Desde la ciudad olvidada

José Manuel / Moreno / Arana

La bodega de la calle Paúl

EN ocasiones sólo podemos limitarnos a la expresión de la inútil cuita, de un mero lamento ante la impotencia de lo irremediable. Porque nada puede hacerse ante el cumplimiento de la pena capital, que en el caso del patrimonio histórico-artístico trae consigo la destrucción de un bien cultural. Eso es lo que viene precisamente ocurriendo en la calle Paúl desde hace unas semanas con el derribo de una bodega levantada en el siglo XIX para la construcción en su lugar de un bloque de viviendas. Otra más que perdemos. La sentencia del último PGOU fue implacable. Y lo más grave es que una vez más vuelve a ignorarse que el valor de este tipo de edificios no es sólo intrínseco, sino también urbanístico, como parte de un todo que es ideado de manera coherente y global.

La calle Paúl fue un ejemplo claro de ese urbanismo bodeguero decimonónico que tanta personalidad dio a la ciudad. Situada en la zona norte, una de las de mayor expansión del Jerez de aquella época, tuvo desde el primer momento una función fundamentalmente bodeguera, como ocurría en todo su entorno. En concreto, la historia de esta calle se inicia en 1840, cuando aquél que le da su nombre, José de Paúl, cede al municipio los terrenos sobre los que se creó. La acera en el que se emplaza nuestra bodega se configuró, sin embargo, varias décadas después, entre 1862 y 1863. Según el investigador José Manuel Aladro Prieto, fue un personaje llamado Juan López Cordero el promotor del conjunto formado por la bodega que nos ocupa y por un granero, transformado posteriormente en sede del Consejo Regulador. Un proyecto que se debe a José Esteve, el cual interviene también por el mismo tiempo en las bodegas anexas que ahora conocemos como 'Sala Paúl'. Una autoría común que se refleja en una armonía arquitectónica que, por desgracia, quedará rota ya para siempre.

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