Diario De las artes

bernardo Palomo

Adrián Fatou, artista

HAY que empezar diciendo que a Adrián no le hace falta ningún homenaje que pudiera darle la fotografía ejerciente. El homenaje eterno se lo damos permanentemente aquellos que lo llevamos en el corazón de cuantos lo conocimos y, además, su obra y su legado cuelgan de los lugares más íntimos de nuestra alma diletante. En vida demostró lo que era, lo inconmensurable de su trabajo, su entusiasmo creativo y la suma verdad fotográfica que poseía, alejada de tantas medianías - aunque los mediocres que ellas tienen pontifiquen sobre lo que tienen, que no son si no burdos oropeles y se crean abanderados de una verdad artística que no conocen ni por asomo - como transitan por una fotografía que, casi siempre, les pilla con el pie muy cambiado.

Adrián Fatou fue fotógrafo con mayúsculas, artista completo capaz de posicionar su obra en los segmentos más apasionantes de la gran fotografía de siempre. Porque ser artista no es realizar obras, fabricar estampas con imágenes, más o menos, correctas - eso es lo que muchos, de los de aquí y de los allá, hacen con la mayor impunidad y la peor de las osadías -; tampoco se es artista de la fotografía, ni de nada, por poseer cámaras de ultimísimas generaciones o aparatos de imposible funcionalidad - también de estos y de aquellas existen demasiados - que manipulan con libros de instrucciones. El Arte y su verdadero hacedor es aquel que tiene conciencia artística, que está en posesión de los elementos adecuados y sabe cómo plantearlos fotográficamente, que somete a la realidad a un proceso compositivo para que manifieste su identidad artística trascendente, que ofrece máximos criterios artísticos, que no sucumben a parecidos y manidos planteamientos de nula consistencia estética y, por supuesto, que buscan caminos novedosos para plantear sus compactos idearios plásticos y artísticos. Adrián Fatou estaba inmerso de todos estos postulados creativos; su obra ejercía felizmente los estamentos de un arte sin fisuras, consciente y entusiasta. Preocupado por la historia que enseña los caminos, fue un incansable investigador que bebió las fuentes de los mejores y se preocupó de que el legado de ellos fuera conocido para todos. Nunca se quedó nada para él; mostró las rutas que otros habían abierto. Viajó por todo el mundo recorriendo territorios de los que poder extraer relatos clarificadores y positivarlos con el máximo rigor creativo. Su obra, como su recuerdo como persona de bien, va a permanecer siempre con nosotros.

En estos días en los que se lleva a cabo 'FotoJenia', aquel proyecto en el que tanto entusiasmo puso Adrián, dos exposiciones con su ejemplarizante fotografía se nos presenta para gozo unánime. La primera, en la Torre del Agua, allí en aquella sede por la que tanto luchó y a la que llenó de carácter y conciencia artística. En ella nos encontramos su última fotografía, un trabajo inédito que nos ha dejado sorprendidos y que nos ha mostrado la cara de ese Adrián Fatou, investigador consciente y buscador de caminos contundentes donde la fotografía siempre manifestara su posición más dinámica, aquella que estuviera más allá de los inamovibles y escleróticos planteamientos de otros muchos.

En la sala de la barriada de La Plata nos encontramos a un fotógrafo que plantea una obra metafórica, un planteamiento claro de cuál era su intencionalidad creativa, una búsqueda de nuevos caminos, de rutas por donde seguir caminando y encontrarse horizontes que manifiesten nuevas argumentaciones de una fotografía viva y llena de sentido. La carretera, las vías de comunicación, las señales, elementos que circunscriben a una realidad mediata, son registros a los que Adrián acudía para plantear los postulados de una nueva obra que pretendía dar sentido artístico a un momento creativo por el que continuar descubriendo una fotografía que él quería, siempre, abierta y proclive a los mejores y a los mayores planteamientos plásticos y estéticos; una fotografía profunda, consciente y con el máximo carácter.

En el Diario, allí donde tenía su querido medio para hacer ver y transmitir, de una forma fácil y clarividente, una fotografía que pretendía fuese inmediata a todos, en la Sala ArteaDiario nos presenta dos series que fueron, en su momento, ejes centrales de su producción. La India y Cuba se nos acercaron infinitamente más con la mirada apasionada de Adrián. Dos series que nos muestran a un artista sabio, fotógrafo insigne que materializa una obra bien concebida, mejor estructurada y con máxima entidad artística. Imágenes de momentos captados con la sutileza del creador definitivo, del que sabe captar la verdad de lo que mirada descubre y que, además, eleva a la categoría artística lo mínimo de una existencia que encierra la eterna profundidad de un pueblo que hace de la decadencia un poderoso motivo artístico, Adrián captó todo con su objetivo mágico de artista bueno, de hacedor importante que sabía de fotografía, que la amaba y que era consciente de todo cuanto ella puede manifestar.

Estas dos exposiciones nos muestran al artista importante que fue y nos siguen atrapando el alma de un hombre que estará permanentemente en el corazón de todos los que lo conocimos.

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