la candidatura de Sánchez, el mal llamado "pacto del abrazo" (ni fue un pacto ni se fraguó tan dulcemente), y otras cuestiones que merecen capítulo aparte. Pero no quiero cansarles, que a estas alturas ya deben hacernos cruces a los políticos. Continuará…

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