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rafael / sánchez Saus

La corrupción ideológica

NECESITAMOS del aire para respirar. Nos agrada mucho sentir una fresca brisa mañanera en estos días primaverales y hasta se precisa de una buena ventolera que limpie la atmósfera y arrastre las hojas secas de los árboles en la otoñada. Pero creo que a nadie le gustaría estar sometido durante semanas y meses a una corriente continua, ora con ímpetu de vendaval, ora con remolinos de ventisca, sin tregua ni descanso. Pues eso, creo, es lo que nos puede estar pasando a los españoles con ese ruido que aquí llamamos política y que, si destaca por algo, es por la radical ausencia de todos los asuntos que verdaderamente importan a la población. Es este uno de los efectos más inquietantes del dominio absoluto de la mentira sobre la vida española, algo que los nuevos partidos no han venido a resolver sino más bien a reforzar. En lo que aquí se llama política, la verdad no encuentra apenas resquicio.

Estas viejas ideas de un servidor, con las que a menudo abuso de su paciencia de lectores, tuvieron inesperada confirmación hace unos días en la brillante ponencia que desarrolló en Cádiz, en el curso de unas jornadas sobre Construir la democracia organizadas por la Asociación Católica de Propagandistas, Francisco Vázquez. El que durante tantos años fuera ejemplar y socialista alcalde de La Coruña, antes de que Zapatero hiciera del PSOE el zombi irreconocible que hoy es, respaldó la obligada denuncia de la corrupción económica, pero sugirió el concepto de "corrupción ideológica" para completar el penoso panorama actual. ¿Qué es ello? Pues nada más ni menos que la consciente traición al electorado perpetrada por los grandes partidos, tanto por voluntaria omisión de medidas anunciadas en sus programas, cuanto por mutación ideológica no debatida con sus bases ni electores y llevada adelante sin otro apoyo que el de unas sospechosas encuestas prefabricadas por los medios y presentadas, a contrapelo de la sociedad real, como las tablas de la nueva ley.

La llaman ingeniería social, pero no es más que la inclinación de la política ante una gran trama de pasiones sectarias, de lobbies económicos, ideológicos y sexuales, y frente a la cocina mediática. Si la sociedad así traicionada y abandonada busca el cauce que permita la expresión de su profundo malestar, agítese entonces el fantasma del fascismo. ¿Cuánto tiempo durará la farsa?

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